jueves, 23 de junio de 2016

Un domingo en el campo (1984)






Título original: Un dimanche à la campagne
Director: Bertrand Tavernier
Francia, 1984, 90 minutos

Un domingo en el campo (1984) de B. Tavernier

Es una película ocre: ocres son las hojas de los árboles del bosque que rodea la casa de Monsieur Ladmiral; ocre es el color que predomina en su jardín: las flores son de color ocre; el reflejo de la luz del atardecer sobre las cosas y sus habitantes; las sillas de mimbre: todo se tiñe de ese color en Un dimanche à la campagne.

Dos son los cineastas cuyo influjo deja sentir Bertrand Tavernier en esta película: por un lado el Renoir de Una partida de campo (Partie de campagne, 1936) y, por otro, el Visconti crepuscular y decadentista de El gatopardo (Il gattopardo, 1963) o Muerte en Venecia (Morte a Venezia, 1971). Se podría pensar, incluso, en Ozu por la manera de tratar el tema familiar, de no ser porque la cámara revolotea de aquí para allá, muy al contrario del estatismo que predomina en el cine del japonés.



De todas formas, el letargo que se respira en dicho entorno lo romperá de manera momentánea la llegada de la efusiva Irène (Sabine Azéma), la cual revoluciona la sobremesa dominical con el ímpetu de sus sentimientos a flor de piel de mujer liberada y anticonformista. Su paso fugaz por los dominios familiares supondrá un fogonazo de vida antes de que las aguas vuelvan a su cauce y el sopor vuelva a ahogar, ahora definitivamente, un modo de vida que se extingue poco a poco.

Es el mundo de 1912, el ambiente impresionista anterior a la Gran Guerra que describió Pierre Bost en su novela Monsieur Ladmiral va bientôt mourir y que Colo Tavernier (exmujer del realizador) supo convertir en un guion que sería recompensado con el César (al igual que la delicada fotografía de Bruno de Keyzer y la interpretación de Sabine Azéma) y que serviría también para que Bertrand Tavernier triunfase en Cannes como mejor director.


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