viernes, 1 de mayo de 2020

El cabezota (1982)




Director: Francisco Lara Polop
España/Méjico, 1982, 94 minutos

El cabezota (1982) de Francisco Lara Polop


Coproducida con Méjico y rodada en los valles de Cangas de Onís (Asturias), entre cuyos enclaves más típicos se puede apreciar el inconfundible arco apuntado del puente medieval sobre el río Dobra, El cabezota es, sin embargo, una película muy italiana. Y no sólo porque esté basada en la novela Capodiferro, del actor Fausto Tozzi, sino porque su referente más inmediato habría que buscarlo en filmes de los hermanos Taviani como, por ejemplo, Padre padrone (1977). De hecho, Álvaro de Luna, eternamente encasillado en el papel de Algarrobo, tiene aquí, no obstante, algo de Omero Antonutti. O, al menos, de su versión edulcorada y de estar por casa.

La historia de un hombre de pueblo, orgulloso de su tozudez, que no ve con buenos ojos que su hijo tenga que ir obligatoriamente a la escuela a consecuencia de lo decretado por la Ley Moyano de 1857. Suerte que el individuo en cuestión, un viudo que responde al nombre de Pedro Pinzales, si bien todo el mundo lo conoce por el elocuente mote que da título a la película, es, en el fondo, más sensible de lo que aparenta. Y que su hijo, el Cabezota segundo, un niño ocurrente y algo resabido, es aún más terco que el padre. Aunque bastará con que llegue al lugar una maestra angelicalmente hermosa (la mejicana Jacqueline Andere) para que, a pesar de todo, se acabe imponiendo la cordura.

El niño Juan Miguel Manrique (Pedrín, el Cabezota segundo)

Pocos títulos en la filmografía del valenciano Francisco Lara Polop (1932–2008) responden a parámetros similares a los de esta cinta, enmarcada en un, hasta cierto punto, cine con "mensaje", familiar y para todos los públicos. Refuerza el componente bienintencionado del guion, coescrito entre Manolo Summers, Enrique Llovet y el propio Lara Polop, una partitura de lo más emotivo, de toques ligeramente localistas (como la canción dedicada a ensalzar la belleza de Coviella), compuesta por Antón García Abril.

Que estamos en una tierra históricamente reacia a la educación y al progreso no hace falta repetirlo dos veces. A este respecto, la pregunta recurrente de Pinzales ("¿Para qué sirve leer y escribir?") no es sino la constatación del origen de todos los males: la ignorancia de un aldeano, muy sabio y observador para las cosas del campo, pero que desconfía de todo cuanto proceda de instancias oficiales más allá de su terruño.


No hay comentarios:

Publicar un comentario