martes, 27 de junio de 2017

Allá en el Rancho Grande (1936)




Director: Fernando de Fuentes
Méjico, 1936, 95 minutos

Allá en el Rancho Grande (1936)


Argumento mínimo y el máximo número posible de tópicos: Allá en el Rancho Grande constituye el principal exponente del tipo de cine que encarnó durante decenios las esencias de lo mejicano. O, por lo menos, de la imagen mental que el resto del mundo se hacía de aquel país. Así pues, la amistad desde la infancia entre el amo de una hacienda y su caporal, unido al conflicto suscitado entre ambos a raíz de sentirse atraídos por la misma mujer, no son más que un mero pretexto para filmar números musicales, peleas de gallos y charros vestidos de mariachi.

Dicho así parece que la película no tenga mayor mérito, lo cual dista enormemente de la realidad. Sobre todo porque esta primera versión del clásico de Fernando de Fuentes encierra frases memorables, como aquella que un picadísimo José Francisco (Tito Guízar) le espeta a su oponente como remate del huapango que acaban de trovar: "¡Eso que me has dicho en verso me los vas a sostener en prosa! ¡Y ahora mismo!" Y todo porque las malas lenguas del lugar están poniendo en entredicho la honra de su amada Cruz (Esther Fernández).



La sesión de esta tarde en la Sala Laya de la Filmoteca de Catalunya ha servido, además, para hacer entrega del Premio Film-Historia que concede el Centro de Investigaciones del mismo nombre de la Universidad de Barcelona. Que en la edición de este año ha recaído, precisamente, en la obra de un autor azteca: Crónica de un encuentro. El cine mexicano en España (1933-1948) de Ángel Miquel.

El propio Miquel, visiblemente emocionado, ha recogido el diploma que lo acredita como ganador de manos del jurado, presidido por Magí Crusells. Aunque, acto seguido, también ha habido tiempo para hacer lo propio con algunos estudiantes de bachillerato cuyo trabajo de investigación versaba sobre temática cinematográfica. Tras lo cual se ha pasado a la proyección de Allá en el Rancho Grande, en su día premiada en Venecia, con fotografía del mítico Gabriel Figueroa y un hito de la cinematografía mejicana a pesar de la visión tremendamente paternalista que ofrece del patrón, visto como figura protectora que debe velar por el bien de todos sus lacayos.



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