lunes, 26 de junio de 2017

Cara de acelga (1987)




Director: José Sacristán
España, 1987, 102 minutos



¿En qué estarán convertidos mis viejos zapatos? 
¿A dónde fueron a dar tantas hojas de un árbol? 
¿Por dónde están las angustias, que desde tus ojos saltaron por mí? 
¿A dónde fueron mis palabras sucias de sangre de abril?

Silvio Rodríguez
"¿Adónde van?"

La principal baza de Cara de acelga son sus actores, ya que es gracias a un reparto excepcional que la película se sigue aguantando treinta años después de su estreno: Fernando Fernán Gómez (el pícaro Madariaga), Marisa Paredes (Olga, pintora y mujer casi fatal), Paco Algora (el cocinero que escuchaba a Brahms), Amparo Soler Leal (Acacia) y un largo etcétera de cómicos entrañables que defienden su papel (la mayoría de ellos bastante fugaces) magistralmente.

En términos generales, lo que se cuenta en ella parece sacado de una canción de Serrat o de Aute, con esos antihéroes cotidianos que sobrellevan, como pueden, sus frustraciones y demás reveses que da la vida. Y, sin embargo, "¿Adónde van?", el tema central de la misma, pertenece al cubano Silvio Rodríguez, quizá porque el hondo lirismo de la letra se ajusta mejor al tono general de añoranza que transmiten los personajes, en especial el protagonista. En ese sentido, el Antonio con cara de acelga al que da vida Pepe Sacristán es algo más que un simple autoestopista. La suya es la historia de un hombre que huye de su pasado, un gafe en opinión de Madariaga, un embustero según el pinche melómano, alguien que va de aquí para allá porque ya no es capaz de encajar en ninguna parte.

Madariaga le propondrá a Antonio robar un valioso cuadro

Ver Cara de acelga a día de hoy, con la perspectiva que dan los años, supone viajar en el tiempo a un país que conozco bien y que ya no existe. Aquella España del 86, de excelentísimos ayuntamientos y mayorías absolutas del PSOE, deseosa de entrar en Europa, con sus pueblos despertando de un largo letargo y un aire de fiesta mayor flotando en el ambiente. Hay mucho en los diálogos de ese espíritu involuntariamente inhibido o en la actitud de personajes como Paquito (Miguel Rellán), el torero que nunca toreó. Eso ahora. Porque para ellos, dentro de la lógica interna del relato, lo que les atenaza es el recuerdo de una época muy anterior: la del sencillo cine de pueblo en el que Rosario fue en tiempos la Acacia de La malquerida y Antonio, "Castañita"; cuando los artistas que imperaban eran Celia Gámez y Miguel de Molina. Y las coplas de León, Quintero y Quiroga que Antonio tiene siempre en la boca... ¡Qué curiosa es la nostalgia! ¡Y qué caprichosa la memoria! Lo que escribieron Carlos Pérez Merinero y José Sacristán para evocar los mitos de su educación sentimental en los años cuarenta a un servidor le ha hecho revivir ciertas sensaciones de su infancia durante los ochenta.

Como es extraño constatar, como si de un guiño del destino se tratase, que la escena clave entre Madariaga y Antonio (la del mechero de Elías) se desarrolla en el interior de una ruinosa granja de pollos calcada a la que aparecía recientemente en Quatretondeta, uno de los últimos trabajos de Sacristán. A ver si, a pesar de todo, no habremos cambiado tanto... ¿O es que, con tanta crisis, hemos retrocedido tres décadas?

Sacristán quiso dedicar su película al director de Vida en sombras

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