martes, 19 de abril de 2016

La tía Tula (1964)




Director: Miguel Picazo
España, 1964, 109 minutos

La tía Tula (1964) de Miguel Picazo


¿Murió la tía Tula? No, sino que empezó a vivir en la familia, e irradiando de ella, con una nueva vida más entrañada y más vivífica, con la vida eterna de la familiaridad inmortal. Ahora era ya para sus hijos, sus sobrinos, la Tía, no más que la Tía, ni madre, ya ni mamá, ni aun Tía Tula, sino sólo la Tía. Fue este nombre de invocación, de verdadera invocación religiosa, como el canonizamiento doméstico de una santidad de hogar. La misma Manolita, su más hija y la más heredera de su espíritu, la depositaria de su tradición, no le llamaba sino la Tía.

Miguel de Unamuno, La tía Tula, capítulo XXIV

Con una carrera como director cinematográfico apenas integrada por cinco largometrajes, el jienense Miguel Picazo daría lo mejor de sí mismo en el primero de ellos. A pesar de partir de la novela homónima de Miguel de Unamuno, Picazo, al trasladar al presente la acción, acertó con La tía Tula a plasmar la represión moral en una ciudad de provincias de la España franquista. En ese sentido, el filme se inscribe en la misma línea crítica de algunas cintas de Bardem, como Calle Mayor o Nunca pasa nada, o las Nueve cartas a Berta de Basilio Martín Patino. Y en un sentido más amplio, podríamos incluso pensar en Esplendor en la hierba (1961) de Elia Kazan como ejemplo de las consecuencias que la represión puritana puede ejercer sobre el destino de las personas.

Como título emblemático del cine español que es, La tía Tula contiene algunas escenas memorables. Por ejemplo, la impactante secuencia del cementerio en la que una mujer fuera de sí se pregunta a gritos: "¿Por qué lo ha hecho? ¿Por qué lo ha hecho? ¡Lo tenía todo! ¡Le acababa de comprar la máquina de coser! ¡Pobre hija mía!" O aquella otra en la que un grupo de personas mantienen una airada discusión en un olivar por donde casualmente acierta a pasar un desorientado Ramiro (el argentino Carlos Estrada). En ambos casos, tanto personaje como espectador son únicamente testigo accidental de unos hechos de los que desconocen la causa, lo cual contribuye a incrementar su dramatismo.

De la Tula que interpreta magistralmente la actriz Aurora Bautista se puede decir lo mismo que del olmo seco de Antonio Machado: solterona irredenta de estrictas convicciones (y evidentes frustraciones), la convivencia diaria con el viudo de su difunta hermana y sus sobrinos favorece, sin embargo, que le salgan "algunas hojas verdes". Lo notamos en la sutil sensualidad que desprende su manera de morder la fruta durante la fatídica visita al pueblo donde viven el tío Pedro y Juanita. Aunque para cuando quiera darse cuenta a la pobre Tula se le escapa (literalmente) el tren, desde cuya ventanilla Tulita, Ramirín y sus últimas ilusiones se alejan irremisiblemente de ella gritando entre lágrimas: "¡Tía, tía, tiita!"

La tía Tula podría subtitularse Historia de una frustración

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