Título original: Saturday Night and Sunday Morning
Director: Karel Reisz
Reino Unido, 1960, 89 minutos
Sábado noche, domingo mañana (1960) |
Uno de los títulos clave en la Nueva Ola del cine británico, y hoy afamado filme de culto, Saturday Night and Sunday Morning supuso, también, el debut de Karel Reisz en la dirección de largometrajes. Amén de la puesta de largo de un actor que estaba llamado a ser uno de los más notables de su generación: el recientemente desaparecido Albert Finney (1936–2019).
El éxito y posterior fama de una película de tales características cabe buscarlo en el retrato descarnadamente realista de la clase trabajadora, así como de los ambientes por ésta frecuentados. Una sordidez que no sólo se hace patente en el lenguaje soez de sus protagonistas, sino que transmiten, asimismo, las imágenes con esas barriadas grises, garitos infectos y factorías estruendosas en las que transcurre la acción.
El guionista Alan Sillitoe, autor, además, de la novela en la que se basa el texto, había vivido en lugares parecidos. Incluso fue operario en la misma fábrica en la que vemos a Arthur (Finney) manejar el torno. Quién sabe si mantuvo, como el rebelde personaje central, una aventura con una mujer casada (Rachel Roberts), pero lo cierto es que la censura obligó a suavizar algunas de dichas escenas dado el atrevimiento que suponía, para la puritana sociedad inglesa de aquel entonces, mostrar abiertamente una relación de naturaleza adúltera.
Trabajar a destajo de lunes a viernes; desfogarse el fin de semana: ¿de qué le ha servido a Arthur su aparente rebeldía si, tal y como sugiere la secuencia final, la historia volverá a repetirse junto a Doreen (Shirley Anne Field) por más que ambos planeen compartir una ilusionante vida en común? De lo que se deduce que no hay felicidad posible cuando es el propio contexto social el que empuja al individuo a repetir una serie de patrones, a cuál más alienante.
El guionista Alan Sillitoe, autor, además, de la novela en la que se basa el texto, había vivido en lugares parecidos. Incluso fue operario en la misma fábrica en la que vemos a Arthur (Finney) manejar el torno. Quién sabe si mantuvo, como el rebelde personaje central, una aventura con una mujer casada (Rachel Roberts), pero lo cierto es que la censura obligó a suavizar algunas de dichas escenas dado el atrevimiento que suponía, para la puritana sociedad inglesa de aquel entonces, mostrar abiertamente una relación de naturaleza adúltera.
Trabajar a destajo de lunes a viernes; desfogarse el fin de semana: ¿de qué le ha servido a Arthur su aparente rebeldía si, tal y como sugiere la secuencia final, la historia volverá a repetirse junto a Doreen (Shirley Anne Field) por más que ambos planeen compartir una ilusionante vida en común? De lo que se deduce que no hay felicidad posible cuando es el propio contexto social el que empuja al individuo a repetir una serie de patrones, a cuál más alienante.
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