martes, 28 de junio de 2016

Las cruces de madera (1932)






Título original: Les croix de bois
Director: Raymond Bernard
Francia, 1932, 115 minutos

Las cruces de madera (1932) de Raymond Bernard

Es inevitable pensar en la versión dirigida por Lewis Milestone de Sin novedad en el frente (All Quiet on the Western Front, 1930) al ver Les croix de bois: ambas son la adaptación de novelas antibelicistas ambientadas en la Primera Guerra Mundial (la primera de Erich Maria Remarque, la segunda de Roland Dorgelès) y tanto la una como la otra fueron concebidas como contundentes alegatos en favor de la paz. Sin duda hay un antes y un después para quien se haya enfrentado a estas dos obras maestras de la historia del cine, tal es la fuerza de sus imágenes.

Dicha capacidad de persuasión se debe, por otra parte, a una innegable influencia del cine mudo en el uso del montaje: la hilada de soldados en procesión que ascienden hacia el cielo, la lluvia de monedas que se transforman en coronas fúnebres, el escuadrón de reclutas en posición de firmes transfigurado en una interminable ringlera de cruces blancas...

Lo dice bien claro uno de los protagonistas al cantar, tras el arduo combate: "Una cruz la ganaremos seguro: si no es de hierro (condecoración) será de madera (sobre la tumba)". No hay piedad en las trincheras y los jóvenes de uno y otro bando son apenas carne de cañón. Y cuando la lucha se prolongue durante diez días eternos, las explosiones y la continua lluvia de balas no habrán dejado piedra sobre piedra: inútil sacrificio de vidas humanas.



Algunos reclutas son martirizados por el recuerdo de sus respectivas familias, de sus novias que estarán bailando y riendo con otro mientras ellos padecen en primera línea de fuego. Otros, moribundos en tierra de nadie, implorarán en vano ayuda mientras tienen un último recuerdo para sus madres. Imposible que, frente a semejante adversidad, no nazca una camaradería inquebrantable entre ellos. Puede que al principio los veteranos se burlen de los novatos recién incorporados a filas, pero la necesidad obliga y todos acabarán formando una gran familia.

En definitiva, de los hallazgos de Milestone y de Bernard beberán otros cineastas posteriormente, pues ni El gran dictador (1940) ni Senderos de gloria (1957), por sólo citar un par de ejemplos canónicos, habrían existido jamás sin el modelo proporcionado por ellos.


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