Director: José Buchs
España, 1948, 97 minutos
Corría la primera mitad del siglo diez y nueve... A partir del año 1831, la impopularidad de Fernando VII se destacó con las más agudas y turbulentas aristas. El reconocimiento de doña Isabel como princesa de Asturias, no admitido por el infante don Carlos, el cruel sistema de represiones y la inestabilidad de los Gobiernos crearon un ambiente turbio y tenebroso entre cuyas sombras se fortalecieron las conspiraciones, surgiendo entre ellas algún tipo romántico y audaz semejante a este sevillano don Juan de Mairena, cuyas aventuras sirven de tema para la presente película.
Contrariamente a lo que pudiera pensarse, el don Juan de Mairena que da título a esta película nada tiene que ver con el apócrifo profesor creado por Antonio Machado algunos años antes. En este caso, más que por su sabiduría, el apuesto protagonista interpretado por Roberto Rey destaca debido a una intrepidez y rectitud a prueba de bombas. Y como acostumbra a suceder con el héroe arquetípico en multitud de ocasiones, este don Juan lleva una doble vida: respetable prócer en la Sevilla decimonónica y, a la vez, bandolero enmascarado valedor de la causa liberal.
Este último detalle poco o nada tiene de inocente: a fin de cuentas, no hay que olvidar hasta qué punto la censura franquista gustaba servirse del pasado para justificar la existencia del Régimen en el presente. Y, claro, que un partidario de Torrijos y detractor de Fernando VII sufragase los dispendios liberales mediante ingresos obtenidos a través de actividades delictivas no dejaba de ser una forma de demonizarlo, por más simpático que se lo pinte después. No es el único elemento de este tipo que puede hallarse en el guion: Jacobo (Manrique Gil) es caracterizado, por ejemplo, como un pérfido usurero de perilla puntiaguda. Además de ser uno de los antagonistas de la historia, como severo tutor de la pobre Isabel (Lolita Vilar), su ocupación y nombre ponen de manifiesto el origen hebreo del personaje, de lo que se deduce, en este caso, un contubernio más judaico que masónico. Al que cabría añadir, como dato igualmente significativo, el hecho de que el menos fiel de los bandidos que integran la partida de Mairena sea apodado precisamente El Rojo...
Por lo demás, y según era costumbre en el cine español de los años cuarenta y cincuenta, Aventuras de don Juan de Mairena respondía al patrón de película construida con elementos autóctonos a partir de esquemas típicos del wéstern americano. Así pues, aparte de los ya mencionados bandoleros, no podían faltar los números musicales folclóricos de inspiración flamenca ni las persecuciones a caballo ni, menos aún, el criado gracioso que sirve de contrapunto cómico a su señor, en esta ocasión el saleroso Curro Cañas encarnado por el actor Antonio Ibáñez.
Contrariamente a lo que pudiera pensarse, el don Juan de Mairena que da título a esta película nada tiene que ver con el apócrifo profesor creado por Antonio Machado algunos años antes. En este caso, más que por su sabiduría, el apuesto protagonista interpretado por Roberto Rey destaca debido a una intrepidez y rectitud a prueba de bombas. Y como acostumbra a suceder con el héroe arquetípico en multitud de ocasiones, este don Juan lleva una doble vida: respetable prócer en la Sevilla decimonónica y, a la vez, bandolero enmascarado valedor de la causa liberal.
Este último detalle poco o nada tiene de inocente: a fin de cuentas, no hay que olvidar hasta qué punto la censura franquista gustaba servirse del pasado para justificar la existencia del Régimen en el presente. Y, claro, que un partidario de Torrijos y detractor de Fernando VII sufragase los dispendios liberales mediante ingresos obtenidos a través de actividades delictivas no dejaba de ser una forma de demonizarlo, por más simpático que se lo pinte después. No es el único elemento de este tipo que puede hallarse en el guion: Jacobo (Manrique Gil) es caracterizado, por ejemplo, como un pérfido usurero de perilla puntiaguda. Además de ser uno de los antagonistas de la historia, como severo tutor de la pobre Isabel (Lolita Vilar), su ocupación y nombre ponen de manifiesto el origen hebreo del personaje, de lo que se deduce, en este caso, un contubernio más judaico que masónico. Al que cabría añadir, como dato igualmente significativo, el hecho de que el menos fiel de los bandidos que integran la partida de Mairena sea apodado precisamente El Rojo...
Por lo demás, y según era costumbre en el cine español de los años cuarenta y cincuenta, Aventuras de don Juan de Mairena respondía al patrón de película construida con elementos autóctonos a partir de esquemas típicos del wéstern americano. Así pues, aparte de los ya mencionados bandoleros, no podían faltar los números musicales folclóricos de inspiración flamenca ni las persecuciones a caballo ni, menos aún, el criado gracioso que sirve de contrapunto cómico a su señor, en esta ocasión el saleroso Curro Cañas encarnado por el actor Antonio Ibáñez.
Roberto Rey (don Juan) y Lolita Vilar (Isabel) |
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