Título original: Zazie dans le métro
Director: Louis Malle
Francia, 1960, 93 minutos
Peroquienapestasí, se preguntó Gabriel, crispado. Te pongas como te pongas, no se lavan jamás. El periódico dice que en París no llegan al 11 por 100 los pisos con cuarto de baño, y no es que la cosa me sorprenda, pero uno puede lavarse de mil formas. Ninguno de éstos debe de hacer grandes esfuerzos. Claro que tampoco hay motivo para suponer que los han escogido entre los más guarros de París. Están aquí por casualidad. No veo por qué la gente de la estación de Austerlitz va a oler peor que la de la estación de Lyon. No, no hay motivo. Y, sin embargo, ¡qué olor!
Raymond Queneau
Zazie en el metro
Traducción de Fernando Sánchez-Dragó
La aparente inocencia del relato de una niña que pasa unos días en la capital visitando a sus tíos encierra, en realidad, un discurso de lo más subversivo. El planteamiento no era nuevo ni en cine ni, menos aún, en literatura: Vigo (Zéro de conduite, 1933), Cocteau (Les enfants terribles, llevada a la pantalla en 1950 por Jean-Pierre Melville) o Saint-Exupéry en Le petit prince ya se habían servido de él previamente. Quizá porque la verdadera revolución empieza y acaba con la infancia; tal vez porque la boutade infantil se presta más fácilmente que otros géneros para disfrazar cualquier mensaje ácrata sin levantar sospechas.
Sea cual fuere el motivo, lo cierto es que la versión de Louis Malle a partir del texto de Queneau marcó el inicio de no pocas secuelas en las que el mundo de los adultos es visto y, sobre todo, ridiculizado por los niños, desde la sueca Pipi Calzaslargas (1969) hasta Le petit Nicolas (adaptado al cine en 2009 por Laurent Tirard), pasando por el Manolito Gafotas de Elvira Lindo (Miguel Albaladejo dirigió la película en 1999). I bambini ci guardano ("Los chicos nos miran") que había dicho De Sica en su filme homónimo de 1944. Hasta el gran Ozu, ya en la recta final de su larga carrera, dedicó su particular homenaje a los más pequeños con Buenos días (Ohayô, 1959).
En el caso concreto de Zazie..., Malle se sirve de las persecuciones a cámara rápida como principal recurso para crear comicidad. Es una táctica que tanto él como su coguionista Jean-Paul Rappeneau han aprendido del cine mudo, en especial en las comedias de René Clair, con cuyo Un chapeau de paille d'Italie (1928) guarda no pocas semejanzas esta película. La música de Fiorenzo Carpi se encargará de hacer el resto: un ritmo frenético en el que la pequeña Zazie (Catherine Demongeot) se paseará a lo largo y ancho de París llevando a cabo un recorrido por los ajetreados ambientes de la capital que prefigura, en cierta manera, el realizado siete años más tarde por Jacques Tati en Playtime.
De hecho, hay algo en el sentido del humor de esta película que conecta con el universo de Monsieur Hulot, probablemente porque, en ambos casos, tanto los adultos que rodean a la niña como el personaje creado por Tati comparten una similar torpeza, muy propia de su naturaleza bufa. En ese sentido, el tío Gabriel (Philippe Noiret) o Trouscaillon (Vittorio Caprioli) podrían muy bien haber salido de Mon oncle (1958) o Tati haber hecho un cameo a las órdenes de Louis Malle en Zazie dans le métro.
En el caso concreto de Zazie..., Malle se sirve de las persecuciones a cámara rápida como principal recurso para crear comicidad. Es una táctica que tanto él como su coguionista Jean-Paul Rappeneau han aprendido del cine mudo, en especial en las comedias de René Clair, con cuyo Un chapeau de paille d'Italie (1928) guarda no pocas semejanzas esta película. La música de Fiorenzo Carpi se encargará de hacer el resto: un ritmo frenético en el que la pequeña Zazie (Catherine Demongeot) se paseará a lo largo y ancho de París llevando a cabo un recorrido por los ajetreados ambientes de la capital que prefigura, en cierta manera, el realizado siete años más tarde por Jacques Tati en Playtime.
De hecho, hay algo en el sentido del humor de esta película que conecta con el universo de Monsieur Hulot, probablemente porque, en ambos casos, tanto los adultos que rodean a la niña como el personaje creado por Tati comparten una similar torpeza, muy propia de su naturaleza bufa. En ese sentido, el tío Gabriel (Philippe Noiret) o Trouscaillon (Vittorio Caprioli) podrían muy bien haber salido de Mon oncle (1958) o Tati haber hecho un cameo a las órdenes de Louis Malle en Zazie dans le métro.
Philippe Noiret (el tío Gabriel) a los pies de la torre Eiffel |
Como muy bien destacas, el film enlaza con una tradición que se remonta al cine mudo. Y, sin embargo, es un título muy de su momento, muy Nouvelle Vague aunque Malle no pertenezca al movimiento en sentido estricto.
ResponderEliminarUn abrazo.
Totalmente de acuerdo. El mérito principal de la puesta en escena ideada por Malle reside en el hecho de que consigue que su película actúe como bisagra entre dos mundos: el humorismo libertario de un René Clair o el primer Renoir y la espontaneidad de los Godard o Truffaut, respectivamente.
EliminarSaludos.