martes, 11 de abril de 2017

Ayúdeme usted, compadre (1968)




Subtítulo: Una canción para todos
Director: Germán Becker
Chile, 1968, 105 minutos

Ayúdeme usted, compadre (1968) de Germán Becker


La Filmoteca de Catalunya dedica estos días un ciclo a revisar el cine chileno de los años sesenta, por lo que Verónica Cortínez y Manfred Engelbert se han desplazado hasta Barcelona para comentar, al cabo de cada proyección, los filmes seleccionados. En la tarde de hoy le ha tocado el turno a uno de los títulos más taquilleros de la historia en el país andino: el musical Ayúdeme usted, compadre, dirigido en 1968 por Germán Becker, a la sazón jefe de propaganda y mano derecha del entonces presidente de la nación, el democristiano Eduardo Frei Montalva. De ahí procede, huelga decirlo, la visión idealizada que ofrece de Chile como el mejor de los mundos posibles.

"Bodrio elefancíaco" fue alguno de los calificativos que la prensa local le dedicó en el momento de su estreno, lo cual pone de manifiesto el rechazo frontal suscitado entre buena parte de la crítica así como desde los sectores de la izquierda radical. De hecho, fue el cineasta Raúl Ruiz quien contribuiría definitivamente a estigmatizar el filme aplicándole el adjetivo fascista.

Y ciertamente hay en él una innegable exaltación de las esencias patrias, de una chilenidad de postal en apariencia inocente, pero que, al son de las canciones de moda en aquel entonces, no sirve sino para hacer apología del militarismo más recalcitrante. En opinión de Cortínez, ello no es óbice para rescatar del olvido una película que hasta ahora nadie se tomó la molestia de analizar en profundidad y que, a la vista del giro que tomarían los acontecimientos a raíz del ascenso de Allende al poder y, sobre todo, del golpe militar de Pinochet en el 73, aporta un testimonio esencial de cómo era la sociedad chilena anterior a la dictadura.

Protesta enérgicamente Octavi Martí, subdirector de la Filmoteca, argumentando que lo único que se aprecia en Ayúdeme Ud., compadre es un país enfermo. Tan enfermo como la España que convirtió en éxito comercial las comedias de Manolo Escobar. A su juicio, la mayor parte de escenas, con una presencia notable de las tropas nacionales, prefiguran lo que pocos años después será la promoción del estamento castrense y la consiguiente escalada de la violencia en el seno de un país fuertemente convulso. Aparte de que el repertorio de canciones es tan empalagoso como solía serlo el del Festival de San Remo o el de la Canción del Mediterráneo por estos lares... Y eso sin contar con programas de televisión como Escala en HI-FI, de similar factura y con un gusto parecido por ese sentido del humor tan chabacano en el que abundan los chistes sobre aragoneses (sic).

Puntualiza Engelbert: respecto a la presencia de paradas militares y otros tipos de desfiles hay que tener en cuenta que en Latinoamérica, desde principios del XIX, el ejército era visto como garante de la lucha por las libertades, sobre todo frente a la amenaza del colonialismo español. Algo que con el paso del tiempo cambiaría y que el alemán compara con la evolución que en su propio país sufrieron las asociaciones estudiantiles universitarias, vinculadas en sus inicios con el honor y la democracia y, cien años después, con el nacionalsocialismo. Además, cabe preguntarse por qué desde la izquierda no se rodó un musical equivalente, teniendo en cuenta la profusión de artistas comprometidos que ya se hallaban en activo desde mediados de aquella década (Víctor Jara, Quilapayún, Inti-Illimani, Violeta Parra...) Esta última, pese a su conocida filiación comunista, sí que aparece fugazmente en Ayúdeme usted, compadre, así como letras de Neruda. Más aún: Becker, quizá en un afán de hacerse eco de todas las facciones, incluye un número con mapuches, algo insólito para la época, y también claras referencias a Chacabuco, cuna de la independencia (y, por una ironía del destino, sede asimismo de un campo de concentración ya en época de Pinochet).

Y, para colmo, los técnicos que trabajan en esta superproducción son los mismos profesionales que rodarán con los jóvenes del nuevo cine chileno. Se hace necesario, pues, contextualizar debidamente una película que, a pesar de la burda socarronería de Los Perlas (algo así como el equivalente chileno de Tip y Coll, salvando las distancias) y de su aparente falta de hilo conductor, contiene elementos que pocos años después habrían sido del todo impensables.


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