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sábado, 2 de agosto de 2025

Éxodo (1960)




Título original: Exodus
Director: Otto Preminger
EE.UU., 1960, 208 minutos

Éxodo (1960) de Otto Preminger


Ari Ben Canaan se acercó andando muy lentamente hasta encontrarse delante de Kitty. Y mirándola fijamente a los ojos cayó de rodillas, le rodeó la cintura con los brazos y apoyó la cabeza contra su cuerpo. Ari Ben Canaan lloraba. ¡Sonido extraño y terrible el de sus sollozos! En aquel momento su alma se derramaba al exterior, llorando por todas las veces que en su vida no había osado llorar. Sollozaba con un pesar sin límites. Kitty apretaba la cabeza de Ari contra su cuerpo, le acariciaba el cabello y murmuraba palabras de consuelo.

Leon Uris
Éxodo
Traducción de Baldomero Porta

Cualquiera se pone a comentar Éxodo (1960) con la que está cayendo en Gaza. Y, sin embargo, sorprende lo poco que han cambiado las cosas al cabo de los años. En todo caso, han ido a peor. Dicho lo cual, parece lícito preguntarse si es que la condición humana no tiene remedio. En fin...

Con sus tres horas y media de duración, la cinta que nos ocupa, inequívocamente pro-sionista, supuso el primer trabajo de envergadura de Paul Newman tras dejar la Warner. Aunque hubo quien cuestionó si el actor era el candidato idóneo para encarnar a un líder judío, crítica que también se hizo extensiva a otros miembros del reparto como Eva Marie Saint o Sal Mineo, quien optó al Óscar a mejor secundario por su papel de Dov Landau.



Se ha dicho también que la novela de Leon Uris carecía de interés desde un punto de vista literario y que tanto Otto Preminger como su guionista Dalton Trumbo, rehabilitado por el director de origen vienés pese a haber figurado en las listas negras del macartismo, hicieron esfuerzos ímprobos por borrar el marcado sesgo antibritánico del texto original.

Con todo y con eso, no puede negarse la fuerza dramática de una superproducción épica, controvertida donde las haya, cuya primera parte se centra en la angustiante odisea de los miles de refugiados que esperan a bordo de un barco (otro tema de candente actualidad: tampoco en esto hemos avanzado mucho) y la segunda, ya en suelo palestino, aborda los intríngulis de la lucha armada en el espinoso camino que condujo a la creación del Estado de Israel.



jueves, 21 de mayo de 2020

Espartaco (1960)




Título original: Spartacus
Director: Stanley Kubrick
EE.UU., 1960, 184 minutos

Espartaco (1960) de Stanley Kubrick

Se ha dicho tantas veces que Kubrick no la consideraba exactamente una película suya, al no haber podido tener pleno control sobre todos los elementos de la producción, que Spartacus terminó cayendo un poco en tierra de nadie, apenas un péplum recurrente para ser televisado, año tras año, por Semana Santa. De sobras es conocido, además, el episodio del despido de Anthony Mann, tras haber dirigido únicamente la secuencia preliminar en las minas de sal, así como la controversia generada en torno a la presencia en los títulos de crédito del guionista Dalton Trumbo, antiguo represaliado durante la caza de brujas del macarthismo.

Sin embargo, una superproducción de tal magnitud, con sus cuatro premios Óscar y un reparto estelar de intérpretes, destaca especialmente por una cuidadísima dirección artística en la que se nota el esmerado trabajo de documentación llevado a cabo a la hora de recrear aspectos tan específicos de la vida cotidiana en la antigua Roma como los lujosos interiores de inspiración pompeyana de las villas o incluso las termas y el propio Senado.



Minuciosidad que se observa, asimismo, en el combate privado de gladiadores que tiene lugar en la escuela regentada por Batiatus (Peter Ustinov), donde cada contendiente aparece perfectamente caracterizado según se trate de un reciario (armados con red y tridente) o de un mirmillón (provistos de espada tracia y escudo redondo). Y luego están las pequeñas genialidades, con el sello inconfundible de Kubrick, como hacer que los personajes de condición social humilde hablen con acento americano, mientras que los sofisticados patricios se expresan en un cuidado inglés británico. O el espectacular despliegue de las legiones, filmado en la Dehesa de Navalvillar, cerca de Colmenar Viejo (en Madrid), magistral puesta en escena que no figuraba en el guion original y que preludia algunos de los planos que podrán verse, años más tarde, en Barry Lyndon (1975).

¿De qué habla, en realidad, Espartaco? Evidentemente, de todo menos de romanos. A este respecto, conviene tener en cuenta que la rebelión de esclavos comandada por un antiguo gladiador simboliza, en primer lugar, la lucha titánica de un actor y productor (Kirk Douglas) que, al frente de la modesta Bryna Productions, pretende plantarle cara al imperio hollywoodense. Hay también muchísimo, lo apuntábamos más arriba, de crítica subterránea contra los poderes fácticos, que no sólo limitan la libertad de expresión, sino que están dispuestos a crucificar a todo aquél que se atreva a nadar contracorriente. Aunque, y ahí está ese momento antológico en el que, todos a una, se ponen en pie para clamar aquello tan célebre de "I'm Spartacus!", ésta es una película que encarna a la perfección el espíritu de camaradería, la lucha por una causa común a la que hay que permanecer fiel hasta las últimas consecuencias.


viernes, 29 de diciembre de 2017

Trumbo: La lista negra de Hollywood (2015)




Título original: Trumbo
Director: Jay Roach
EE.UU., 2015, 124 minutos

Trumbo (2015) de Jay Roach


No hay nobleza alguna en la muerte. Ni siquiera cuando mueres por defender el honor. Ni aun cuando seas el gran héroe de la humanidad. Ni aun cuando seas tan grande que tu nombre nunca sea olvidado y ¿quién es tan grande? Lo más importante es la vida, muchachos. Muertos no servís nada más que para los discursos. No os dejéis engañar más. No os deis por aludidos cuando os den palmadas en el hombro y os digan "vamos, tenemos que luchar por la libertad" o cualquier otra palabra.

Dalton Trumbo
Johnny cogió su fusil
Traducción de María Susana Eguía

Si hay un nombre que sobresale por encima del resto en la nómina de los Diez de Hollywood, ése es, sin lugar a dudas, el del guionista Dalton Trumbo. Paladín del pacifismo y miembro confeso del Partido Comunista, Trumbo (1905-1976) sería incluido a finales de la década de los cuarenta en la lista negra auspiciada por el Comité de Actividades Antiamericanas del senador MacCarthy. Lo cual, en términos prácticos, se tradujo en su destierro de las grandes producciones, a las que sólo regresaría eventualmente y bajo pseudónimo.

Es muy probable que el personaje real, fumador empedernido y adicto al trabajo, no fuese exactamente el entrañable padre de familia que por momentos se nos muestra en el biopic dirigido por Jay Roach. Pero ya se sabe lo que ocurre con este tipo de películas: en aras de ganarse las simpatías del espectador hay que obviar el lado oscuro del personaje para así darle mayor relieve a su heroísmo. En ese aspecto, Bryan Cranston borda el papel de represaliado que jamás llega a desdecirse de sus ideas ni, mucho menos aún, delatar a sus antiguos camaradas.



Dos son, a nuestro juicio, los momentos estelares en los que el intérprete pone de manifiesto su talento. Uno es el diálogo que mantiene con su hija en una de las escenas iniciales, cuando, preguntado por ésta sobre si ella es también comunista, le responde el padre con un test o más bien parábola a propósito de un sándwich de jamón y queso y sobre si la niña estaría dispuesta a compartirlo o no con alguien hambriento. El otro, ya al final, es el emotivo discurso que Trumbo dirige a la concurrencia con motivo de la concesión del premio Laurel: toda una muestra de cómo reivindicar sin acritud la memoria de aquéllos que todo lo perdieron por atreverse a pensar diferente.

¿La pega? Pues que representar en pantalla a estrellas tan icónicas como John Wayne o Edward G. Robinson mediante actores de hoy en día le resta credibilidad al producto, cosa que en el caso de Kirk Douglas se resuelve bastante mejor gracias al enorme parecido físico de Dean O'Gorman con el mítico intérprete de Espartaco.


jueves, 29 de diciembre de 2016

Los valientes andan solos (1962)




Título original: Lonely Are the Brave
Director: David Miller
EE.UU., 1962, 107 minutos



Western crepuscular, como se suele decir en estos casos, Lonely Are the Brave se encuentra en la misma línea temática que The Misfits de Huston: la de aquellos viejos cowboys que se resisten a aceptar que el progreso ha acabado con el mundo tal y como ellos lo conocieron. Lo cual los convierte en héroes románticos, admirables por su fidelidad a los ideales que encarnan, pero a la vez patéticos por lo desigual de una guerra que tienen perdida de antemano.

El John W. "Jack" Burns que Dalton Trumbo escribió para Kirk Douglas es uno de esos personajes que marcan época: independiente, generoso, aguerrido... vive al margen de los convencionalismos sociales porque su horizonte vital no se detiene ante las leyes que constriñen al individuo. Para él no hay fronteras entre estados ni obligaciones más allá de cuidar de su yegua Whisky. Y hacerse arrestar con tal de sacar de prisión a su mejor amigo, encarcelado, a su vez, por ayudar a los inmigrantes ilegales mejicanos. Tan amigos son que hasta parecen compartir la mujer (Gena Rowlands).



Quizá para subrayar el carácter crepuscular de la historia se optó por añadirle a la misma elementos de tipo humorístico que ayudasen a rebajar la percepción de que Los valientes andan solos narra exclusivamente la huida de un forajido. Son los años sesenta y ya nadie parece tomarse en serio los westerns. Por eso tanto el sheriff que interpreta Walter Matthau como su ayudante tienen, en ese sentido, la función de entretener al espectador con su torpeza y meteduras de pata, contribuyendo a crear la ilusión de que Jack podrá zafarse de las autoridades por más que utilicen un helicóptero para perseguirlo a través de las montañas.

Pero cualquier atisbo de esperanza se acabará diluyendo bajo la lluvia torrencial del desenlace. Jack Burns, todo nobleza, no podía tener un final noble porque el Oeste hace tiempo que dejó de serlo: que él y Whisky sean arrollados por un tráiler que transporta retretes es la metáfora, burda, que simboliza hasta qué punto han cambiado las cosas: "los héroes clásicos han ido finalmente a pasearse en el Callejón del Gato" y allí se darán la mano la mala estrella del viejo cowboy y la tragicómica desesperanza del ciego Max Estrella. Como dice Valle-Inclán en Luces de Bohemia, los espejos cóncavos y convexos arrojan ahora una imagen deformada de lo que en tiempos hubiera sido un final de tragedia.

Los valientes andan solos (1962)

martes, 29 de marzo de 2016

Compañero de mi vida (1943)




Título original: Tender Comrade
Director: Edward Dmytryk
EE.UU., 1943, 102 minutos

Compañero de mi vida (1943) de Edward Dmytryk


Con algún problema técnico y algo de retraso, comenzaba esta tarde la primera de las tres presentaciones que Elisabeth Bronfen tiene previstas a lo largo de la semana en la Filmoteca de Catalunya con motivo del ciclo/seminario Espectros de la guerra. Bronfen, profesora de Estudios Angloamericanos en la Universidad de Zurich, es autora del libro Specters of Wars, en el que analiza la tendenciosidad con la que a menudo ha sido tratada la temática bélica en el cine de Hollywood a lo largo de la historia.

En el caso concreto de la Segunda Guerra Mundial, fueron numerosos los filmes (documentales y de ficción) en los que se insistió en presentar a las mujeres como sustitutas de los hombres que se hallaban en el frente. Es, asimismo, enormemente significativa la efigie de Rosie the Riveter ('Rosie, la remachadora'), el personaje creado por Norman Rockwell que llegó a convertirse en un icono feminista.

Dos iconos de los años cuarenta dedicados a la mujer trabajadora

Como se puede observar en la imagen de la derecha, Rosie destaca por sus poderosos brazos. Las chapas del pecho revelan su militancia en entidades comprometidas con el progreso. No falta la nota nacionalista, ya que está arropada por la bandera americana (símbolo de la libertad) mientras que simultáneamente pisotea un ejemplar del Mein Kampf (símbolo del fascismo). El mono de trabajo, el martillo hidráulico y el sandwich representan a la mujer trabajadora (a menudo en fábricas de armamento).

La imagen de la izquierda es obra de J. Howard Miller y fue creada para la Westinghouse Electric en 1943. Con ese gesto a medio camino entre presumir de músculos y hacer un corte de mangas, la obrera lanza la proclama "¡Podemos hacerlo!" (We Can Do It!) con el objetivo de persuadir a otras para que se unan a la causa.

Compañero de mi vida (escrita por Dalton Trumbo y dirigida por Edward Dmytryk, ambos víctimas de la caza de brujas) refleja fielmente lo que fue el cine propagandístico durante la contienda. Como Rosie the Riveter, Jo Jones (interpretada por Ginger Rogers) es una aguerrida muchacha que trabaja en una fábrica y que logrará convencer a sus compañeras para irse a vivir todas juntas a la misma casa. Los maridos de varias de ellas han sido llamados a filas, lo cual las convierte en la primera línea de la retaguardia (las tiernas camaradas a las que alude el título, con una cierta connotación machista que recuerda al concepto del reposo del guerrero).

El caso más relevante es el de Chris (Robert Ryan), cuya historia de amor con Jo se relatará a base de flashbacks, siempre precedidos de un plano en el que se aprecian las siluetas de los dos, cogidos de la mano mientras contemplan el sol en el horizonte. El suyo no será un camino plácido, aunque el mensaje final del filme sea que, a pesar de las adversidades y por muy duras que sean, siempre hay que perseverar con abnegación.

Barbara (Ruth Hussey): a pesar de trabajar en una fábrica
las mujeres mantienen su femineidad y coquetería