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viernes, 11 de octubre de 2019

Una muchacha en el escaparate (1961)




Título original: La ragazza in vetrina
Director: Luciano Emmer
Italia/Francia, 1961, 90 minutos

Una muchacha en el escaparate (1961)
de Luciano Emmer


Un instante de esplendor en la existencia gris de dos mineros italianos y un par de prostitutas del Barrio Rojo de Ámsterdam: con semejante planteamiento, el guion de La ragazza in vetrina, en el que colaboró Pasolini, estaba predestinado a sufrir los tijeretazos de una censura tan obtusa como estricta en materia de moral. Y así fue, motivando que su director, el milanés Luciano Emmer (1918–2009) se apartara durante años del cine de ficción.

La primera escena, con una estación de ferrocarril en cuyo andén se bajan unos emigrantes de los de maleta atada con una cuerda, hace pensar instantáneamente en títulos de la misma época como Rocco e i suoi fratelli (1960) de Visconti o La ragazza con la valigia (1961) de Zurlini. Filmes de fuerte contenido social en los que la denuncia de la miseria iba de la mano con un cierto realismo poético que es, al fin y al cabo, lo que las acabaría convirtiendo en obras maestras indiscutibles.



Uno de los méritos de la película que nos ocupa fue, sin duda, la profundidad psicológica de sus personajes: seres marginales, pero que no pierden la esperanza de mejorar sus duras condiciones de vida. Es por ello que, tras sobrevivir a un grave accidente en la mina, tanto Federico (Lino Ventura) como Vincenzo (Bernard Fresson) intentarán evadirse durante un fin de semana en los brazos de Chanel (Magali Noël) y de Else (Marina Vlady). Miembros de la clase obrera que se divierten dilapidando su escaso salario en alcohol y fulanas y cuyas frustraciones coinciden, en lo esencial, con las expuestas por Karel Reisz en la británica Saturday Night and Sunday Morning (1960).

A medida que avance la acción iremos descubriendo que cada uno de los protagonistas tiene un pasado. Como la bella Else, la familia de la cual murió durante la guerra y que, quizá por ello, se enamora de Vincenzo en busca del afecto que jamás conoció. Federico, a diferencia de su más joven e inexperto compañero de galería, es ya un hombre curtido, vitalista a pesar de la adversidad, mientras que Vincenzo, tal vez más sensible, pero también más iluso, aspira a regresar a Italia en un tren que siempre acaba perdiendo. Al final, cuando los veamos descender en la vagoneta hacia las profundidades de la tierra, algo nos hará sentir que sus destinos ya están marcados.


jueves, 2 de agosto de 2018

Ascensor para el cadalso (1958)




Título original: Ascenseur pour l'échafaud
Director: Louis Malle
Francia, 1958, 91 minutos

Ascensor para el cadalso (1958) de Louis Malle


Una trompeta con sordina desgrana sus notas sobre un fondo noctámbulo, levemente melancólico... No cabe duda: se trata de Ascensor para el cadalso. La música que Miles Davis improvisó para la película de Louis Malle —al parecer de un tirón, de once de la noche a cinco de la madrugada— quedará para la posteridad no sólo como una de las más bellas partituras de la historia del cine, sino, sobre todo, de la historia del jazz.

Aun así, la importancia del filme va, por supuesto, mucho más allá de su mítica banda sonora. Porque, a pesar de que en su momento fuese galardonado con el prestigioso premio Louis Delluc, todavía es hora de que se le reconozca la importancia que merece como verdadera piedra fundacional del nuevo cine francés. Apenas un año más tarde, Godard, gracias a la astuta operación generacional gestada en torno a À bout de souffle (1959), se llevaría la inmerecida gloria que hasta el día de hoy lo acredita como el tótem auspiciador de la Nouvelle vague.

Jeanne Moreau bromeando junto a Miles Davis

Sin embargo, el análisis pormenorizado de Ascenseur pour l'échafaud revela cómo buena parte de los logros atribuidos al genio suizo estaban ya presentes en una cinta magistralmente fotografiada en blanco y negro por Henri Decaë. ¿O es que acaso la joven pareja que roba el coche del protagonista no podrían haber sido Jean-Paul Belmondo y Jean Seberg?

Por lo demás, el presunto crimen perfecto que un oscuro oficinista y antiguo combatiente en Indochina (Maurice Ronet) está dispuesto a perpetrar contra el marido de su amante (Jeanne Moreau), que además es también su jefe, representa el vínculo de Malle con el otro eslabón en liza por aquellos años de escuelas, tendencias y grupúsculos: el cine negro de tradición americana que tan magistralmente supo aclimatar Jean-Pierre Melville a la realidad europea.


sábado, 6 de enero de 2018

El embrollón (1973)




Título original: L'emmerdeur
Director: Édouard Molinaro
Francia/Italia, 1973, 81 minutos

El embrollón (1973) de Édouard Molinaro


La siempre atildada manera de hacer del tardofranquismo prefirió que la comedia francesa L'emmerdeur se titulase aquí El embrollón, termino mucho más cándido y que hacía que se perdiese una connotación entre coloquial y vulgar que hoy designaríamos con un más contundente "El pelmazo" o, incluso, "El tocapelotas".

Sea como fuere, algo debe tener la historia que cuenta cuando ha dado tanto de sí. Recapitulemos: el guionista Francis Veber, luego también director de cine, incluye en la práctica totalidad de sus películas al inoportuno François Pignon, personaje que interpretara por vez primera el mítico cantante Jacques Brel en el filme que estamos comentando. De entre los títulos más célebres de la saga, conviene destacar Le dîner de cons (1998), Le placard (2001) y La doublure (2006).



Pero es que L'emmerdeur, a su vez, ha sido objeto de no pocos remakes: hasta cuatro en total, incluyendo la última película que dirigió Billy Wilder (Aquí, un amigo, 1981); una nueva versión, en 2008, a cargo del propio Veber y, como dato curioso, un par de adaptaciones que podríamos denominar exóticas: la turca Bas belasi (1982) y la más reciente Bumboo (2012), producción hindú al estilo Bollywood.

Queda claro, pues, que nos encontramos ante un filme de culto en toda regla, cuyo éxito innegable radicó en una combinación infalible de casi suspense y de humorada: la de ver cómo el asesino a sueldo Milan (Lino Ventura) ve frustrados, una y otra vez, sus intentos de llevar a cabo la delicada misión que le han encomendado porque Pignon, deprimido tras ser abandonado por su mujer y no mucho más hábil en sus fallidas tentativas de suicidio, se cruza en el camino del sicario.


viernes, 22 de septiembre de 2017

Excelentísimos cadáveres (1976)




Título original: Cadaveri eccellenti
Director: Francesco Rosi
Italia/Francia, 1976, 120 minutos

«La verità non è sempre rivoluzionaria...»

Excelentísimos cadáveres (1976)


La acostumbrada contundencia moral del cine de Francesco Rosi se manifestaba en todo su esplendor en estos Excelentísimos cadáveres con los que se pretendía, a partir de la novela Il contesto (1971) de Leonardo Sciascia, destapar una supuesta confabulación orquestada desde las altas esferas italianas. Ya la secuencia inicial, un plano largo de las catacumbas con insertos de los rostros de las momias allí olvidadas, está cargado de intenciones: más que de política-ficción, nos da a entender Rosi, su película versará sobre el terror de la realidad.

Porque el ecuánime inspector Amerigo Rogas (Lino Ventura) va a ser el encargado de ir, poco a poco, desgranando quién se encuentra tras la serie de asesinatos que se están cobrando la vida de algunos honorables jueces de la magistratura. Y aunque, inicialmente, dirige sus pesquisas hacia el entorno mafioso, el jefe de la policía (Tino Carraro) prácticamente obligará a Rogas a cambiar su línea de investigación, con la finalidad de inculpar a la extrema izquierda en dichas muertes.

Cartel de la versión francesa

Rodada en un momento histórico en el que los rumores de intentona golpista, la intensa actividad de las alcantarillas del Estado o el profundo ascendente del Partido Comunista Italiano sobre la sociedad de aquel país eran un fenómeno cotidiano, Cadaveri eccellenti forma parte, junto con El caso Mattei (1972) o Salvatore Giuliano (1962), de la producción más políticamente comprometida de Rosi.

Fernando Rey y el sueco Max von Sydow, por aquel entonces ya consolidados como estrellas internacionales, interpretan al Ministro de Seguridad y al Presidente de la Corte Suprema, respectivamente.


lunes, 10 de julio de 2017

Llanto por un bandido (1964)




Director: Carlos Saura

España/Italia/Francia, 1964, 98 minutos

Llanto por un bandido (1964) de C. Saura


Escena inicial: desde el cadalso levantado en la plaza del pueblo y bajo un sol de justicia, un alguacil lee en voz alta la sentencia de muerte mientras el verdugo ultima los preparativos ajustando las manijas del garrote vil. El primero está interpretado por el célebre dramaturgo Antonio Buero Vallejo; el verdugo, nada más y nada menos que por el cineasta Luis Buñuel. Teniendo en cuenta que, en la vida real, ambos padecieron la represión del régimen franquista tras la guerra (Buero Vallejo fue condenado a muerte, aunque luego se le conmutaría la pena por varios años de cárcel, y Buñuel se vio obligado a exiliarse), el sarcasmo propuesto por Carlos Saura es más que evidente.

Curiosa manera de dar comienzo a una película que, por diversos motivos, se ha tendido a obviar al considerarla una superproducción muy inferior a los proyectos más personales de su director. Y, sin embargo, ya hemos visto que oculta sorpresas nada desdeñables. En todo caso, sí que es cierto que fue un trabajo de encargo para Ágata Films, la productora de José Luis Dibildos, rodada en régimen de coproducción con Italia y Francia, motivo que explica la presencia de estrellas internacionales como Lea Massari o Lino Ventura.

Siendo aragonés, era de esperar que Saura se inspirase en Goya


La espectacularidad del sistema VideoScope y del Eastmancolor cobra su pleno sentido merced a las localizaciones en paisajes de Jaén y Córdoba, así como a las numerosas persecuciones a caballo que intentaban equiparar la figura del bandolero con la del forajido del Far West. Que nadie se llame a engaño: en Llanto por un bandido (1964), lo mismo que en otras producciones de similar factura que ya tuvimos ocasión de comentar aquí (como Carne de horca La duquesa de Benamejí), lo primordial no sería tanto el rigor histórico (por más que José María Hinojosa, alias "El Tempranillo", fuese un personaje tomado de la realidad) sino seguir como modelo el Oeste hollywoodense.

Ligado a esto último, valdría la pena señalar la visión que se da en el filme de los liberales. Liderados por el impetuoso y un tanto quijotesco capitán Valdés (Agustín González), a punto están de unirse a los cuatreros salteadores de caminos. De hecho, Pedro Sánchez (el personaje interpretado por Philippe Leroy) es un liberal que sí que se atreve a dar el paso. Claro que, llamándose así, parece lógico que saliera un poco díscolo el muchacho... Bromas al margen, lo que queda claro es que a la censura franquista le interesaba mostrar una imagen del bando liberal equiparable en su insensata huida hacia adelante con los fuera de la ley que se echaban al monte. Arma de doble filo: quizá cuando escribieron su guion lo que les interesaba a Mario Camus y al propio Saura era precisamente ennoblecer la causa del Tempranillo y de sus hombres...

Paco Rabal se mete en la piel de José María Hinojosa: el Tempranillo