Director: Andrzej Wajda
Polonia/Alemania/Francia, 1990, 118 minutos
Korczak (1990) de Andrzej Wajda |
Un grupo de niños juega despreocupadamente a la rayuela en plena calle. Junto a ellos, el cuerpo sin vida de un hombre desnudo yace olvidado sobre la acera. La escena, fugaz y aparentemente casual, resume, sin embargo, a la perfección el espíritu de una película como Korczak (1990), recreación biográfica que llevara a cabo el polaco Andrzej Wajda a partir de la figura del pedagogo Henryk Goldszmit (verdadero nombre de Janusz Korczak), compatriota suyo y personalidad clave en aquel país. Es ese lado cotidiano de la muerte, el haberse habituado a ella como si tal cosa, lo que impacta de una terrible instantánea del gueto de Varsovia en la que el orfanato dirigido por el protagonista supondrá la única esperanza para cientos de jóvenes.
Tal vez constituya una soberana obviedad el decirlo, pero tanto el tratamiento de la fotografía en blanco y negro como la manera de aproximarse a un hombre que, a pesar de sus luces y de sus sombras, se ve en la tesitura de querer ayudar al prójimo en mitad de la debacle nazi demuestran bien a las claras que Spielberg debió de inspirarse en Korczak a la hora de rodar, tres años más tarde, La lista de Schindler (1993). Si bien aquí nos libramos del lacrimógeno violín con sordina de Itzhak Perlman en beneficio de la más heroica partitura del siempre fastuoso Wojciech Kilar.
Con motivo de la reciente publicación de los diarios de Korczak (Seix Barral), la Filmoteca de Catalunya ha proyectado esta tarde la película que nos ocupa. En la presentación previa, Anna Rubió Rodon, Jerzy Slawomirski y Antoni Tort incidían en el carácter polémico de personaje y película. Idea en la que han ahondado durante el coloquio posterior. Porque siendo, como todo parece indicar, un judío asimilado, el Korczak descrito por Wajda no se ajustaba en absoluto a los estereotipos generalmente aceptados por las diversas facciones en liza: demasiado burgués para los marxistas, heterodoxo en exceso para los hebreos, su perfil reunía semejante gama de matices que acabó resultando incómodo para todos (de ahí el relativo olvido en el que ha terminado cayendo).
Sus métodos, por último, tampoco dejaban a nadie indiferente: conductor de un programa de radio en el que daba consejos a la juventud adoptando el papel de viejo doctor; promotor de una revista íntegramente redactada e impresa por y para adolescentes; garante de una suerte de autogobierno de los niños en el hospicio que administraba... Sistema, en definitiva, de lo más innovador, cierto, pero que deja traslucir al mismo tiempo un temperamento vehemente. Quizá por ello el guion de la hoy afamada realizadora Agnieszka Holland lo presentaba como un sereno estoico dispuesto a adentrarse en la niebla de Treblinka escoltado por sus pupilos mientras enarbola el estandarte con la estrella de David.
Tal vez constituya una soberana obviedad el decirlo, pero tanto el tratamiento de la fotografía en blanco y negro como la manera de aproximarse a un hombre que, a pesar de sus luces y de sus sombras, se ve en la tesitura de querer ayudar al prójimo en mitad de la debacle nazi demuestran bien a las claras que Spielberg debió de inspirarse en Korczak a la hora de rodar, tres años más tarde, La lista de Schindler (1993). Si bien aquí nos libramos del lacrimógeno violín con sordina de Itzhak Perlman en beneficio de la más heroica partitura del siempre fastuoso Wojciech Kilar.
Con motivo de la reciente publicación de los diarios de Korczak (Seix Barral), la Filmoteca de Catalunya ha proyectado esta tarde la película que nos ocupa. En la presentación previa, Anna Rubió Rodon, Jerzy Slawomirski y Antoni Tort incidían en el carácter polémico de personaje y película. Idea en la que han ahondado durante el coloquio posterior. Porque siendo, como todo parece indicar, un judío asimilado, el Korczak descrito por Wajda no se ajustaba en absoluto a los estereotipos generalmente aceptados por las diversas facciones en liza: demasiado burgués para los marxistas, heterodoxo en exceso para los hebreos, su perfil reunía semejante gama de matices que acabó resultando incómodo para todos (de ahí el relativo olvido en el que ha terminado cayendo).
Sus métodos, por último, tampoco dejaban a nadie indiferente: conductor de un programa de radio en el que daba consejos a la juventud adoptando el papel de viejo doctor; promotor de una revista íntegramente redactada e impresa por y para adolescentes; garante de una suerte de autogobierno de los niños en el hospicio que administraba... Sistema, en definitiva, de lo más innovador, cierto, pero que deja traslucir al mismo tiempo un temperamento vehemente. Quizá por ello el guion de la hoy afamada realizadora Agnieszka Holland lo presentaba como un sereno estoico dispuesto a adentrarse en la niebla de Treblinka escoltado por sus pupilos mientras enarbola el estandarte con la estrella de David.
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