sábado, 23 de abril de 2016

Fuerza bruta (1947)




Título original: Brute Force
Director: Jules Dassin
EE.UU., 1947, 98 minutos

Fuerza bruta (1947) de Jules Dassin


Llueve en la calle y llueve en la pantalla. Y las hordas de guiris se suman a la fiesta de la rosa (a la del libro parece que no tanto), aunque los locales tampoco se quedan cortos. Total: que entre el chaparrón, el tren que se escapa y los accesos del metro saturados por la masa vil del vulgo el pobre cinéfilo (que celebra Sant Jordi todo el año y el 23 de abril descansa) se queda sin llegar a su destino, la Filmoteca de Catalunya, donde otros (sin duda más afortunados que él) disfrutarán en gran formato de la primera película que Jules Dassin dirigió, a partir de un guion de Richard Brooks, para la Universal, y no le queda más remedio que dar marcha atrás. Pero no importa: ya de regreso en casa, la panacea de internet hace su apaño y finalmente podemos ver Fuerza bruta.

Lo dicho: el filme arranca con un monumental aguacero que cae sobre el penal de Westgate mientras resuena la partitura compuesta por el húngaro Miklós Rózsa. De hecho, se trata de una producción de Mark Hellinger (1903–1947) para los estudios Universal en la que la mayor parte del equipo es el mismo que un año más tarde llevaría a cabo La ciudad desnuda. Ahí está, por ejemplo, el debutante Howard Duff, interpretando al soldado Robert Becker. El objetivo era repetir el éxito de Forajidos (Robert Siodmak, 1946), surgida igualmente de la factoría Hellinger y también protagonizada por Burt Lancaster. Un Lancaster que, muchos años antes de ser El hombre de Alcatraz (John Frankenheimer, 1962), ya había liderado el reparto de un drama carcelario inspirado en el grave motín que, durante un par de días, tuvo lugar en dicho centro penitenciario.

Los reclusos de la celda R17 llevan tiempo planeando una evasión que les permita huir de la tiranía a la que los somete el capitán Munsey (Hume Cronyn). La estructura de la película se articula, por consiguiente, alrededor de esos hombres y de los respectivos flashbacks en los que irán evocando su vida antes de entrar en prisión, generalmente inspirándose en el póster de una mujer que pende de las paredes de la mazmorra que comparten.

Los ocupantes de la celda R17


En el resto de la prisión el ambiente es en extremo tenso, hasta el punto de que Munsey y sus compinches mandan más que el propio alcaide. No es de extrañar, por lo tanto, que cuando finalmente estalle la furia de los internos estos dirijan su ira hacia el capitán, en una escena (la de Joe Collins y Munsey luchando en lo alto de la torre de vigilancia mientras la masa enfervorizada los jalea desde el patio) que visualmente recuerda bastante al clímax de Metrópolis de Fritz Lang. No es la única referencia germanófila del filme, puesto que Munsey es aficionado a la música de Wagner: en una célebre escena, tortura a uno de los prisioneros mientras suena en un tocadiscos la obertura de Tannhäuser, en lo que se ha querido ver como una identificación entre el personaje y Hitler...

Viendo las escenas de violencia es inevitable no pensar en Metrópolis


Otros caracteres que también gozan de ascendiente entre los internos son el cínico doctor Walters (Art Smith) y Gallagher (Charles Bickford), el recluso que se halla al frente del periódico local. Pero ni siquiera el influjo de ambos logrará evitar que la violencia (a menudo tan explícita que conmocionó al público de la época) se acabe desatando.

El sádico capitán Munsey (Hume Cronyn)
mira de reojo a Joe Collins (Burt Lancaster)

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