jueves, 13 de octubre de 2016

Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas (2010)




Título original: Loong Boonmee raleuk chat
Director: Apichatpong Weerasethakul
Tailandia/Reino Unido/Francia/Alemania/España/Holanda, 2010, 114 minutos

Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas (2010)
de Apichatpong Weerasethakul


No es muy habitual que en Cinefília Sant Miquel comentemos películas tailandesas. De hecho, Loong Boonmee raleuk chat es la primera. Ganadora en Cannes de la Palme d'Or, casi podría decirse que nos encontramos frente a la versión budista de 2001. Los monos fantasma, al menos, recuerdan en su aspecto físico a los homínidos concebidos por Arthur C. Clarke y por Kubrick (aunque también tienen algo de los simios voladores de El mago de Oz...) Pero el parecido no sólo es externo: es la sensación de adentrarnos en un mundo desconocido, más allá de las leyes del tiempo y del espacio, lo que emparenta a estos filmes. La impresión de estar redescubriendo el planeta, viajando a los confines del universo o a los inicios de la civilización, cuando el mundo era puro y salvaje.



De entrada, que los espíritus de la hermana/esposa y del hijo de los protagonistas regresen de improviso una noche para sentarse a la mesa como si tal cosa contribuye a crear una atmósfera única, entre lo esotérico y la ciencia ficción. O asistir a la historia de una antigua princesa thai que, apesadumbrada por su poco agraciado aspecto, logra ser amada por un barbo a orillas de una cascada de aguas límpidas. O que Boonmee, a pesar de su grave enfermedad de riñón y guiado por el espectro de su mujer, penetre junto a su familia en el interior de una gruta en lo más profundo de la selva, tal vez en busca no sólo de sus orígenes sino del origen de la propia humanidad.



Y entretanto se deja entrever el recuerdo de la guerra, de un antiguo conflicto que ocasionó unas secuelas aún perceptibles en el físico de los protagonistas (la cojera de la mujer, la enfermedad del hombre...) Secuelas físicas, sí, pero también morales, que conducirán a Tong a hacerse monje budista para, acto seguido, despojarse del hábito color azafrán y buscar refugio en una habitación de hotel junto a su madre y su hermana, terminando, poco después, en una anodina sala de karaoke...

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