Título original: M
Director: Fritz Lang
Alemania, 1931, 117 minutos
M, el vampiro de Düsseldorf (1931) |
La silueta de Peter Lorre, en forma de inquietante sombra, se proyecta sobre el cartel que anuncia una suculenta recompensa de diez mil marcos destinada a quien logre dar con el asesino de niñas que aterroriza a la ciudad. Y lo hace apenas unos segundos antes de dirigirse a su próxima víctima, precisamente una de esas inocentes criaturas, que hasta hace unos instantes estaba lanzando su pelotita contra dicha pared. Hace falta ser un consumado cineasta, sabedor de la importancia de la imagen en un arte eminentemente visual, para concebir una semejante entrada del personaje protagonista.
Talento, sí, pero sobre todo valor: porque la visión que arroja M de la Alemania del momento y de sus autoridades no puede ser más demoledora. Un país en el que los unos recelan de los otros, cuya policía es incapaz de dar con el criminal más buscado y donde el hampa demuestra poseer un grado de eficiencia muy superior era terreno abonadísimo para el inminente ascenso de los nazis al poder.
M supuso, por otra parte, la primera incursión sonora de Fritz Lang, lo cual no fue óbice para que el realizador hiciese un uso magistral de las posibilidades que ofrecía el nuevo sistema. La más recordada, tal vez la más ingeniosa, es la melodía del Peer Gynt de Edvard Grieg ("En la gruta del rey de la montaña") que no sólo acaba delatando al culpable, sino que actúa de verdadero leitmotiv durante todo el filme (por cierto: ver la versión restaurada del mismo nos depara la sorpresa de comprobar que la música tenía mucho menos peso en el montaje original que no en ulteriores copias adulteradas que han solido circular de este clásico del expresionismo alemán).
Sea como fuere, las interioridades de ese mundo subterráneo en el que el crimen organizado juzga y condena a Hans mantienen intacta su fuerza a pesar de los casi noventa años transcurridos desde su filmación. Un portento de elocuencia y de parodia del sistema judicial de la República de Weimar, premonitorio de la farsa en la que se iba a convertir la democracia germana en breve.
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