viernes, 15 de julio de 2022

Un verano con Mónica (1953)




Título original: Sommaren med Monika
Director: Ingmar Bergman
Suecia, 1953, 96 minutos

Un verano con Mónica (1953) de Bergman


Amor y verano son dos palabras que acostumbran a ir juntas, sobre todo durante la adolescencia. Aunque en manos de un cineasta de la altura de Ingmar Bergman dicha combinación adquiere proporciones de obra maestra. De hecho, ya en su etapa como críticos de la prestigiosa Cahiers du cinéma, los futuros realizadores de la Nouvelle vague supieron apreciar las muchas virtudes de Sommaren med Monika (1953), elevándola a los altares de una cinefilia que, desde entonces hasta nuestros días, no ha cesado de considerarla entre los títulos más relevantes (¿y cuál no lo es?) de la filmografía de su autor.

En líneas generales, el argumento no pasa de ser un típico relato iniciático de dos jóvenes que, hastiados de la existencia gris que llevan en la gran ciudad, deciden fugarse juntos en busca de nuevos horizontes donde poder hallar la felicidad. Sin embargo, ese estado efímero y prácticamente inaprensible no tardará en esfumarse cuando la euforia inicial dé paso a los primeros sinsabores de su cada vez más precaria vida en común.



Se ha hablado mucho del erotismo que desprende Harriet Andersson en esta película, incluso de hasta qué punto se percibe que Bergman andaba enamorado de una actriz a la que filma con suma delicadeza, recreándose en los pormenores de su voluptuosa belleza nórdica. Tanto es así que la efigie semidesnuda de la intérprete se ha convertido en uno de los iconos más reconocibles del cine sueco de todos los tiempos.

Pero al margen del alboroto que suscitó el desnudo integral de la susodicha entre las rocas de la isla de Ornö, lo más destacable del filme que nos ocupa reside en la maestría con la que su director supo captar los entresijos de una relación en la que la luz de los primeros días en libertad contrasta con la lobreguez del invierno. O lo que vendría a ser lo mismo en clave metafórica: de cómo las ilusiones perdidas degeneran en la más absoluta de las desdichas. Bergman, dotado de una sensibilidad exquisita, aprovecha el último plano de la película para expresar en imágenes la fragilidad de los sueños de los protagonistas: mirándose al espejo de la tienda de cristales y porcelanas en la que solía trabajar, el mismo en el que se mira Mónica al inicio del filme, Harry (Lars Ekborg) rememora los días felices que pasó junto a su amada. El trapero, ajeno a tales ensoñaciones, arrastra indolente los muebles que pertenecieron a la pareja.



4 comentarios:

  1. Bueno, esto ya son palabras mayores.

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    1. Bergman es uno de los pilares del cine moderno: cuanto más profundizo en su obra, más me convenzo de ello.

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  2. Conocía su fama y sus imágenes más icónicas, que no auguraban una historia tan trágica. Bergman conjuga una puesta en escena de aparente sencillez mientras la pareja protagonista vive momentos de felicidad, acompañándose de muchos planos generales de una naturaleza luminosa, con esa forma de penetrar en lo más misterioso y terrible del alma humana a través de los primeros planos que parece haber inventado donde la mirada de los personajes, intensa e insondable, se cruza con la del espectador.

    Un clásico con mayúsculas que acabo de descubrir. Y no puedo por menos que felicitarte por tu certera reseña y por abordar con tu habitual rigor y exhaustividad la filmografía de uno de los mejores realizadores de todos los tiempos.

    Un abrazo.

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    1. Gracias a ti por tu fidelidad, Ricard. Me has alegrado la tarde con tu comentario.

      Un abrazo.

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