sábado, 27 de mayo de 2017

El juego de la oca (1965)




Director: Manuel Summers
España, 1965, 99 minutos

El juego de la oca (1965) de Summers


De oca a oca y tiro porque me toca... El bueno de Summers ya había rodado Del rosa al amarillo y La niña de luto cuando se atrevió a hablar abiertamente de adulterio en El juego de la oca. Y lo hizo, además, con su particular estilo, trufado de humorismo e ingenio, presente ya en los títulos de crédito a través de la canción de Chavela Vargas "Arrieros somos". Así, pues, las casillas del popular juego de mesa que da título a la película irán desfilando por la pantalla como contrapunto entre las diferentes escenas. Aunque lo más llamativo de la forma de filmarlas sea, tal vez, el uso y abuso del primer plano del rostro de los actores, así como los continuos insertos mostrando qué es lo que imaginan sus personajes en aquel preciso instante.

Otro elemento, mucho más interesante, es el toque documental que le da Summers al introducir imágenes rodadas en las calles de Madrid o las playas de Benidorm y Gandía, muy probablemente con cámara oculta, y en las que se aprecia a la gente anónima en su trasiego cotidiano, demostrando una especial predilección por los tipos singulares, desde el vendedor ambulante hasta los bañistas jubilados. Se trata de una constante en su filmografía, que dio sus mejores frutos un año más tarde en Juguetes rotos y, ya en los ochenta, con la popular trilogía To er mundo é güeno (1982), To er mundo é... mejo (1982) y To er mundo é... ¡demasiao! (1985).




Pero volviendo a la trama de El juego de la oca, sorprende la modernidad del trío formado por Ángela (Sonia Bruno), Blanca (María Massip) y Pablo (José Antonio Amor). Quizá por esa ironía a la que antes aludíamos, la censura debió de ser más permisiva a la hora de tolerar semejante argumento. No en vano, Ángela y el casado Pablo entablan su relación cuando él la acompaña al teatro para ver una representación de... Don Juan Tenorio. Son ese tipo de guiños, tan propios de Summers, ya presentes desde el primer diálogo, en el que José Luis Borau (cameo para cinéfilos) está contando chistes en un bar.

Por todo ello, al ver finalmente cómo el hijo de Pablo acaba bailando el twist en el salón familiar nos queda la sensación de haber asistido a una broma, una farsa como la que marcan las etapas del camino en el juego de mesa, a menudo condicionadas por el azar de los dados. Ya nos había prevenido la amarga letra de la canción con la que se abre la película: 

Arrieros somos, 
y en el camino andamos, 
y cada quien 
tendrá su merecido. 
Ya lo verás, 
que al fin de tu camino, 
renegarás 
hasta de haber nacido.

Sonia Bruno

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