martes, 20 de febrero de 2018

El desencanto (1976)




Director: Jaime Chávarri
España, 1976, 97 minutos

El desencanto (1976) de Jaime Chávarri


Ha muerto
acribillado por los besos de sus hijos,
absuelto por los ojos más dulcemente azules
y con el corazón más tranquilo que otros días,
el poeta Leopoldo Panero,
que nació en la ciudad de Astorga
y maduró su vida bajo el silencio de una encina.
Que amó mucho,
bebió mucho y ahora,
vendados sus ojos,
espera la resurrección de la carne
aquí, bajo esta piedra.

"Epitafio"
Leopoldo Panero (1909-1962)



Pocas películas del cine español han adquirido la categoría de mito por derecho propio. Y El desencanto de Chávarri es, sin duda alguna, una de ellas. Aunque llamar documental a este retrato en primera persona de la familia Panero se quedaría corto: avanzándose en muchos años a planteamientos en los que se parte de la realidad para alumbrar una obra cuya profundidad supera los límites de los géneros establecidos, podría decirse que estamos ante el eslabón perdido entre el cinéma vérité y la obra de cineastas contemporáneos como José Luis Guerín. Si bien se mira, el primero de una serie de títulos en los que determinadas personalidades acceden a airear sus interioridades y a la que también pertenecerían Función de noche (Josefina Molina, 1981) o, más recientemente (y a otro nivel), los docudramas maternofiliales a cargo de los actores Paco León o Gustavo Salmerón.

Se ha dicho también, quizá abusando del término, que la instantánea de un clan familiar venido a menos contenida en este filme puede considerarse una metáfora bastante aproximada de lo que supuso la agonía del franquismo. Sobre todo por la presencia fantasmal de la figura del padre, patriarca de las letras del bando vencedor, fallecido de un infarto una calurosa tarde de agosto de 1962. Odiado y visto por sus herederos como origen de todos los males que les han asolado, la desaparición del "Conejo Blanco" (como lo llama Leopoldo María) fue vivida por su viuda e hijos como un liberarse de antiguas ataduras, la puerta de entrada a una mayor sinceridad entre ellos y, paradójicamente, el inicio de una larga decadencia que los conducirá a la autodestrucción inevitable.



Cultivadores de un divismo un tanto histriónico y de un malditismo de enfant terrible de colegio de pago, los hermanos Panero aparecen en esta película como una especie de locos sublimes, dispuestos a mostrar ante la cámara no tanto su verdadero yo, sino una estudiadísima pose de literato a la antigua usanza. En ese sentido, cada uno de los miembros de la estirpe adoptará un rol distinto: desde la lúcida esquizofrenia de Leopoldo María ("durante la infancia vivimos y de adultos sobrevivimos") hasta la encantadora franqueza de Michi, pasando por el postureo paranoide de Juan Luis (recuérdese, al respecto, la escena en la que este último presenta sus fetiches).

Y entre todos ellos Felicidad Blanc, la madre que se describe a sí misma como una chica bien que en los días de la Guerra Civil leía Madame Bovary en la terraza de su casa mientras caían las balas alrededor; la esposa reprimida que comenta con sorna la presencia perpetua del también poeta Luis Rosales interponiéndose entre ella y su marido; la culpable, según Leopoldo María, de su inacabable periplo por las instituciones psiquiátricas de medio país para purgar sus escarceos políticos y con las drogas; la joven que abandonó la ciudad para instalarse en una provincia donde sus rivales siempre la vieron como una intrusa; en definitiva, el verdadero eje sobre el que pivotan la mayoría de complejos de sus vástagos.


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