Director: Francisco Rovira-Beleta
España, 1962, 109 minutos
No estaba asustado. Bueno, no mucho... No lo sabía.
No sabía nada. Corría así, de esta manera... Corría, estaba corriendo. No sabía si estaba cansado. No sabía nada. Ni siquiera dónde estaba. Había empezado y debería terminar. Todos los músculos de su cuerpo jugaban a ser nervios. Y los nervios jugaban a ser músculos. Y los pies eran como las manos. Y las manos le colgaban a los lados, como racimos.
Había empezado a correr con las manos en los bolsillos, durante largo tiempo, no recordaba cuánto. Pero aquello no era correr. Para correr es preciso darse cuenta de que se corre. Y no tenía sensación de estar corriendo. Ni los demás tampoco. Los demás eran ellos, la gente, los que eran adelantados, los que venían de frente y se iban quedando retrasados. Nadie se interesaba por su galope, nadie...
Tomás Salvador
Los atracadores
Los atracadores
Así comienza la novela Los atracadores del hoy olvidado Tomás Salvador y, casi también, la adaptación cinematográfica que llevó a cabo Rovira-Beleta en 1962. Dividida en tres partes (Inquietud, Violencia y Muerte), muestra cómo unos muchachos son abocados a la delincuencia por culpa de una sociedad que no se ha esforzado lo suficiente en velar por su educación. Esa es al menos la tesis del filme, indicada de forma explícita por una voz en off que nos recuerda que siempre es mejor prevenir determinadas conductas desde la base antes que aplicar la pena de muerte cuando ya es demasiado tarde. Precisamente, si por algo es recordada Los atracadores es por la escena de la ejecución.
En ese sentido, el filme de Rovira-Beleta destaca por su crítica social hacia las contradicciones de un sistema que engendra, muchas veces sin ser consciente de ello, el crimen en su propio seno. Así pues, un personaje como "El Señorito" (interpretado por el francés Pierre Brice) es producto de la desidia de sus padres, ya que teniéndolo todo (estudios, dinero...) le privan, sin embargo, de lo más importante: cariño. Y así lo reconocerá públicamente su padre (Enrique Guitart) en la escena del juicio final.
De esas carencias le debe venir al "Señorito" el poder de subyugar a merced al "Chico" Ramón y al "Compare" Carmelo, hasta el punto de hacer con ellos lo que quiere. Aunque hay algo autodestructivo en él, de ahí que no le importe mucho dedicarse a atracar una farmacia o un cine en lugar de proseguir tranquilamente sus estudios de Derecho.
En cuanto a los aspectos más formales de la película, siempre es un placer ver algunos de los rincones más emblemáticos de Barcelona convertidos en plató: la Sagrada Familia, el hoy archivo de la Corona de Aragón, las Ramblas, el puerto y sus alrededores... También, aunque por su valor documental, esos ambientes sórdidos, habitados por personajes siniestros que parecen salidos de la novela Nada de Carmen Laforet: la dueña de la pensión, el "mago" que se aprovecha de Isabel (la francesa Agnès Spaak) y la abuela cómplice que le sirve el mejunje traicionero.
Por último, cabe mencionar la breve participación de María Asquerino como Asunción (la amante del abogado, padre de "El Señorito") y de Sonia Bruno, quien debutaba de hecho con esta película (todavía bajo el nombre de Antonia Oyamburu) en el papel de la muda admiradora-compañera de fábrica de Ramón.
Rovira-Beleta (derecha) dando indicaciones a Manuel Gil (izquierda) y a Pierre Brice (centro) durante el rodaje de Los atracadores |
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