lunes, 25 de septiembre de 2017

El conde Drácula (1970)




Título original: Nachts, wenn Dracula erwacht
Director: Jesús Franco
España/Alemania/Italia, 1970, 93 minutos



En la compleja maraña de versiones y más versiones que se han llevado a cabo sobre el personaje creado por el irlandés Bram Stoker (1847-1912), este Conde Drácula de Jesús Franco destaca por su contención: lejos de posteriores excesos de plasma y hematíes, en el año setenta el director, actor, pianista y alumno aventajado de Orson Welles aún era capaz de conducir con mano firme una cinta de terror equiparable en calidad artística con cualquier producción internacional. Contención, eso sí, que flaquea por momentos debido al abuso de primeros planos en los que los personajes miran fijamente a cámara. Pero, bueno: todo es perdonable en aras del horror.

Coproducida con Alemania e Italia, la película pasará, sin embargo, a la historia por anécdotas tan peregrinas como el ser la única en la que Christopher Lee lucía bigote. Aunque también es digno de recuerdo el Reinfierd compuesto para la ocasión por el siempre histriónico Klaus Kinsky, encerrado a perpetuidad entre cuatro paredes blancas acolchadas, alimentándose de moscas y sin pronunciar ni una sola palabra, más allá de algún que otro alarido.



Más interesante aún es el personaje de Lucy, estilizada vampiresa y prematura habitante de las tinieblas. Puesto que la actriz que le daba vida (Soledad Miranda) la perdió en un accidente de tráfico en Lisboa poco después de finalizar el rodaje, con lo que pasó a formar parte del club de los fallecidos a los 27 años, dejando tras de sí un puñado de películas de culto.

Hoy en día, es posible que este tipo de filmes den más risa que miedo (¡qué se le va a hacer!): que ya no hay retina que se deje impresionar por menos de un 3D o los sofisticados efectos especiales al uso. Pero hubo un tiempo en que con dos piedras y un palo (lo hemos dicho en anteriores entradas y no nos cansaremos nunca de repetirlo) genios como Franco (Jess, ¡no fastidiemos!) fueron capaces de hacernos creer que el castillo de Montjuïc estaba en Transilvania, levantando soberbios largometrajes que, más de cuarenta años después, resisten el paso del tiempo como si tal cosa. No sabemos si, de haber existido, Drácula y su cohorte de vampiros fueron realmente inmortales. En todo caso, quien sí que alcanzó hace ya bastante dicha categoría, y por méritos propios, es el bueno de Jesús Franco.


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