sábado, 6 de febrero de 2016

Raza (1942)




Director: José Luis Sáenz de Heredia
España. 1942, 102 minutos

Raza (1942) de José Luis Sáenz de Heredia


El denominado cine de cruzada quedaba oficialmente inaugurado, como si de un pantano se tratase, con el estreno de Raza el cinco de enero del 42. De todos es sabido que el guion de un filme tan sumamente rancio fue escrito por Franco bajo el pseudónimo de Jaime de Andrade, lo cual no resulta del todo sorprendente a juzgar por lo ampuloso de las no pocas proclamas profascistas que contienen los diálogos: más que actuar en una película, da la impresión de que los actores estén dando un mitin.

De todos modos, ya que sería tan fácil cargarse una cinta como esta por lo inasumible de la ideología que hay detrás de ella, vale la pena al menos detenerse a comentar algunos aspectos de lo que hoy en día debe ser visto como un documento histórico que posee el interés de ayudarnos a conocer qué motivaciones y mitos alentaban al bando nacional.

En primer lugar, la decisión de que el filme se titulase Raza no solo apunta, como sería lógico pensar, en la dirección marcada por la exaltación aria del fascismo sino que posee unas connotaciones más amplias, habida cuenta de que ya desde 1913 se celebraba el 12 de octubre bajo la denominación de Día o Fiesta de la Raza. De esta manera se pretendía no tanto justificar el alzamiento nacional (que también) sino sobre todo enaltecer la esencia de unos valores, presentes a uno y otro lado del océano, que se consideraba que habían sido puestos en peligro en especial durante la República, pero también previamente. Por eso la acción arranca en 1898, justo antes de la guerra de Cuba, y no en 1936. Se pretende así subrayar que el mal viene de antiguo y la forma de demostrarlo es crear una familia, los Churruca, en cuyo seno, a pesar de ser depositaria de unas hondas virtudes añejas, se ha ido incubando la misma inquina que años más tarde asolará a todo el país. 

Esa mala voluntad la encarna en la película Pedro, personaje inspirado claramente en Ramón Franco, el hermano republicano del Caudillo. Hay que reconocer el acierto de los encargados del casting al elegir al niño que interpreta a Pedro Churruca durante su infancia (Ángel Martínez), ya que se parece enormemente a José Nieto, el actor que lo interpretará de adulto. Lo que ya no resulta tan inteligente es el modo de marcar que él es el malo y su hermano José (Alfredo Mayo) el bueno. Si este último es guapo y obediente, Pedro es interesado, tacaño y violento: método de lo más burdo para dejar bien a las claras que los futuros republicanos son malvados de nacimiento. Concepción maniquea que volverá a repetirse al final de la película con la precipitada e inverosímil conversión de Pedro. Por cierto que este mismo procedimiento (el de mostrar al hijo rojo/descarriado como un niño que ya era rarito de pequeño) lo utilizaría también Edgar Neville dos décadas después en Mi calle, aunque esa es otra historia.

El resto es pura propaganda hueca: la exacerbada valentía castrense de cartón piedra, la apología del espíritu de sacrificio, el elogio del deber inquebrantable y demás monsergas no evidencian más que un acentuado masoquismo que a la postre se revelaría rotundamente ineficaz, toda vez que en 1950, y ya en la tesitura de querer aliarse con EE.UU., se reestrenó la película con nuevo título (Espíritu de una raza) y habiendo eliminado del metraje los saludos fascistas y algunos diálogos de los que ahora no convenía presumir. De modo que lo que dos lustros antes fue encomio de los valores totalitarios pasaba a ser por arte de magia (y por falta de escrúpulos) un alegato anticomunista. Desde luego, esto sí que es una transición y lo demás son tonterías.

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