lunes, 15 de febrero de 2016

La ley del mercado (2015)




Título original: La loi du marché
Director: Stéphane Brizé
Francia, 2015, 93 minutos

La ley del mercado (2015)


Como tantos otros parados, Thierry Taugourdeau no tiene más remedio que comenzar de cero y adentrarse en las procelosas aguas del mercado de trabajo: currículums, entrevistas, empleos mal remunerados y por debajo de su categoría profesional... Y eso cuando no debe soportar las impertinencias de algún entrevistador o la ineptitud de algún funcionario incompetente. Aunque lo peor todavía está por llegar...

Tanto y tan convincentemente se ha metido en el papel Vincent Lindon que en el último festival de Cannes se hizo con el premio al mejor actor. A lo cual hay que sumar los casi diez minutos de aplausos con el público en pie que mereció la película de Stéphane Brizé. Por su temática y estilo (incluyendo a actores no profesionales en el reparto), La ley del mercado entronca directamente con filmes como Dos días, una noche (Jean-Pierre y Luc Dardenne, 2014) o Recursos humanos (1999) y El empleo del tiempo (2001), ambas de Laurent Cantet.

Qué duda cabe que la precariedad laboral es un tema de candente actualidad, máxime cuando nos vemos abocados, como el protagonista de esta película, a trabajar finalmente en contra de los que padecen las mismas fatigas que uno mismo. Ni por su edad ni por su formación ni por su situación familiar podía permitirse Thierry el lujo de escoger, así que cuando se le presenta la oportunidad de trabajar como empleado de seguridad en una gran superficie cree haber resuelto momentáneamente la difícil circunstancia en la que se encuentran tanto él como su mujer e hijo.



El dilema moral está, pues, servido: ¿con qué derecho puede exigir a los clientes del supermercado, o incluso a veces a sus propios compañeros, que devuelvan los productos que pretendían llevarse sin pagar si él conoce en primera persona la necesidad que les empuja a hacerlo? He ahí donde radica en realidad la verdadera injusticia de un sistema a todas luces perverso.

Pero Brizé ha sido astuto calculando los tiempos: el primero en pasar por el cuarto de los pillados in fraganti es un arrogante joven de origen magrebí que ha robado un cargador de móvil. "¿Y qué?", se dirá el espectador: "sólo por lo jactancioso de su actitud merece ser detenido". Pero ¿qué pensar cuando por esa misma habitación vayan desfilando ancianos, amas de casa y hasta alguna cajera? Esa es sin duda la pregunta que se acaba haciendo el protagonista.

En todo caso, la lástima es que en la vida real no todo el mundo tenga la valentía de Thierry: quizá por ello, cuando en la escena final vemos alejarse su coche, nos queda la sensación de que el desenlace, aunque bienintencionado, peca un tanto de inverosímil. De ahí que se aplauda como gesto heroico lo que tal vez no sea más que una forma fácil de redimir conciencias. Y es que el personaje interpretado por Vincent Lindon no solo deja plantada a su empresa sino que también nos deja plantados a los asistentes a la proyección, como si nos retara a pasar a la acción dando a entender algo así como: "Yo ya he tomado una decisión: ¿hasta cuándo vais a seguir vosotros siendo espectadores pasivos de esta injusticia?"



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