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domingo, 24 de febrero de 2019

La escalera de caracol (1946)
















Título original: The Spiral Staircase
Director: Robert Siodmak
EE.UU., 1946, 80 minutos

La escalera de caracol (1946)
de Robert Siodmak

Siempre he sentido debilidad por esta vieja producción de serie B desde que la descubrí, hace ya muchos años, probablemente gracias a algún pase televisivo. E independientemente de sus muchos e imperdonables fallos de guion (¿por qué los protagonistas insisten en bajar al sótano, una y otra vez, alumbrándose con una simple vela, que la ventisca podría apagar en cualquier momento, si en la casa hay varios quinqués?) lo cierto es que The Spiral Staircase ocupa un lugar destacado en mi particular olimpo cinéfilo.

Detrás de la claustrofóbica y expresionista puesta en escena, adornada con la habitual música de theremín de los filmes de misterio de la época, se hallaba un cineasta de singular talento, nacido en Alemania y muerto en Suiza, pero que desarrolló lo mejor de su extensa carrera a caballo entre París y Hollywood. Robert Siodmak (1900–1973) había aprendido el oficio junto a otros miembros destacados de su generación tales como Edgar G. Ulmer, Fred Zinnemann o Billy Wilder, con quienes llevó a cabo el largometraje Los hombres del domingo (Menschen am Sonntag) en 1930.



En La escalera de caracol se hace patente aquello de que menos es más: un primer plano de un ojo, de unas manos crispadas y ya está todo dicho. No hace falta entrar en detalles ni servirse de costosos efectos especiales, sino que Siodmak pone al servicio de la RKO todo su bagaje artístico para lograr una atmósfera entre claustrofóbica y onírica cuya efectividad se ve incrementada con creces dado el mutismo de la protagonista (Dorothy McGuire).

En cualquier caso, y ahí es donde reside precisamente la grandeza del director alemán, hay que saber leer entre líneas los símbolos que encierra esa laberíntica mansión victoriana en la que transcurren los hechos: fiel metáfora del nazismo, el asesino fija su objetivo en los débiles e imperfectos, para quienes considera que no debería haber lugar en el mundo.