domingo, 7 de octubre de 2018

Utamaro y sus cinco mujeres (1946)




Título original: Utamaro o meguru gonin no onna
Director: Kenji Mizoguchi
Japón, 1946, 95 minutos

Utamaro y sus cinco mujeres (1946) de Kenji Mizoguchi


Si hubiera seguido estudios convencionales, no habría tenido la oportunidad de descubrir nada original en mí. Estudiando con la propia vida, he acabado creyendo que la vida es una escuela interminable, no sólo para el espectáculo, sino una escuela de humanidad y también de placer ¡Por todas esas escuelas he pagado las tasas de escolaridad!

Kenji Mizoguchi
Citado en Marcel Giuglaris, "Années d'apprentissage"
Cahiers du cinéma, 158, agosto-septiembre de 1964

La obsesión de Mizoguchi por los personajes femeninos de atormentada estrella tiene su origen en su más tierna infancia, cuando el padre —propietario de una fábrica suministradora de accesorios de caucho para el ejército— se vio obligado a vender como geisha a una de sus hijas tras haber quedado en la más absoluta ruina a raíz de la crisis de 1904. Rara es, por lo tanto, la película del director en la que alguna mujer no empuñe una daga con la finalidad de vengar quién sabe qué ultraje o para poner fin a un aciago destino.



En Utamaro y sus cinco mujeres (1946) el célebre pintor de estampas del período Edo es mostrado como un artista de exquisito refinamiento que no duda en utilizar la espalda de una de sus musas como el mejor de los lienzos, motivo que no sólo conecta con la ya mencionada pasión del cineasta japonés por las casas de placer, sino que prefigura la posterior fascinación de Peter Greenaway por el mismo tema en The Pillow Book (1996).

Filme de inusual belleza y sensualidad a flor de piel, escrito por Yoshikata Yoda (guionista habitual de Mizoguchi) a partir de una novela de Kanji Kunieda, la figura del dibujante aparece en todo su esplendor en dos momentos destacables: uno es el duelo pictórico con un retratista rival en las primeras escenas, del que Utamaro saldrá airoso vencedor por su notable habilidad a la hora de insuflarle vida a los retratos con la única ayuda del pincel; el otro es el sádico castigo que las autoridades imponen al pintor, quien deberá permanecer maniatado durante varios meses a causa del atrevimiento de uno de sus cuadros.


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