viernes, 9 de febrero de 2018

El caballo de hierro (1924)




Título original: The Iron Horse
Director: John Ford
EE. UU., 1924, 133 minutos

El caballo de hierro (1924) de John Ford


Yo recordaba El caballo de hierro como un épico tour de force en el que un puñado de aguerridos pioneros se dejaban la piel a golpe de martillo en una contrarreloj histórica que debía unir las dos costas de una nación en ciernes. Y aunque, en buena medida, ello sigue siendo cierto, esta tarde se me ha hecho bastante cuesta arriba el aguantar sus más de dos horas de duración. Mira, no sé: tal vez se deba al cansancio acumulado durante la semana o, a lo mejor, a algunas décimas de fiebre que me parece que tengo en este viernes de carnaval.

En cualquier caso, Ford es Ford. El máximo responsable de la Filmoteca, Esteve Riambau, comentaba antes de la proyección que, en lo sucesivo, el ente que dirige reservará cada mes un espacio para la difusión del cine mudo. Y siempre con acompañamiento musical en la sala, por supuesto. De modo que Fritz Lang será el siguiente de una nómina que promete ser de lo más interesante y de la que daremos cumplida cuenta en este blog.

A pesar de lo que indican los créditos finales, las locomotoras
utilizadas durante la filmación de la película no fueron las auténticas


Y nada más. Manos a la obra: el maestro Joan Pineda comienza a desgranar las notas que arranca del teclado de su piano mientras, en la pantalla, Brandon (George O'Brien) se empeña en ver realizado el sueño de su padre. Porque, en pleno siglo XIX, quienes se atrevían a concebir la idea de un ferrocarril transcontinental entre el Este y el Oeste americano sólo podían recibir dicho apelativo: el de soñadores.

Hay también un romance, faltaría más, que une a Dave y a Miriam (Madge Bellamy) desde la más tierna infancia, aunque lo principal van a ser las continuas proclamas a mayor gloria de Lincoln y de los Estados Unidos. Sobre todo hacia el final (no muy bien resuelto, me atrevería a decir), toda vez que los intertítulos no paran de recordarnos cuán importante fue la gesta llevada a cabo por los responsables de la Union Pacific y de la Central Pacific. Me quedo, sin embargo, con las continuas disputas entre los trabajadores irlandeses, italianos y chinos que hicieron posible dicha proeza, a pesar de los frecuentes ataques de las tribus indias. O con el recurso de servirse de un renegado blanco adoptado por los cheyenes para crear una cierta atmósfera de suspense. Sobre todo por el hecho de que le faltan varios dedos de una mano, defecto físico que permitirá la posterior anagnórisis entre Brandon y el interfecto y que hace emparentar el guion de The Iron Horse con la típica estructura de los mitos clásicos.


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