lunes, 23 de febrero de 2015

Whiplash (2014)




Director: Damien Chazelle

EE.UU., 2014, 107 minutos

Whiplash (2014) de Damien Chazelle


La historia del jazz ha conocido a portentosos baterías, desde Gene Krupa hasta Max Roach, pasando por Pete La Roca o Elvin Jones. Lo cual tiene mérito tratándose de un instrumento aparatoso y, al menos en apariencia, menos atractivo que el saxo o el piano: eternamente parapetado tras sus tambores, el baterista ve a menudo sacrificado su protagonismo dentro del grupo en beneficio de llevar el peso de la sección rítmica. De lo que no cabe ninguna duda es de que para ser un virtuoso de semejante artefacto se requieren una fuerza y un carisma al alcance de muy pocos.

De este y otros temas trata la oscarizada Whiplash, dirigida por el jovencísimo Damien Chazelle (con apenas treinta años, ésta es la tercera película que realiza). Antes de ser un largo, Whiplash fue un cortometraje de 18 minutos, premiado en Sundance, estrenado en 2013 e interpretado por otros actores. Aunque anoche, la Academia de Hollywood premió la versión extensa con tres galardones: Mejor actor secundario (J. K. Simmons, quien previamente ya se había hecho con el Globo de Oro y el BAFTA en la misma categoría), Mejor montaje (Tom Cross) y Mejor sonido (por la labor conjunta de Thomas Curley, Ben Wilkins y Craig Mann). También fue nominada (pese a que finalmente no pasó de ahí) como Mejor película y Mejor guion adaptado.



Pero a pesar de los muchos premios recibidos por el filme, nos queda la incógnita de si los métodos empleados por el profesor Terence Fletcher son lo suficientemente verosímiles. Que son inadmisibles parece bastante evidente, si bien ¿cómo es posible que nadie se rebele en clase cuando Andrew es humillado una vez tras otra? Los continuos ataques verbales de los que es objeto el aspirante a batería (e incluso físicos, puesto que llega a abofetearlo) sublevan sin duda al espectador y, sin embargo, mientras se producen en el aula del conservatorio, extrañamente ningún alumno mueve ni un dedo... Lo que sí que termina ocurriendo es que, por puro mimetismo, se acaban perdiendo el respeto los unos a los otros en los momentos de máxima tensión, como si los aprendices de músico hubiesen asumido como algo natural el gritarse e insultarse. Claro: si a primeras de cambio, cualquiera con un mínimo de decencia le hubiese parado los pies al tal Fletcher no hubiera habido ni duelo interpretativo profesor/alumno ni película ni nada. Lo cual demuestra que una película no es un teorema cartesiano sino algo más bien relacionado con las vísceras: que la historia no sea creíble queda perfectamente justificado si con ello se logra el magnífico tour de force en el que se verán envueltos los personajes.

Aun así, sigue siendo un poco chirriante la posible moraleja que encierra Whiplash: ¿se está insinuando que en el fondo no es tan grave actuar como lo hace este profesor, especie de van Gaal jazzístico? ¿Que la consecución del éxito final disculpa o, como mínimo, atenúa todo el calvario previo? Porque de ser así sería verdaderamente terrible, ya que, en no pocos momentos de la trama, Fletcher está más cerca del Sargento Hartman de La chaqueta metálica de Kubrick que no de lo que debiera ser el profesor ideal. Cierto que le vemos derramar alguna que otra lagrimilla (para que luego no se diga, claro), pero solo en contadas ocasiones.

De todas formas, siempre nos quedará The Gene Krupa Story (dirigida por Don Weis en 1959) como retrato más amable de un batería de jazz: puede que Sal Mineo no ensayara cuatro horas al día, tres veces por semana (como se rumorea que tuvo que hacer el actor protagonista de Whiplash), pero aporreaba los tambores con la misma soltura que Miles Teller. Y sin tanta sangre manchándolo todo...


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