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viernes, 9 de mayo de 2025

El clan de los Nazarenos (1975)




Director: Joaquín Luis Romero Marchent
España/Italia, 1975, 95 minutos

El clan de los Nazarenos (1975) de JL Romero-Marchent


Curiosa historia en torno a un atormentado monje (Javier Escrivá) que, tras haber perdido la fe, abandona los hábitos y da rienda suelta a sus pasiones reprimidas, para lo que forma un temible grupo criminal reclutando jóvenes delincuentes sin escrúpulos. Todo ello con la peregrina idea (nunca mejor dicho) de encontrar a Dios a través de sus actos delictivos. Al igual que los penitentes en las procesiones de Semana Santa, y de ahí el título de la película, los protagonistas de El clan de los Nazarenos (1975) también irán encapuchados cuando cometan sus fechorías.

Sin embargo, el trasfondo de este híbrido entre elementos tan sumamente heterogéneos no sería tanto religioso, sino que deja intuir, más bien, un cierto influjo (no muy bien digerido, seamos sinceros) del carácter ultraviolento con el que Kubrick había adornado a los "drugos" de La naranja mecánica (1971). Sólo que adaptando ese planteamiento a un contexto hispánico, concretamente galaico, como lo atestiguan los exteriores rodados en diferentes enclaves del litoral coruñés.



Una atmósfera opresiva flota en todo momento a lo largo de la trama, sutilmente subrayada por la fotografía del mítico Luis Cuadrado, mientras que la banda sonora del italiano Stelvio Cipriani aporta un toque entre turbio y contemplativo que le viene muy bien al conjunto. Y en cuanto al reparto, además del ya mencionado Escrivá, destaca la presencia de Tony Isbert (Fly), Luca Bonicalzi (Ludo), Luis Folledo (Punch) y Antonio Sabato (Jorge). A cada uno de ellos le corresponde un papel en abierto contraste con el resto, donde Fly es el cínico, Ludo el romántico, Punch un rudo púgil fracasado y Jorge el astuto y último miembro en unirse a la banda.

Quedan, por último, una serie de personajes cuyo cometido consiste en oponerse a las turbias intenciones del clan, bien sea por la vía sentimental encarnada por Magda (Sandra Mozarowsky), las buenas intenciones cristianas del Padre José (Carlos Romero Marchent) o las no tan claras de la misteriosa Arima (Alexandra Bastedo). Circunstancias que, en definitiva, marcan el ritmo de un filme irregular al que en ocasiones se le ha querido aplicar la etiqueta de "película de culto".



lunes, 5 de agosto de 2019

Cabalgando hacia la muerte (1962)




Título italiano: L'ombra di Zorro
Director: Joaquín Luis Romero Marchent
España/Italia/Francia, 1962, 87 minutos

Cabalgando hacia la muerte (1962)
de J. L. Romero Marchent


El chorizo wéstern —a diferencia del espagueti, más vinculado con el secarral almeriense— buscó sus localizaciones en otros parajes de la variada geografía española. Como, por ejemplo, la provincia de Soria, cuyas tierras, a las que se tiende a identificar de inmediato con los versos machadianos, sirvieron, sin embargo, de escenario para no pocas producciones cinematográficas a partir de la década de los sesenta.

Una de las primeras, si no la primera, fue Cabalgando hacia la muerte, dirigida por el incombustible (y habitual del género) Joaquín Luis Romero Marchent y parcialmente rodada en el vistoso roquedal de Castroviejo: rincón de extraña belleza y peñascos caprichosamente moldeados, sito en los aledaños de Duruelo de la Sierra.



Según informa el blog Historia de Covaleda, un vecino de la mencionada localidad, apodado “El Chupa”, participó como extra durante el rodaje, dada su habilidad para saltar entre los riscos y escalar ayudándose de cuerdas. Curioso detalle, sin duda, de la intrahistoria fílmica, pero que no supera en "trascendencia" a otra anécdota que revela la atenta revisión de los títulos de crédito. Y es que Raffaella Carrà, la gran diva televisiva y entonces actriz incipiente, interpreta un papelillo. Cuesta un poco reconocerla porque en aquella época era pelirroja, pero es la chica vestida de azul que en el saloon no para de pedirle al pianista: "Tócala otra vez", aunque la frase parezca salida de otra película...

Bueno: y a todo esto, ¿de qué va Cabalgando hacia la muerte? Pues vendría a ser la segunda parte de La venganza del Zorro, rodada ese mismo año y por el mismo equipo. Dos hermanos, llamados Dan (Paul Piaget) y Billy (Robert Hundar) y más malos que la quina, llegan a California dispuestos a vengar la muerte de un tercero, supuestamente ajusticiado por el Zorro. De modo que los maleantes se hacen pasar por el enmascarado (¡ojo! Se ve que el presupuesto no daba para antifaces, por lo que tanto el original como el fake se limitan a taparse la cara con un pañuelo negro), sembrando el caos y el pánico por doquier, con el objetivo de que los lugareños culpen al héroe. Así, obligándolo a que se descubra, podrán enfrentarse a él...

Aunque no lo parezca, la chica de la izquierda es Raffaella Carrà

domingo, 4 de agosto de 2019

El coyote (1955)




Directores: Joaquín Luis Romero Marchent y Fernando Soler
España/Méjico, 1955, 74 minutos

El Coyote (1955) de J. L. Romero Marchent


Es 1848 y los Estados Unidos se acaban de anexionar California. El bueno de don César Echagüe sénior (Rafael Bardem) intenta apaciguar los ánimos de sus conciudadanos con la promesa de que su hijo regresará pronto de Europa para salvarlos del yugo opresor. Pero cuando éste se presenta en el lugar, resulta ser un petimetre remilgado que suelta latinajos y compone ripios...

Basta un somero análisis para darse cuenta enseguida de que estamos ante una producción de bajo presupuesto: imágenes de archivo, insertos, primeros planos en contrapicado... En fin, el acostumbrado recital de recursos que todo cineasta avezado debe poner en práctica cuando el ingenio es mucho y el dinero escaso. De todo ello sabía bastante Orson Welles, pero también el que fuera su mano derecha en España: Jesús Franco. Que prácticamente comenzó su prolífica carrera con este filme, una adaptación del personaje "creado" por José Mallorquí (aunque tal vez sería más justo decir "copiado", por su inmenso parecido con el Zorro), en la que el futuro Jess participó en el guion y hasta compuso la letra de las canciones, a tanto llegaba su enorme talento.



Es El Coyote, asimismo, la primera de una larga lista de películas de ambientación mejicana a las que el director Joaquín Luis Romero Marchent (1921–2012) consagró la mayor parte de su trayectoria profesional, hasta el extremo de haber sido totalmente encasillado en un subgénero cuyos productos, casi siempre de ínfima calidad, solían ser tan vistosos como intelectualmente vacuos.

Todo lo cual no impide que la película posea ese encanto especial de las historias de aventuras, con todos los clichés habidos y por haber: el misterioso y providencial enmascarado (Abel Salazar) que llega para poner en su sitio al yanqui prepotente (Santiago Rivero), los tiroteos y demostraciones de puntería que dejan boquiabierto al más pintado, hábiles jinetes galopando a lomos de espléndidos corceles, etc. etc. Pero lo que no tiene precio, lo que de verdad representa el auténtico atractivo del filme, es encontrarse a míticos secundarios del cine español en papeles tan desacostumbrados como el de barman del saloon (José María Prada) o ver a Xan das Bolas, que era más gallego que un percebe, haciendo de mendigo guandajón como si tal cosa.


domingo, 21 de enero de 2018

Fulano y Mengano (1957)




Director: Joaquín Luis Romero Marchent
España, 1957, 82 minutos

Fulano y Mengano (1957)


GUARDIA: Podrían ir más decentes. ¡Parecen pordioseros! 
CARLOS: (avergonzado) Tiene razón. Hay que adecentar la ropa. 
EUDOSIO: Podríamos comprar trajes nuevos... 
CARLOS: Lo más nuevo que haya en ropa vieja. 

Por su ambientación eminentemente neorrealista, Fulano y mengano forma parte de esa poco frecuente nómina de películas del cine español de los cincuenta y sesenta que se atrevieron a mostrar las estrecheces que padecía buena parte de lo que entonces se llamaba, no sin cierta ironía despreciativa, clases subalternas. Infrecuentes y, sobre todo, malditas, habida cuenta del celo con el que la censura franquista masacraba todo aquello que arrojase una imagen mínimamente divergente respecto a la versión oficial impuesta por el régimen. 

El inquilino (1958) o Surcos (1951), ambas de Nieves Conde; El pisito (1958) y El cochecito (1960) de Marco Ferreri; Plácido (1961) o El verdugo (1963) de Berlanga; Mañana... (1957) de Nunes y tantas otras, a menudo protagonizadas por Pepe Isbert o Fernando Fernán Gómez a partir de guiones de Rafael Azcona. En todas ellas (y aun en alguna más que no citamos) se respira la misma miseria, el mismo agridulce desencanto.



Quizá con un desenlace cómico presumiblemente concebido para agradar a los censores y que más bien desentona comparado con el planteamiento inicial, Fulano y mengano no dejaba en muy buen lugar ni a la justicia, puesto que Eudosio (Isbert) y Carlos  (Juanjo Menéndez) no dejan de ser dos inocentes encarcelados injustamente, ni al sistema penitenciario (la escena en la prisión presenta a los internos hacinados en el patio, vestidos con el burdo uniforme carcelario) ni mucho menos a la Seguridad Social (el padre de Esperanza fallece en condiciones deplorables tras serle administrados, tarde y mal, unos medicamentos muy caros) o al Ministerio de la Vivienda (no hay más que ver la casa ruinosa en la que acabarán refugiándose los protagonistas tras recuperar la libertad). Duras condiciones de subsistencia, como queda patente, que obligarán a los dos amigos, ya que son demasiado honestos y torpes para robar, a buscarse la vida mediante la venta ambulante de corbatas.

El guion de Suárez Carreño y de Jesús Franco destaca, por otra parte, por la ingenuidad con la que es caracterizado el trío protagonista, sobre todo el anciano Eudosio o la cándida Esperanza (el nombre ya lo dice todo). Lo cual es bastante curioso, ya que José María Nunes (otro outsider como Jess Franco) optó ese mismo año por atribuir una similar inocencia a los personajes de Mañana..., su ópera prima. En cuanto a Romero Marchent, del que no puede decirse que fuese nunca un autor dotado de un estilo personal, en esta película demuestra, sin embargo, una cierta tendencia al uso de ángulos picados y contrapicados con la que resuelve magistralmente la composición de más de un plano, sobre todo al rodar en el interior de la casa en ruinas, donde Carlos y Eudosio ocupan el piso de arriba.


domingo, 26 de febrero de 2017

El hombre que viajaba despacito (1957)




Director: Joaquín Luis Romero Marchent
España, 1957, 80 minutos

El hombre que viajaba despacito (1957)


No se puede decir que haya envejecido muy bien esta comedia protagonizada por el sin par Miguel Gila (1919-2001). En todo caso, él sí que guardaba un grato recuerdo de ella, siendo prácticamente la única, de las veintiséis películas en las que participó, de la que solía hablar en términos positivos al cabo de los años. En fin, algo debía de tener cuando hasta el NO-DO (Nº 738 B, Año XV) se hizo eco del rodaje de sus exteriores en Móstoles.

Los créditos iniciales daban fe de otra de las habilidades del humorista, quizá menos conocida hoy en día: la de dibujante. Suyas son las caricaturas que acompañan a los nombres del reparto mientras suena la banda sonora compuesta por Jesús Franco, quien también ejerció como ayudante de dirección de Joaquín L. Romero Marchent.

Además de humorista, Gila fue también un notable dibujante

Es indudable que Gila borda el papel de pueblerino (lo interpretó, de hecho, toda la vida en sus célebres monólogos televisivos pegado al teléfono), aunque el problema en El hombre que viajaba despacito tal vez estriba en el hecho de que el guion carece totalmente de fundamento. La historia de un paisano que se casa mientras hace la mili y luego es padre, seguida del extraño periplo que debe recorrer hasta reunirse con su esposa Marta (Licia Calderón) para conocer al bebé carece totalmente de fundamento. Se podría objetar que ello es debido a que el humor de Gila tuvo siempre un componente surrealista considerable, pero aun así hay que reconocer que, cinematográficamente hablando, lo que le funcionaba a las mil maravillas sobre el escenario de una sala de fiestas o en los platós de televisión no resulta igual de convincente en pantalla. ¿Era Gila un artista que ganaba en las distancias cortas? Pues probablemente. Tal vez el cine no era el formato ideal para su humor, como tampoco puede decirse que sean hoy asumibles sus bromas sobre gitanos.

De todos modos, sí que conviene señalar algunos aciertos contenidos en el filme. Como esa escena inicial, en la que Gila se halla encaramado en el cañón de un tanque y que tanto recuerda a El gran dictador de Chaplin. O aquel payaso que interpreta en la plaza de un pueblo y que tiene algo de felliniano. Eso es lo bueno del cine: que, si uno escarba un poco, siempre salen a relucir referencias cinéfilas. Aunque estén pilladas por los pelos y sea en una película teóricamente menor.