viernes, 2 de febrero de 2018

Lady Macbeth (2016)




Director: William Oldroyd
Reino Unido, 2016, 89 minutos

Lady Macbeth (2016) de W. Oldroyd


Si no fuera porque la historia expuesta en esta película es una nueva versión de Lady Macbeth de Mtsensk, el relato de Nikolai Leskov (1831–1895) que ya diera lugar a la célebre ópera de mismo título de Shostakóvich, se diría que el primer largometraje dirigido por el británico William Oldroyd describe un ambiente muy similar al de otro clásico de la literatura universal: las Cumbres borrascosas de Emily Brontë.

Ambiente decimonónico pasado por el tamiz del suspense hitchcockiano, toda vez que su protagonista (interpretada por Florence Pugh) se revela como una máquina destructora dispuesta a cometer cualquier tipo de atrocidad con tal de saciar sus instintos más primarios. Así pues, ni el suegro ni el marido ni el hijo bastardo de este último serán obstáculo que logre frenar la pasión desenfrenada que se desata entre Katherine y el mozo de cuadra Sebastian (Cosmo Jarvis).



De hecho, esta mujer pertenecería a la misma raza de féminas diabólicas que, como las del filme homónimo de Clouzot, no escatiman esfuerzos a la hora de urdir sus planes. Una mantis religiosa cuyo potencial destructivo no debiera ser subestimado por ninguno de los miembros de su entorno más inmediato y que, sin embargo, parecía condenada a ser una esposa sumisa, comprada como si de una mercadería más se tratase por una familia de terratenientes latifundistas que apenas concibe el matrimonio como transacción comercial.

Es por ello que la situación planteada en Lady Macbeth sitúa al espectador en el dilema de si tomar partido o no a favor de Katherine, moralmente una asesina pero humanamente una mujer que defiende con uñas y dientes la independencia que le niega un estricto orden social en el que las clases y los sexos se hallan separados por férreas distinciones infranqueables. En ese sentido, la puesta en escena de Oldroyd no duda en jugar con nuestros bajos instintos presentando al suegro y al marido como seres odiosos a los que, más tarde, veremos sucumbir con grato placer para, a continuación, contemplar impotentes cómo son los más inocentes, sobre todo la pobre Anna (Naomi Ackie), quienes terminarán pagando el pato en un mundo en el que la justicia dista años luz de ser imparcial.


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