sábado, 10 de febrero de 2018

Gritos en la noche (1962)




Director: Jesús Franco
España/Francia, 1962, 93 minutos

Gritos en la noche (1962)


WANDA: Debe ser un trabajo precioso. 
TANNER: Sólo en las novelas. En la realidad, los delincuentes son unos estúpidos...
[...]
TANNER: La vida me sonríe, voy a casarme. ¿Por qué no te buscas una chica guapa? 
MALOU: Lo haría, señor. Pero mi mujer no me deja...
[...]
MALOU: ¿No estarás tomándonos el pelo? 
JEANNOT: Es verdad, por la salud de mi madre. 
MALOU: ¿Vive tu madre? 
JEANNOT: No, pero es igual. ¡Lo que he dicho es cierto!



Proteico y fecundo como pocos, Jesús Franco fue, casi con toda seguridad, el cineasta más prolífico de la historia del cine español. Doscientas cuatro películas así lo atestiguan, todas de muy variada ralea (algunas regulares, la mayoría voluntariamente deleznables...), pero siempre interesantes por uno u otro motivo. Como la que nos disponemos a comentar, en la que Franco (un genio de las localizaciones baratas y creíbles) es capaz de hacer pasar el casco antiguo madrileño por una villa francesa de 1912.

Gritos en la noche, incansable recital de picados y contrapicados al más puro estilo gótico expresionista, fue el sexto largometraje de tan extensa filmografía, escrito por el propio realizador bajo el pseudónimo de David Khune. Un director cinéfilo, melómano y letraherido a partes iguales que comienza, con este título, una saga a la que seguirían, en años venideros, El secreto del Dr. Orloff (1964), Orloff y el hombre invisible (1970) y El hundimiento de la casa Usher (1983: en esta última, mezclando con el universo de Allan Poe los personajes por él creados).

La actriz Diana Lorys en el papel de Wanda Bronsky

Lo de melómano, en el caso que nos ocupa, apenas se verifica en un breve cameo (minuto 86) en el que vemos a Jesús Franco tocando el piano en una taberna (como la mayoría de aficionados a su cine saben, Jess fue un consumado intérprete de dicho instrumento). O cuando aparece fugazmente el cartel en el que se anuncia una función de la ópera Fausto de Meyerbeer y en la que el papel de Mephisto lo interpreta un tal Monsieur Vernon... Letraherido debió serlo, sin duda, alguien que conoce tan al dedillo los ambientes y tópicos de la sociedad decimonónica. Lo cual nos lleva a pensar en el Edgar Neville de La torre de los siete jorobados (1944), junto con el resto de filmes que este último rodara en el Madrid castizo, quizá porque en ambos casos se trata de directores que se habituaron a moverse en los márgenes de una industria en la que difícilmente tenían cabida.

Cinéfilo, en cambio, queda clarísimo, desde un buen principio, que lo era, toda vez que el binomio formado por Orloff (el suizo Howard Vernon) y el amorfo Morpho (Ricardo Valle) está indudablemente inspirado en la pareja protagonista de El gabinete del doctor Caligari (1920). Como evidente es la referencia, ésta mucho más cercana en el tiempo, a Los ojos sin rostro (1960) de Georges Franju, clásico del cine francés al que también rendiría homenaje el Almodóvar de La piel que habito (2011).

Morpho (Ricardo Valle) recibe órdenes de Orloff (Howard Vernon)

2 comentarios:

  1. Un director curioso, este Jesús Franco. Tenía talento, pero un talento un tanto subrepticio, escondido bajo un envoltorio muy de serie B que derivó progresivamente a la Z.

    Un abrazo.

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    1. Al margen de lo casposo de muchas de sus películas, lo verdaderamente interesante es el uso que hace del montaje, demostrando que fue discípulo aventajado del Orson Welles en horas bajas con el que colaboró cuando el americano recaló en España.

      Gracias por comentar y hasta pronto.

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