viernes, 14 de junio de 2019

La ciénaga (2001)




Directora: Lucrecia Martel
Argentina/Francia/España/Japón, 2001, 103 minutos

La ciénaga (2001) de Lucrecia Martel


Calor soporífero. Un rincón olvidado en la provincia de Salta. Derrengados sobre hamacas, los protagonistas de esta historia se arremolinan ebrios en torno a la pileta familiar. Bueno, historia: en realidad, La ciénaga (2001) no sigue una estructura narrativa convencional. Se trata, más bien, de escenas inconexas en la vida de unos personajes: seres abúlicos cuyo principal objetivo en la vida parece ser dormir, beber y ver la televisión.

No hay más que fijarse en cómo se revuelcan en la cama para darse cuenta, en el acto, de que su indolencia no tiene remedio: el suyo es un mal endémico que se transmite de padres a hijos. Y es que estas dos familias, sobre todo la de Mecha (Graciela Borges), son, en cierto modo, la alegoría de todo un país. O, por lo menos, de amplios sectores de la sociedad argentina.



El marido con el pelo teñido; la esposa y su lastimado pecho lleno de cicatrices; el hijo mayor que se enzarza en reyertas de feria; las chicas que pasan el día en la ducha o tomando el sol; los más pequeños, ataviados con sus escopetas en ristre, cazando gorriones en mitad del bosque. Y, mientras tanto, el benjamín de la casa, niño inquieto donde los haya, asciende peldaño a peldaño por una escalera reclinada contra una pared del patio... El mismo lugar que se inunda cuando diluvia; el mismo en el que tienen la tortuga.

Pero es que el resto de la población está igualmente tronado. ¿O acaso es normal ver a la Virgen María en un tejado junto a un depósito de agua? Con su estilo inconfundible, la cineasta Lucrecia Martel radiografía las interioridades de unos seres sin demasiado espíritu para los que el summum de su aburrida existencia es agarrar el auto el fin de semana para ir a Bolivia.


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