martes, 12 de abril de 2016

Maribel y la extraña familia (1960)









Director: José María Forqué
España, 1960, 96 minutos



El niño vino la semana pasada a encontrar novia en Madrid y ya la ha encontrado. Y justo lo que nosotras queríamos. Una muchacha moderna, desenvuelta, simpática y alegre que llenará de alegría la fábrica de chocolatinas. Yo le aconsejé lo que debía buscar: una muchacha de las de ahora, empleada, mecanógrafa, enfermera, hija de familia... No importa lo que sea, rica o pobre es igual. El caso es que pertenezca a esta generación maravillosa que tiene la libertad e iniciativa. ¡Tenemos tanta ilusión por conocerla...!

Con el eco aún reciente del éxito en el Teatro Infanta Beatriz de Madrid, donde se había estrenado la noche del 29 de septiembre de 1959, y con el Premio Nacional de Teatro bajo el brazo de Miguel Mihura, Maribel y la extraña familia se llevaba a la gran pantalla apenas un año más tarde. Su director, José María Forqué, tuvo el acierto de situar la escena inicial a orillas del lago de Sanabria (Zamora), ya que sus aguas guardan un turbio secreto que no se nos revelará hasta el momento del desenlace. El en apariencia apocado Marcelino (Adolfo Marsillach) contempla su superficie con un aire entre ausente y misterioso, mientras suena de fondo una enigmática melodía de la banda sonora compuesta por Manuel Parada.

Buena parte del encanto de esta comedia reside en el equívoco que se deriva de enfrentar dos mundos que en teoría son radicalmente opuestos: la mojigatería de la madre y la tía de Marcelino frente al desparpajo de unas chicas de la vida como son Maribel (la mejicana Sylvia Pinal) y sus compañeras de profesión. Sobre todo a partir del momento en el que las venerables ancianas no parecen dispuestas a darse cuenta de a qué se dedica realmente la "prometida" de Marcelino. Claro que ella también cree que la han llevado hasta allí con una intención muy distinta, cosa que hará que intente huir cuando el muchacho le diga que le va a presentar a su familia.

Marcelino (Adolfo Marsillach) y Maribel (Sylvia Pinal)

Aunque, a decir verdad, conforme se vayan desarrollando los hechos tendremos ocasión de comprobar que ni los unos son tan inocentes ni las otras tan frescas. ¿O es que acaso no podría establecerse un paralelismo entre ese matrimonio de desconocidos que va de visita a casa de Tía Paula a cambio de 50 pesetas y los clientes de Rufi, Pili y Niní? Parece que Mihura pretenda hacernos ver la ridiculez de tantos prejuicios que nos llevan a olvidar que todos somos personas, así como de la hipocresía reinante en determinados medios provincianos dominados por los convencionalismos sociales y la falsa moral (lo cual fue, por otra parte, una constante de su producción teatral).

Y ¿qué añadir del resto del reparto? Porque aparte de los mencionados Marsillach y Pinal, son muchos los grandes actores y actrices que se dan cita en Maribel y la extraña familia. Así pues, cabe mencionar la presencia de Julia Caba Alba como Tía Paula (con sus discos de Elvis Presley, George Williams y Louis Armstrong) y Guadalupe Muñoz Sampedro en el papel de doña Matilde, madre de Marcelino y hábil barman en el manejo de la coctelera preparando Gimlets. Resultan, asimismo, de lo más entrañable Trini Alonso, Carmen Lozano y Gracita Morales (respectivamente, las ya mencionadas Rufi, Pili y Niní).

Tía Paula y doña Matilde

Hay en todos estos personajes una obsesión por lo que ellas llaman modernidad y que contrasta fuertemente con sus formas carrinclonas: parece que algo estaba cambiando en el seno de una sociedad tan conservadora, aunque de momento sólo fuese el discurso. De hecho, cuando Maribel irrumpa en el apartamento familiar dirá que le da miedo, porque parece un museo con tanto retrato y tanto pajarraco (la cotorra, por cierto, se llama Susana...). Nada tiene de particular, por lo tanto, que la chica dude de la cordura de quienes forman un cuadro familiar que recuerda vagamente al que formaban las ancianitas de Arsénico por compasión de Frank Capra. No es ésta, como se verá, la única referencia cinéfila: influida por los temores que albergan sus amigas acerca de Marcelino, Maribel vivirá un auténtico dilema pensando en si su novio será bueno o malo (tal y como le sucedía a Joan Fontaine respecto a Cary Grant en Sospecha). Y otra alusión hitchcockiana (siempre en clave de parodia, por supuesto) es la habitación de la difunta en la casa del pueblo en la que nadie ha entrado desde hace cinco años y que remite directamente a Rebeca.

En definitiva, y una vez superadas todas las dudas, ni Marcelino quiere saber nada del pasado de Maribel ni ella admite que se esté mintiendo a sí misma ni a su prometido: se abrazan, se besan, triunfa la hipocresía y todos son felices.


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