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viernes, 25 de febrero de 2022

El alijo (1976)




Director: Ángel del Pozo
España, 1976, 105 minutos

El alijo (1976) de Ángel del Pozo


El término alijo suele asociarse de inmediato con el tráfico de drogas. Sin embargo, la mercancía que transportan los protagonistas de esta película son seres humanos: emigrantes clandestinos que, procedentes de Portugal, ansían llegar a Francia guiados por la expectativa de mejorar su calidad de vida. A tal efecto, viajan en el interior de un camión que transporta un cargamento de ganado ovino, camuflados entre las ovejas en condiciones verdaderamente infrahumanas. La suya será una odisea plagada de contratiempos cuyas posibles consecuencias constituyen una seria amenaza para la integridad física de los ocupantes del vehículo.

Los incentivos que estimulan a los conductores, en cambio, obedecen a motivaciones de muy diversa índole. Curro (Juan Luis Galiardo) es el típico gañán garañón: apuesto mozo siempre proclive a los escarceos carnales y sin mayor aspiración que ganar dinero fácil para después casarse con Araceli (María Casal), la hija de un tendero de Jerez de la que está enamorado.



Menos impulsivo que su socio, el veterano Paco (Fernando Sancho) es un hombre curtido en mil lides para el que ni la carretera ni el contrabando guardan secretos. Aun así, profesa ocultas creencias religiosas (en una de las escenas iniciales accede disimuladamente al interior de una iglesia para rezarle a San Cristóbal), lo cual le genera algún que otro cargo de conciencia con respecto al contenido que se esconde en la parte trasera del vehículo.

Interesante ejemplo de road movie en clave hispánica, a partir del relato homónimo de Ramón Solís, El alijo (1976) gira en torno a una temática que, por desgracia, mantiene intacta su vigencia más de cuatro décadas después de la realización de la película. Puede que haya variado la nacionalidad de los polizones o el destino final de su periplo, pero la falta de escrúpulos de quienes se lucran con el transporte ilícito de migrantes sigue siendo la misma que encarnan Mirna (Helga Liné) y el Señorito (Manolo Zarzo) en una cinta, dirigida por el también actor Ángel del Pozo bajo los auspicios de Rafael Gil, en la que tal vez no se profundiza lo suficiente en las causas que ocasionan el problema.



sábado, 28 de diciembre de 2019

El sol sale todos los días (1958)




Director: Antonio del Amo
España, 1956-1958, 87 minutos

El sol sale todos los días (1958)
de Antonio del Amo


No piso terreno firme. He estado soñando con una vida hecha a mi capricho. He querido ser libre, flotar sobre las cosas. Rehuir los problemas del amor y de los hijos...

Hacer que el protagonista de una película se llame Diógenes y que, como aquel cínico griego que vivía en un barril, resida a sus anchas en un melonar, completamente ajeno a las leyes de los hombres, es, en sí mismo, toda una declaración de principios. Sobre todo si el filme se rodó en la España franquista…

A pesar de que hoy en día se le recuerde mayormente como descubridor de Joselito, lo cierto es que, en su juventud, Antonio del Amo (1911-1991) había sido militante comunista y a punto estuvo de morir fusilado en el transcurso de nuestra Guerra Civil de no haber sido por la intercesión del también cineasta Rafael Gil.

Diógenes (Enrique Diosdado) caracterizado como payaso
junto a Lina (Marisa de Leza)

Algún resabio, pues, debió de quedarle de su pasado libertario cuando, a mediados de los cincuenta, aceptó dirigir una cinta de tan claras resonancias ácratas como El sol sale todos los días. Que, sin embargo, fue, a la vez, uno de aquellos filmes con niño por entonces tan en boga (aparte de las habilidades canoras del "pequeño ruiseñor", ¿quién no recuerda a Pablito Calvo?) y que proporcionarían a del Amo celebridad y éxito comercial. 

¿Cómo logró pasar la censura un guion semejante? Probablemente porque Teresa (Mercedes Monterrey), la hija del tendero y representante del orden establecido —frente a la bohemia Lina (Marisa de Leza) y su compañía de titiriteros— califica a Diógenes de "pobre loco" en la última secuencia: "sutil" comentario encaminado a condicionar la percepción del espectador respecto a un individuo que aún cree en el trueque y que prefiere la vida nómada a las responsabilidades de una existencia como Dios manda.

Plano final: inspirado en el de Modern Times (1936) de Chaplin

sábado, 23 de marzo de 2019

Mayores con reparos (1967)




Director: Fernando Fernán Gómez
España, 1967, 88 minutos

Mayores con reparos (1967)
de Fernando Fernán Gómez


La palabra cabaré ha ido perdiendo por el camino buena parte de su carga semántica hasta quedar reducida a un mero arcaísmo, más popular por ser el título de un célebre musical que no por las incómodas connotaciones que un día tuvo el vocablo. Porque hubo un tiempo en el que, según el DRAE, llamar cabaratera a una mujer implicaba que la aludida tenía "aspecto provocativo, modales groseros y expresión desenfadada". O sea que ni beber ni bailar ni espectáculos de variedades: lo que los españolitos reprimidos iban buscando a ese tipo de locales era más bien echar una cana al aire.

El dramaturgo Juan José Alonso Millán estrenó su comedia Mayores con reparos en el madrileño Teatro Reina Victoria en abril de 1965. Y, dada la morbosidad que, en aquel entonces, despertaban estos temas entre la mojigata sociedad española del tardofranquismo, ni que decir tiene que la obra obtuvo un éxito rotundo de público.



Estaba cantada, pues, según costumbre de la época, la correspondiente adaptación cinematográfica de la misma, que corrió a cargo de Fernando Fernán Gómez, todo un especialista en estos menesteres. Se da la circunstancia de que el intérprete, ducho conocedor tanto del medio escénico como del fílmico, venía de experimentar sendos fracasos comerciales en su faceta de director de largometrajes a causa de la mala recepción obtenida por las hoy reivindicadas El extraño viaje (1964) y El mundo sigue (1965). De ahí que no dudase ni un instante en abordar proyectos mucho más comerciales.

Mayores con reparos consta de tres episodios, protagonizados por la pareja artística (y sentimental) que formaban el propio Fernán Gómez y la argentina Analía Gadé. Tres historias en la que cada uno interpreta, a su vez, a otros tantos personajes: Fernando, Miguel, Manuel... Pepita, Patricia, Estrella... Su denominador común es simple: ellos son hombretones de provincias que se dejan pegar el sablazo a cambio de un poco de afecto; ellas, impúdicas meretrices que, en la intimidad de un sofisticado apartamento, dejan aflorar la verdadera naturaleza de su personalidad.


sábado, 30 de junio de 2018

Pasión en el mar (1956)




Director: Arturo Ruiz Castillo
España/Francia, 1956, 83 minutos

Pasión en el mar (1956) de Ruiz Castillo


Hace cinco lustros llegaron hasta las playas de Huelva desertores de las minas de cobre con sus fuerzas quemadas al servicio del extranjero. Hombres a los que les llamaba el mar o huían del mar. Hombres que, en parajes perdidos del Atlántico, pretendían esconder una vida de aventura proscrita por la sociedad. Veinticinco años después todo aquello es recuerdo. Amargo recuerdo de unos hechos que sucedían así...

Como la Fedra de Manuel Mur Oti (estrenada en noviembre del 56), Pasión en el mar, que llegaría a la salas comerciales el 21 de enero del año siguiente, es una película de ambientación marítima que adolece de las mismas virtudes y defectos. En primer lugar, la cuidada fotografía en Agfacolor de Aguayo confiere al conjunto una apariencia de postal idílica en la que los intérpretes tienden a la pose con excesiva frecuencia. Lo cual debe de ser algo inevitable en producciones de este tipo, teniendo en cuenta que otras películas ya comentadas aquí (caso de Mar abierto de Ramón Torrado) presentan una factura visual semejante. Cuya dimensión épica se ve reforzada, en el caso que nos ocupa, mediante la banda sonora de ecos heroicos compuesta por Salvador Ruiz de Luna.

Rodada en localizaciones de la provincia de Huelva, la cinta de Arturo Ruiz Castillo no destaca precisamente por la profundidad de su trama (una maniquea historia de rencillas entre hermanos) ni tampoco por la trascendencia de otros temas abordados, como un impreciso contrabando de relojes de gama alta en la ciudad portuaria de Tánger o las "reivindicaciones" laborales de quienes se ven forzados a practicar la pesca de arrastre en las abruptas playas onubenses.



En ese contexto, Vicente (Fernando Sancho) es el capataz despiadado que explota a los pescadores en connivencia con el pérfido Jorge (Jean Danet), mientras que la díscola Alicia (Pascale Roberts) aspira a mejorar su posición a cualquier precio, aunque sea traicionando al bonachón Carmelo (Conrado San Martín). Y entre la nómina de secundarios destaca el siempre creíble Xan das Bolas en un papel de sabio marinero gallego hecho a su medida.

Desde el punto de vista narrativo, la historia relatada en Pasión en el mar no deja de ser un larguísimo flashback cuyo trágico e incendiario desenlace no debe hacernos olvidar que la acción había comenzado con Carmelo y la casta Gloria (María Rivas) disfrutando de los alegres bailes de la romería de la Virgen de la Cinta, en las inmediaciones de la Ermita del mismo nombre, por lo que el final no es tan funesto como las llamas que devoran las endebles chozas harían pensar, sino un mero acto de justicia poética del que Alicia y Jorge salen indemnes por el poder redentor de la pasión que se profesan y cuya única víctima propiciatoria es el taimado Vicente, un ser absolutamente incapaz de amar y por ello digno de morir como el diablo que fue en vida.


sábado, 12 de agosto de 2017

¡Adiós, Mimí Pompón! (1961)




Director: Luis Marquina
España, 1961, 102 minutos

¡Adiós, Mimí Pompón! (1961) de Luis Marquina


Adaptación de la obra teatral homónima de Alfonso Paso, protagonizada por Fernando Fernán Gómez y la mejicana Silvia Pinal, quien venía a interpretar un papel parecido al que hasta entonces había desempeñado Analía Gadé junto al cómico español y que justo después de esta película trabajaría en Viridiana a las órdenes de Buñuel.

Con una prodigiosa fotografía en color de José F. Aguayo, ¡Adiós, Mimí Pompón! comenzaba como si se tratase de la típica biografía de alguna célebre cupletista fin de siècle (en la línea de los filmes que hicieran célebre a Sara Montiel). Pero no: poco a poco, la trama irá virando hacia la comedia negra, puesto que tanto el celoso y adinerado Heriberto Promenade (Fernán Gómez) como la Pompón de marras (Pinal) resultarán ser peligrosísimos criminales: uxoricida él y asesina de maridos ella. Aparte de que el resto de miembros de la familia Promenade tampoco están en su sano juicio: ni la venerable madre (Catalina Bárcena), que colecciona las calaveras de las difuntas nueras en el mueble de la biblioteca, ni tampoco las hermanas: Arcadia (Carmen Bernardos) cree que una oca es su marido y la benjamina Lorenza (Amparo Baró) asegura que espera un hijo de algún desalmado que jamás existió.



Completan el reparto el enamoradizo boticario Gastón (José Luis López Vázquez) y una pareja deliberadamente calcada de Sherlock Holmes y el doctor Watson: el inspector Renato Saint-Paul (Manuel Collado) y su ayudante Pierre (Antonio Ferrandis), encargados de destapar los crímenes presuntamente cometidos en la lujosa mansión de Limoges.

El modelo del que bebe la inspiración de Alfonso Paso es de una claridad meridiana: se trata de Arsénico por compasión, la película de Frank Capra en la que unas afables ancianitas compartían la misma delicada afición por asesinar al prójimo que los personajes de ésta. Y se conoce que el hombre debía de tenerle cogido el gustillo a eso de imitar a su modelo hollywoodense puesto que por las mismas fechas se estrenó Usted puede ser un asesino, artefacto similar a ¡Adiós, Mimí Pompón! aunque ambientado en el presente y dirigido ahora por Forqué, en el que también aparecían y desaparecían los cadáveres con suma facilidad.