Directores: Margarita Alexandre y Rafael María Torrecilla
España, 1956, 91 minutos
La gata (1956) de Alexandre y Torrecilla |
Sol y nopales. Y la polvareda levantada por una vacada de astados que se dirige al redil: la estampa inconfundible de un cortijo andaluz será el marco de los amores entre La Gata y Juan el marismeño. Ella (Aurora Bautista) bien podría ser Elizabeth Taylor; él (Jorge Mistral), Marlon Brando o incluso Charlton Heston. Lo cual puede parecer una grosería innecesaria, considerando que tanto el uno como la otra eran ya, por aquel entonces, figuras consagradas del star system patrio. Pero la comparación adquiere pleno sentido si se tiene en cuenta que estamos hablando de la primera película rodada en cinemascope del cine español.
Los encargados de dirigirla fueron la pareja (a uno y otro lado de la pantalla) Margarita Alexandre y Rafael María Torrecilla, actores reconvertidos en realizadores que aquí contaron con la inestimable ayuda de Juan Mariné en la dirección de fotografía. De hecho, el análisis atento de la composición de algunos planos permite descubrir enseguida una notable influencia pictórica en no pocos de ellos. Así, por ejemplo, en las escenas ambientadas durante la siega:
Aunque, ligado a tópicos como el flamenco y otros elementos castizos, también puede rastrearse el ascendiente de Goya, tal y como a continuación mostramos:
Una de esas notas locales (y no del todo bien resueltas, por cierto) es la cuestión del acento: lo mismo María como Juan cecean y sesean indistintamente, oscilando a ratos entre un habla que pretende ser andaluza y un castellano perfectamente neutro. Aunque muy poco debía importarle eso a un público que lo que buscaba en el colorido de La gata era justamente la postal romántica e intemporal de un mundo que jamás existió. Su origen, dicho sea de paso, es literario y de sobras conocido: la Carmen de Mérimée y Bizet o, ya en nuestra literatura, los cuadros de costumbres de Fernán Caballero.
Del andalucismo de esta última (como todo el mundo sabe, Fernán Caballero fue el seudónimo tras el que se escondía Cecilia Böhl de Faber) parece haber partido César Fernández Ardavín a la hora de escribir el guion de la película. En La gaviota (novela publicada en 1849), Marisalada, la protagonista, recibe dicho apodo pajaril "porque tiene las piernas largas; porque tanto vive en el agua como en la tierra; porque canta y grita, y salta de roca en roca como las otras" (capítulo V: compárese con María, quien debe su alias felino a ser "arisca o cariñosa, como una verdadera gata, bravía e indómita, como los toros que ella conocía uno a uno, como los toros que ella quería y cuidaba..."). Y, ya avanzada la acción, se describirá una fatídica corrida en la Maestranza de Sevilla, similar a la que le acaba costando la vida al espontáneo Joselillo (Felipe Simón). ¿Coincidencia? En todo caso, cabría hablar de lugares comunes a los que siempre se acaba regresando con tal de satisfacer las expectativas de los espectadores ávidos de pintoresquismo.
Del andalucismo de esta última (como todo el mundo sabe, Fernán Caballero fue el seudónimo tras el que se escondía Cecilia Böhl de Faber) parece haber partido César Fernández Ardavín a la hora de escribir el guion de la película. En La gaviota (novela publicada en 1849), Marisalada, la protagonista, recibe dicho apodo pajaril "porque tiene las piernas largas; porque tanto vive en el agua como en la tierra; porque canta y grita, y salta de roca en roca como las otras" (capítulo V: compárese con María, quien debe su alias felino a ser "arisca o cariñosa, como una verdadera gata, bravía e indómita, como los toros que ella conocía uno a uno, como los toros que ella quería y cuidaba..."). Y, ya avanzada la acción, se describirá una fatídica corrida en la Maestranza de Sevilla, similar a la que le acaba costando la vida al espontáneo Joselillo (Felipe Simón). ¿Coincidencia? En todo caso, cabría hablar de lugares comunes a los que siempre se acaba regresando con tal de satisfacer las expectativas de los espectadores ávidos de pintoresquismo.
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