domingo, 14 de febrero de 2016

Madame de... (1953)











Director: Max Ophüls
Francia/Italia, 1953, 105 minutos



Madame de... porta soudain ses mains à ses oreilles et, l'air égaré, s'écria :
- Ciel ! Je n'ai plus mes boucles d'oreilles ! Elles ont dû tomber pendant la valse.
- Non, non, vous n'en aviez pas ce soir, lui affirmèrent toutes les personnes qui l'entouraient alors.
- Si, je les avais, je les avais, j'en suis sûre, dit-elle et, cachant toujours ses oreilles dans ses paumes, elle courut à son mari :
- Mes boucles d'oreilles ! Mes deux cœurs ! Je les ai perdus, ils sont tombés ! Voyez, voyez, fit-elle en écartant ses mains.
- Vous ne portiez pas de boucles d'oreilles ce soir, répondit Monsieur de...

Madame de...
Louise de Vilmorin



Porque los pendientes son los verdaderos protagonistas de esta historia, claro... Max Ophüls no podía saberlo, pero apenas le quedaban cuatro años de vida cuando estrenó Madame de..., adaptación de la novela corta de Louise de Vilmorin. Tras su aventura americana, el realizador alemán dio lo mejor de sí mismo en cuatro filmes antológicos rodados en Francia que representarían, a la postre, su testamento fílmico: La ronda (1950), El placer (1952), la ya mencionada Madame de... (1953) y Lola Montes (1955).



En todos ellos se aprecia un gusto casi obsesivo por los ambientes decimonónicos así como la misma escritura caligráfica de un cineasta que supo hacer del plano secuencia su recurso más efectivo para llevarnos de la mano. El mundo en el que Ophüls sitúa sus historias, presidido por la elegancia, el refinamiento y la exquisitez, es un mundo que ya no existe: las sucesivas guerras mundiales se encargaron de dinamitarlo. Pero como le ocurría al novelista Stefan Zweig, Ophüls no puede sustraerse a la fascinación que sobre él ejerce la sofisticación europea de sus ambientes más distinguidos.

Louise (Danielle Darrieux) y Donati (Vittorio De Sica)

En Madame de... los carnés de baile, los carruajes, el boato de las veladas con frac y chistera, los duelos, los candelabros, el suntuoso vestuario (nominado al Óscar), los criados solícitos, los palacetes opulentos, los amoríos de opereta, los señores con monóculo... todo, absolutamente todo, actúa de marco ideal para una historia en la que los caprichos del azar no quieren que la protagonista se separe ni de sus preciados pendientes ni de los dos hombres entre cuyo amor se debate.

Jean Debucourt (el joyero Rémy) y la condesa

Acaso porque junto a los valiosos colgantes se alzan varios enigmas que les roban protagonismo: esta es una película que empieza y, sobre todo, acaba con un gran interrogante. ¿Cuál es el apellido de la señora? ¿Quién vence en el duelo final? De nada sirve preguntárselo, ya que quizá se nos ha ido dando la respuesta a lo largo de la historia: Louise es cualquier mujer de su tiempo, el prototipo de aristócrata que se deja llevar por los convencionalismos de su clase social, cuando no es víctima de ellos. Así las cosas, la hipocresía y la falsa moral rigen su vida como la de tantas mujeres de aquel entonces. No hay más que ver cómo el General André y ella se tratan de usted y duermen en camas separadas, al tiempo que ambos tienen sus respectivos amantes: él se las compone con Lola (la italiana Lia di Leo) y ella con el Barón Fabrizio Donati (el también italiano Vittorio De Sica).

Así que, si bien se mira, el interrogante final tal vez no sea más que un apunte pesimista, apenas una manera de decirnos que fuere el que fuere el desenlace habrá sido tan solo una veleidad más del destino antojadizo.

La condesa Louise probándose los pendientes de la discordia

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