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lunes, 2 de diciembre de 2019

La hora incógnita (1964)




Director: Mariano Ozores
España, 1964, 100 minutos

La hora incógnita (1964) de Mariano Ozores


Mucho antes de que el apellido Ozores se viese definitivamente impregnado por el ominoso estigma de la españolada chabacana, hubo ocasión para que el cineasta de la estirpe (don Mariano, por más señas) firmase uno de aquellos títulos predestinados a convertirse en película de culto.

Por lo insólito de su estructura narrativa, puesta en escena y temática (una hecatombe nuclear en una ciudad indeterminada de provincias), La hora incógnita (1964) supuso un ensayo más que estimable de fábula distópica cuando lo que aquí se estilaba era, en el mejor de los casos, el realismo social o los dramas rurales. Sin llegar al extremo de Fata Morgana (1966) o de la argentina Invasión (1969), los hechos que en ella se cuentan enlazan con un cierto tipo de literatura fantástica y hasta de series televisivas en la línea de The Twilight zone (1959-1964).

Carlos Estrada (el fugitivo) y Emma Penella


Estaba entonces muy reciente la crisis de los misiles en Cuba, acaecida en octubre del 62, y, tal vez por ello, sumado a otras fobias alimentadas por la subrepticia lucha de bloques inherente a la Guerra Fría, el pánico al aniquilamiento del planeta y aun de la humanidad en su conjunto cobró especial fuerza como argumento de no pocos filmes de aquel período.

Pero ya se sabe que Spain is different y, en semejante tesitura, no podía faltar el sacerdote de turno (interpretado por Fernando Rey) que confortase a las infatigables almas en pena que, por uno u otro motivo, no han abandonado el lugar en desbandada junto con el resto de la población. Se trata, a fin de cuentas, de seres marginales como la prostituta (Emma Penella), el borracho (José Luis Ozores), el ladrón (Antonio Ozores), "un intelectual de esos que padecen angustia vital" (Carlos Estrada) y hasta una pareja de adúlteros (Mabel Karr y Carlos Ballesteros). Y aunque no todos sean inequívocamente unos pecadores (como la cándida dependienta a la que da vida Elisa Montés) sí que se vislumbra en el desenlace, situado, muy sintomáticamente, en el interior de una iglesia, una suerte de ajuste de cuentas que deja traslucir lo que tiene toda la pinta de ser un sacrificio expiatorio con aviso para navegantes, incluido, en forma de rótulo: "Esto puede suceder en cualquier lugar... en cualquier momento... ahora mismo".

Fernando Rey

sábado, 25 de noviembre de 2017

Un marido de ida y vuelta (1957)




Director: Luis Lucia
España, 1957, 91 minutos

Un marido de ida y vuelta (1957)


PEPE: La muerte me llevó muy oportunamente. Amigo Ansúrez, yo quería a mi mujer con toda mi alma. A fuerza de amor, le disculpé todo. Pero si viviera, seguro que acabaría odiándola. ¿Me comprende ahora? Así mi amor se ha conservado intacto...

La causticidad de Jardiel al servicio de un reparto excepcional: la adaptación cinematográfica de Un marido de ida y vuelta reunía en el mismo elenco a Fernando Fernán Gómez (el difunto Pepe), Emma Penella (doña Leticia: la reina de su casa) y otro Rey, Fernando, completando el jocoso triángulo en el papel de Paco. Cosa fina, desde luego, a juzgar por una lista de secundarios que en absoluto les iba a la zaga: Xan das Bolas, Antonio Riquelme, Mercedes Muñoz Sampedro, Lola Gaos y hasta José Luis López Vázquez haciendo de fotógrafo.

Que el humor de Enrique Jardiel Poncela (1901-1952) no tenía nada que envidiar al de Groucho Marx lo atestigua el sarcasmo de su epitafio: «Si buscáis los máximos elogios, moríos.» Boutade en la línea del "Perdone que no me levante" del cómico americano y cuya negrura, en cierta manera, conecta con el espíritu burlón de la obra que nos ocupa (lo de "espíritu burlón", por cierto, va con segundas: que hay quien sostiene que el mismísimo Noël Coward cometió la cobardía, valga la redundancia, de plagiar a nuestro Jardiel).



Pues eso, lo dicho: que hacer que un espectro vuelva del más allá para entorpecer el matrimonio en segundas nupcias entre su viuda y su mejor amigo es de una socarronería sólo parangonable con haberlo vestido previamente de torero y ponerle barba, aunque luego se la afeite. A fin de cuentas, bromear con la muerte es tan lícito como ironizar sobre cualquier otro tema y, en ese particular, tanto el dramaturgo como Fernando Fernán Gómez fueron consumados maestros.

Volviendo a la película, rodada en los estudios Chamartín de Madrid, la dirección de Luis Lucia se mantiene fiel a la esencia de la pieza adaptada (si bien introduce algunas localizaciones en exteriores, como la escena del cementerio o la visita a los tíos de Gracia en el campo) y tanto el ritmo que confiere a la acción como los diálogos, revisados por él mismo en colaboración con José María Palacio, contribuyen a que su puesta en escena sea más que notable.

Mercedes Muñoz Sampedro (Tía Etelvina) y Emma Penella