miércoles, 29 de junio de 2016

Mollenard (1938)








Título alternativo: Capitaine corsaire
Director: Robert Siodmak
Francia, 1938, 106 minutos

Mollenard (1938) de Robert Siodmak

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi Dios la libertad;
mi ley, la fuerza y el viento;
mi única patria, la mar.

Espronceda

Mollenard es ese tipo orondo que vemos en el cartel de la película, con la gorra de marinero sempiternamente calada y un puro colgando del labio. De vuelta de todo, nada le intimida si no es la hipocresía del mundo pequeñoburgués del que un día decidió evadirse: como el capitán pirata de Espronceda en el estribillo de la célebre canción que le dedicó, Mollenard podría decir de sí mismo que "su única patria es la mar". Porque, de hecho, se dedica al tráfico de armas cerca de Shangái, aunque más tarde se vea forzado a regresar a Dunkerque, donde, a pesar de ser recibido como un héroe, le esperan también su mujer e hijos...

Porque la esposa, a nuestra izquierda en el cartel, es esa mujer seca de carácter adusto que le aguanta la mirada: carente del sentido de la aventura, para ella las andanzas del marido no son más que la prueba fehaciente de su negligencia en cuestiones familiares. Es imposible verla actuar y no odiarla, tan desabrido resulta su temperamento. Aunque los hombres de Mollenard acudirán al rescate del admirado patrón para devolverlo, a pesar de la enfermedad, a su medio natural.



La importancia de Mollenard/Capitaine corsaire radica en el hecho de que prefigura diversos géneros: por una parte, las escenas ambientadas en China anuncian algunos de los estereotipos que serán habituales en el Cine negro; por otra, las desavenencias familiares entre el marino y su esposa e hijos se enmarcarían en la tradición del realismo poético francés.

¿Y qué pinta Robert Siodmak (1900–1973) rodando películas en Francia? Pues lo de tantos alemanes en los años treinta: hacer tiempo mientras huían de los nazis antes de dar el salto definitivo a Hollywood. En suelo francés apenas rodaría un título más (Trampas, con Maurice Chevalier), para debutar en América, ya en 1941, gracias a West Point Widow.

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