Título original: Rakudai wa shita keredo
Director: Yasujiro Ozu
Japón, 1930, 65 minutos
Esta historia es, en cierto modo, la otra cara de Me gradúe, pero... (1929). En ella, un estudiante que debe presentarse a los exámenes de fin de carrera escribe afanosamente todas las posibles respuestas sobre los puños de su camisa blanca. El día del examen, sin embargo, la hija del dueño de la pensión donde vive, llena de buenas intenciones, lava la camisa y al estudiante le suspenden. Por otra parte, todos los que superan el examen buscan trabajo, pero no encuentran nada. Así que el único que se lo pasa en grande con el dinero que le manda la familia es el estudiante suspenso. Una película breve. Con ella empecé a contar con Chishû Ryû en papeles importantes.
Yasujiro Ozu
La poética de lo cotidiano
Traducción de Amelia Pérez de Villar
Se abre la acción con un trávelin lateral que muestra una hilera de estudiantes uniformados, sentados sobre el bordillo de la acera, mientras repasan con denuedo sus apuntes. Lo cual nos sitúa en un contexto académico, pero también, y ése es el verdadero tema de la película, ante la idea de que en las sociedades asiáticas, tradicionalmente competitivas, la educación se concibe sobre todo como un ascensor social de primer orden. De ahí el anhelo con el que dichos alumnos se empeñan en aprobar sus exámenes, aunque sea copiando mediante subterfugios de toda índole.
De modo que, pese a sus innegables aires de comedia juvenil, Rakudai wa shita keredo no deja de ser una crítica contundente contra la corrupción de un sistema que, conviene no olvidarlo, había entrado en crisis a escala mundial, un año antes, con motivo del crac de la bolsa en Wall Street. Y, lo que resulta aún más grave: es la propia juventud la que se presta a medrar a toda costa valiéndose de engaños. Luego el problema está en la base, puesto que los futuros dirigentes del país ven con total normalidad el hecho de obtener el aprobado a cualquier precio.
Asimismo, el filme ofrece también —entre risas y bromas, pero de forma certera— una visión nada halagüeña del sistema educativo japonés, totalmente masificado y obsoleto. Nótese, a este respecto, cómo la imagen que se muestra del profesorado es la de unos individuos ridículamente serios, con mostacho y monóculo, pero incapaces de darse cuenta de que los chicos copian en los exámenes. Sin embargo, será el más gamberro de la clase el único que salga hasta cierto punto airoso: el resto, pese a haber aprobado, se encuentra, ironías del destino, con que buscarse la vida es todavía más difícil que obtener un diploma.
Paralelamente, y en clara oposición a los desmanes de la escuela, la intimidad del ámbito doméstico aparece dominada por la mujer (frente a la aplastante presencia masculina en las aulas). Un espacio en el que, como no podía ser menos, el kimono sustituye al atuendo occidental, pero cuyo interior dista bastante aún de la estilización a la que será sometido por parte de Ozu a medida que vaya alcanzando su madurez creativa.
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