Director: Emilio Martínez Lázaro
España, 1978, 93 minutos
Las palabras de Max (1978) |
Quién le había de decir a Emilio Martínez Lázaro que al cabo de los años terminaría dirigiendo las películas más taquilleras de la historia del cine español. Mucho antes de los apellidos vascos o catalanes, mucho antes incluso de los lados de la cama (el uno y el otro), un joven y progre Martínez Lázaro debutaba en el largometraje (en solitario, puesto que antes había participado junto a Bellmunt, Chávarri y Vallés en la dirección de Pastel de sangre) con Las palabras de Max, ganadora en Berlín junto a Las truchas de José Luis García Sánchez.
Se trata de una película típica del cine de la Transición, producida por Elías Querejeta y protagonizada por su hija Gracia, Héctor Alterio, Myriam de Maeztu y el sociólogo Ignacio Fernández de Castro (1919-2011). Este último es Máximo Gascón, Max, un personaje que oscila entre la lucidez y el egoísmo, pero que a fuerza de darle demasiadas vueltas a las cosas acabará quedándose solo. Ya en la escena inicial (nueve minutos de llamadas telefónicas a altas horas de la noche, algunas de ellas a personas a las que hace años que no ha visto) revelan el carácter obsesivo de Max. En su aspecto un tanto desaliñado, en sus barbas y casi melena, se averigua la expresión de un medio loco. En realidad, quien pasó en el manicomio una temporada fue su amigo Julián (Héctor Alterio), con el que se reencuentra casualmente paseando por las calles de Madrid.
Separado de su mujer desde hace tiempo, Max suele dar largas caminatas junto a Sara, su hija adolescente (Gracia Querejeta). Aunque quien en teoría es un hombre progresista terminará por mostrar su lado más posesivo y controlador, lo mismo con Sara que con Luisa (Myriam de Maeztu), la joven cantante con la que ha entablado una relación sentimental.
Las palabras de Max, rodada a lo largo de cuatro etapas distintas comprendidas entre 1976 y 1977, no cuenta unos hechos en concreto sino que muestra la vida cotidiana de unos personajes hablando en sitios (de ahí el título). Lo malo es que las palabras del protagonista, un perfecto maniático obsesionado por su pasado y capaz de herir con sus comentarios a quienes le rodean, le conducirán irremisiblemente a la soledad.
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