Título original: 2001: A Space Odyssey
Director: Stanley Kubrick
EE.UU./Reino Unido, 1968, 149 minutos
2001: Una odisea del espacio (1968) de Stanley Kubrick |
La sequía había durado ya diez millones de años, y el reinado de los terribles saurios tiempo ha que había terminado. Aquí en el Ecuador, en el continente que había de ser conocido un día como África, la batalla por la existencia había alcanzado un nuevo clímax de ferocidad, no avistándose aún al victorioso. En este terreno baldío y desecado, sólo podía medrar, o aun esperar sobrevivir, lo pequeño, lo raudo o lo feroz.
Acabamos el año comentando no una película más, sino la película: cima definitiva del arte cinematográfico y título insignia de la ciencia ficción concebida como género serio y bien documentado. El filme total: un monumento que resiste incólume al paso del tiempo como las tres grandes preguntas que en él se plantean y que la humanidad lleva tratando de responder desde que el mundo es mundo: ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos? Incógnitas que el visionario Stanley Kubrick plasmó en imágenes con la sagacidad inherente a los genios.
Arthur C. Clarke
2001 Una odisea espacial
Traducción de Antonio Ribera
Acabamos el año comentando no una película más, sino la película: cima definitiva del arte cinematográfico y título insignia de la ciencia ficción concebida como género serio y bien documentado. El filme total: un monumento que resiste incólume al paso del tiempo como las tres grandes preguntas que en él se plantean y que la humanidad lleva tratando de responder desde que el mundo es mundo: ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos? Incógnitas que el visionario Stanley Kubrick plasmó en imágenes con la sagacidad inherente a los genios.
Véase, si no, la célebre elipsis de cuatro millones de años en la que un primate lanza un hueso por los aires que, al caer, se confunde con una nave espacial de idéntica forma: la evolución humana condensada en una fracción de segundo. Porque lo que se está dando a entender es un largo proceso que arrancó con un homínido manipulando su primera y rudimentaria herramienta, que le permitiría fabricar otras y luego otras, cada vez más complejas, y cuyo resultado, al final de la cadena, será la conquista del espacio.
Pero Kubrick es un pesimista convencido y su respuesta a cada uno de los susodichos interrogantes no puede ser más desoladora: venimos de una bestia violenta capaz de matar a sus semejantes por la posesión de un mísero charco de aguas nauseabundas; somos una especie aparentemente civilizada que ha construido máquinas sofisticadísimas, pero tan egoístas (léase HAL 9000) como sus creadores; por tanto, nos dirigimos hacia un destino sobrecogedoramente incierto, tal vez una rebelión de la inteligencia artificial que convertirá al hombre en rehén de su propio invento.
Y por si la nimiedad del individuo no fuese poca, quedan todavía dos enigmas difícilmente resolubles: por una parte, aclarar si la naturaleza del monolito es divina o extraterrestre; por otra, saber si el Star Child, ese feto cósmico que se asoma sobre la superficie terrestre en la última secuencia, simboliza algún tipo de eterno retorno o si, en cambio, el milagro de la vida dará comienzo en otro planeta similar al nuestro. En realidad, todas las opciones quedan abiertas porque así lo quiso su autor. Mañana, como cada 1 de enero, la Filarmónica de Viena interpretará El Danubio azul durante el tradicional Concierto de Año Nuevo: aún no hemos llegado a Júpiter ni hay bases lunares, pero las notas del vals de Johann Strauss quedarán por siempre asociadas a una de las obras maestras de la historia del cine.
Pero Kubrick es un pesimista convencido y su respuesta a cada uno de los susodichos interrogantes no puede ser más desoladora: venimos de una bestia violenta capaz de matar a sus semejantes por la posesión de un mísero charco de aguas nauseabundas; somos una especie aparentemente civilizada que ha construido máquinas sofisticadísimas, pero tan egoístas (léase HAL 9000) como sus creadores; por tanto, nos dirigimos hacia un destino sobrecogedoramente incierto, tal vez una rebelión de la inteligencia artificial que convertirá al hombre en rehén de su propio invento.
"I'm afraid, Dave..." |
Y por si la nimiedad del individuo no fuese poca, quedan todavía dos enigmas difícilmente resolubles: por una parte, aclarar si la naturaleza del monolito es divina o extraterrestre; por otra, saber si el Star Child, ese feto cósmico que se asoma sobre la superficie terrestre en la última secuencia, simboliza algún tipo de eterno retorno o si, en cambio, el milagro de la vida dará comienzo en otro planeta similar al nuestro. En realidad, todas las opciones quedan abiertas porque así lo quiso su autor. Mañana, como cada 1 de enero, la Filarmónica de Viena interpretará El Danubio azul durante el tradicional Concierto de Año Nuevo: aún no hemos llegado a Júpiter ni hay bases lunares, pero las notas del vals de Johann Strauss quedarán por siempre asociadas a una de las obras maestras de la historia del cine.