viernes, 26 de mayo de 2017

Tren de noche (1959)




Título original: Pociąg
Director: Jerzy Kawalerowicz
Polonia, 1959, 99 minutos

Tren de noche (1959) de Jerzy Kawalerowicz


Una voz etérea de mujer canta una melodía cuasi de ultratumba. ¿Será la misma en la que una década más tarde se inspiraría Polanski para dar comienzo a La semilla del diablo? Sólo él puede decirlo a ciencia cierta, pero como especular es gratis nosotros apostamos a que muy probablemente fue así. En todo caso, el efecto que produce sobre el espectador es similar. Porque tiene Pociąg algo fantasmagórico, onírico: un aire de pesadilla subrayado por el uso que se hace en ella del sonido. Casi no escuchamos el traqueteo de los vagones sobre los rieles, como si el tren se adentrase levitando hacia las entrañas de la noche. Sólo de vez en cuando irrumpe el estruendo inesperado de otro convoy que cruza vertiginoso por la vía contigua.

Pero volvamos a los títulos de crédito: un plano cenital de las concurridas escaleras que descienden hacia el interior de una estación de ferrocarril. Excelente augurio: las películas que así arrancan suelen tener algo que las hace especiales (ahí está, si no, Los paraguas de Cherburgo). Y es que, vista desde lo alto, semeja la multitud apretujada un hormiguero humano. De hecho, ése va a ser uno de los temas planteados por Kawalerowicz en Pociąg: el de la masa frente al individuo. Tanto es así que, en una de las escenas culminantes del filme, volverá a recurrir al plano cenital para mostrar a los pasajeros del tren abalanzándose en mitad de la campiña sobre el pobre infeliz acusado de asesinato.

¿Qué tendrán los trenes que tanto juego dan, cinematográficamente hablando? Probablemente que son una excelente metáfora de la vida como viaje. Hitchcock, por ejemplo, les supo sacar un partido enorme en no pocas de sus películas. Y, lo que es más curioso: la pareja protagonista de Pociąg recuerda bastante a la de Con la muerte en los talones (estrenada apenas un mes antes), en especial cuando se produce el encuentro entre Eva Marie Saint y Cary Grant, cuyos homólogos polacos Marta (Lucyna Winnicka) y Jerzy (Leon Niemczyk) también se verán obligados, valga la redundancia, a compartir compartimento.

Con todo, este tren no sólo es metáfora de la vida sino sobre todo de Polonia. Por eso su pasaje es tan variopinto: desde el imprescindible sacerdote joven (y las cruces en el bosque) hasta aquel señor incapaz de conciliar el sueño en las literas porque le recuerdan a los barracones de Buchenwald en los que estuvo preso. O Staszek (Zbigniew Cybulski), medio prófugo medio amante desesperado siempre al acecho de Marta. O la severa revisora (Helena Dabrowska). Todos ellos, de un modo u otro, simbolizan una sociedad polaca de rumbo incierto.


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