martes, 31 de agosto de 2021

Estudio amueblado 2.P. (1969)




Director: José María Forqué
España, 1969, 94 minutos

Estudio amueblado 2.P. (1969) de Forqué


Tal vez el único aliciente de una comedia como Estudio amueblado 2.P. (1969) consista en que permite hacerse una idea aproximada de las fantasías eróticas que encendían la libido de los hombres de frente estrecha durante el franquismo. La historia que narra es, más o menos, como sigue. Dos oficinistas de una entidad financiera deciden servirse de un ultramoderno cerebro electrónico, que les acaban de instalar en la sucursal, para que les programe sus escarceos amorosos. Así, guiados por las indicaciones de la infalible computadora, Miguel (Fernando Fernán-Gómez) y Ramón (José Luis López Vázquez) alquilan una buhardilla en un barrio discreto adonde irán llevando a las mujeres que, según el ordenador, presentan un perfil más propenso para dejarse seducir.

Ni que decir tiene que ambos elementos, solterones que ya pasan de los cuarenta, comparten el mismo carácter rijoso, propio de individuos reprimidos sexualmente. Ramón es el más echado para adelante y por eso se las da de entendido en la materia, mientras que el tímido y patoso Miguel siempre va un poco a remolque de su compañero. Aunque, a la hora de la verdad, poco importa la diferencia, ya que tanto el uno como el otro resultan igual de patéticos.

Buena parte de los exteriores se rodaron en Gerona


Y, sin embargo, hay un momento en el que parece que la suerte les sonríe, recibiendo efusivas muestras de admiración por parte de sus compañeros de trabajo o, lo que es más sorprendente, convirtiéndose en objeto de deseo de las muchachas de la oficina. Ilusión que se desvanecerá bruscamente cuando los directivos, entre cuyas filas hay un par de eclesiásticos, tengan noticia de la existencia del picadero a consecuencia de un escándalo en el que se han visto involucradas dos supuestas francesas.

Al margen de lo obsoleto que haya podido quedar su contenido, lo cierto es que Estudio amueblado 2.P. responde al patrón de comedia subida de tono que, desde finales de los sesenta, anuncia una relajación de la censura en materia de moral. Se trata, por lo común, de guiones que explotan la morbosidad en torno a prácticas hasta entonces consideradas tabú (adulterio, prostitución, promiscuidad...), pero sobre las que, en lo sucesivo, se tolerará frivolizar un poco como signo de modernidad. Tal será el caso, por ejemplo, de El triangulito (1972), también de Forqué, en la que se plantea una insólita relación sentimental entre una mujer y dos hombres.



lunes, 30 de agosto de 2021

Un adulterio decente (1969)




Director: Rafael Gil
España, 1969, 95 minutos

Un adulterio decente (1969) de Rafael Gil


Cada vez que el musicólogo Eduardo Bernal (Jaime de Mora y Aragón) se ve obligado a ausentarse por motivos laborales, su esposa Fernanda (Carmen Sevilla) le es infiel con el novelista Federico Latorre (Andrés Pajares), al que ha hecho creer que es viuda. Hasta que Bernal regresa un día de improviso y queda todo al descubierto. Pero entonces entra en acción un sabio despistado, el doctor Cumberri (Fernando Fernán-Gómez), quien sostiene que los adúlteros padecen una enfermedad causada por una bacteria, el adulterococo, que él sabe cómo curar. A tal efecto, en su moderna clínica privada lleva a cabo un tratamiento que consiste en encerrar juntos a los amantes para que, a base de convivir, terminen sanando...

Resulta complicado hacer entender a los jóvenes de hoy en día la morbosidad que el concepto de adulterio despertaba antaño por estas latitudes. Afortunadamente. Porque ello significa que han crecido ya en un mundo libre de prejuicios absurdos. Sin embargo, hubo una época no tan lejana en la que mantener relaciones sexuales fuera del matrimonio podía suponer penas de cárcel para las mujeres. De ahí, que el tema se prestase como argumento para comedias o películas moderadamente atrevidas.

El doctor Cumberri (Fernán-Gómez) con José Luis Uribarri


La obra teatral homónima en tres actos de Enrique Jardiel Poncela en la que se basa Un adulterio decente (1969) se había estrenado en el madrileño Teatro María Isabel muchísimo tiempo antes. Concretamente, el 3 de mayo de 1935. Con la diferencia, nada desdeñable, de que si durante la Segunda República dicho delito fue abolido, en la España franquista todavía estuvo vigente hasta su derogación definitiva en 1978. 

Tal vez por la aureola de clásico que envuelve el nombre de Jardiel o porque su enfoque del asunto era bastante amable, pero lo cierto es que se consideró oportuno que Rafael Gil dirigiese una versión cinematográfica cuyo máximo reclamo residía en el sex-appeal de la sensual Carmen Sevilla. Su entonces marido, el compositor Augusto Algueró (1934-2011), escribió las canciones que interpreta, entre las que destaca el tema inicial, una animada pieza yeyé con arreglos un tanto oníricos, que lleva por título "Chance".



domingo, 29 de agosto de 2021

Carola de día, Carola de noche (1969)




Director: Jaime de Armiñán
España, 1969, 91 minutos

Carola de día, Carola de noche (1969)


Joven heredera de un hipotético estado centroeuropeo en el que ha triunfado la revolución, la princesa Carola Jungbunzlav (Marisol) aterriza en el aeropuerto de Barcelona acompañada de un estricto séquito que la somete a una rigurosa vigilancia. Pero la muchacha es joven y necesita divertirse, motivo por el que abandona de incógnito su residencia para mezclarse con la gente de la ciudad condal y terminar, tras haber conocido a un chico muy majo (Tony Isbert), trabajando como artista en una moderna sala de fiestas llamada Chez nous

Ya se sabe cómo funcionan estas cosas: una película que sirve para promocionar a una cantante y viceversa. Carola de día, Carola de noche (1969) tenía como objetivo, además, la nada fácil tarea de lanzar la imagen definitiva de Marisol como mujer. Visto así, se comprende que el argumento sea lo de menos en una cinta cuyo aliciente primordial reside en las canciones de su banda sonora y en la espectacularidad de los números musicales a que éstas dan lugar en la pantalla. Así, por ejemplo, destaca poderosamente la soberbia versión pop, según un arreglo de Alfonso Sainz de los Pekenikes, de la "Marcha triunfal" de la ópera Aida de Verdi.



Sin embargo, esta nueva Marisol no sólo aspiraba a convertirse en sex-symbol, sino que el aire de los tiempos (estamos a finales de los sesenta) obligaba también a dárselas de intelectual y rebelde. Dentro de unos límites, por supuesto. Pero el caso es que los títulos de crédito arrancan con imágenes de conflictos bélicos en color sepia mientras de fondo suena la voz de las Vainica Doble interpretando el "Romance del reino perdido": curioso modo de empezar, puesto que esos derrotados que vemos marchar rumbo al exilio parecen remitir a los republicanos españoles tras el fin de nuestra guerra civil. Todo un atrevimiento tratándose de un filme teóricamente destinado a relanzar la carrera de una antigua niña prodigio.

Pese a que el resultado final no fuese nada del otro jueves, cabe destacar, aun así, la gran cantidad de actores y celebridades que prestaron su amistosa colaboración en forma de fugaces cameos: Chicho Ibáñez Serrador, Amparo Baró, José Luis Coll, Mónica Randall, Jaime de Mora y Aragón, José María Rodero, Fernando Fernán-Gómez... Este último, transportista provisto de motocarro, interpreta al típico patán que, al grito de "¡Estás como un tren!", se dedica a piropear en plena calle a la protagonista con no demasiado éxito.



sábado, 28 de agosto de 2021

La silla de Fernando (2006)




Directores: Luis Alegre y David Trueba
España, 2006, 84 minutos

La silla de Fernando (2006)


En la vida también hay galanes, actores cómicos, actores de carácter, damitas jóvenes, segundos. Esos papeles se los han repartido quizás ellos mismos o quizás las circunstancias. Pero en cuanto a la actitud frente a los avatares cotidianos, la de los hombres de la realidad se diferencia de la de los personajes teatrales en que los hombres de la realidad siempre son protagonistas, todos son protagonistas, aun cuando al mismo tiempo sean personajes secundarios en las peripecias ajenas.

Fernando Fernán-Gómez
El tiempo amarillo

Hoy, 28 de agosto, se cumplen cien años exactos del nacimiento de Fernando Fernán-Gómez (1921–2007), ocasión más que propicia para detenernos en La silla de Fernando (2006), espléndida "película-conversación" que los cineastas Luis Alegre y David Trueba le dedicaron justo un año antes de su muerte. Algo de testamento, en consecuencia, deben de tener las lúcidas reflexiones del actor, si bien su actitud frente a la cámara destila vitalidad en todo momento.

Es cierto que muchas de las cosas que cuenta ya aparecían recogidas en sus memorias. Aunque poco importa eso tratándose de un testimonio cuya premisa principal, según sus directores, no era otra sino hacer partícipe a todo el mundo de la capacidad que tenía el intérprete para, sentado en una simple silla (o, todo lo más, con un whisky en la mano), "convertir una charla en algo más que una charla".



De entre las varias perlas que suelta don Fernando a lo largo de los más de ochenta minutos de duración de la cinta, merece la pena destacar anécdotas como la del taxista iraní que una vez se atrevió a formularle la pregunta del millón: "¿Usted sabría decirme por qué un país con una cultura tan rica como la española tiene un cine tan pobre?" Cuestión hiriente en la tierra que vio nacer a grandes cineastas de la talla de Buñuel, pero para la que, lamentablemente, ni Fernán-Gómez ni nadie parece tener respuesta.

Tampoco se muerde la lengua el hoy ya centenario actor cuando le preguntan cuál sería, en su opinión, el defecto más habitual entre los españoles. Que no es tanto, opina él, la envidia, como a menudo suele decirse, sino más bien el desprecio, ese ningunear constantemente los méritos del prójimo, restándole valor a los logros ajenos. Sabias palabras en boca de un hombre de vuelta de todo, "un tímido con mal carácter", como él mismo se define, al que la experiencia de la vida ha enseñado a no depositar demasiadas esperanzas en un futuro que nunca está por completo en nuestras manos.



viernes, 27 de agosto de 2021

Un vampiro para dos (1965)




Director: Pedro Lazaga
España, 1965, 91 minutos

Un vampiro para dos (1965) de Pedro Lazaga


Rebuscando entre las casi cien películas que dirigiera Pedro Lazaga (1918–1979) se pueden encontrar hasta parodias vampíricas como la que nos disponemos a comentar. Su título, no obstante, parafrasea el de una célebre comedia romántica, Pijama para dos (Lover Come Back, 1961), con la salvedad de que ni José Luis López Vázquez ni Gracita Morales resultan tan apolíneos como Doris Day y Rock Hudson. Lo suyo sería, más bien, la versión de andar por casa de unos españolitos que deciden emigrar a Alemania para ponerse "al nivel europeo".

Porque, a pesar de que la pareja acabe trabajando al servicio de un siniestro aristócrata de origen húngaro, lo cierto es que su verdadero telón de fondo responde a los apuros de un joven matrimonio de operarios del metro madrileño que, después de un año de casados, apenas sí logran verse debido a que los horarios de ambos son incompatibles. A fin de cuentas, tal y como le confiesa Pablo (López Vázquez) al funcionario de la Casa de España en Düsseldorf que les atiende, ellos no aspiran a otra cosa sino a "vivir juntos, comer juntos, dormir juntos..."



Es decir, que tras una cinta concebida para la risa se oculta una realidad social nada halagüeña: la de unos trabajadores abocados al pluriempleo (además de en el metro, él trabaja como vigilante nocturno de una obra y como árbitro de fútbol) y, por ende, desprovistos de cualquier tipo de conciliación familiar. Luego, lo de ver a Fernando Fernán Gómez emulando a un Drácula adicto a la sangría o cómo Pablo y Luisita (Morales) mantienen a raya al barón y a su pérfida hermana Nosferata (Trini Alonso) a base de sopa de ajos tendrá más o menos gracia, pero, para un espectador de hoy en día, puede que no sea lo más interesante de la película precisamente.

En ese sentido, Un vampiro para dos (1965) contiene numerosas referencias a la actualidad política y social de aquellos días, desde el Mercado Común hasta las futuras olimpiadas de México 68. Como también se alude, en el insólito final, a la entrega de unos Premios Óscar cuyo máximo triunfador es un perro español que domina varios idiomas. Aunque ésa es ya otra historia...



jueves, 26 de agosto de 2021

El mundo sigue (1965)




Director: Fernando Fernán Gómez
España, 1963-65, 121 minutos

El mundo sigue (1965) de Fernán-Gómez


Junto con El extraño viaje (1964), la otra gran película de culto de Fernando Fernán Gómez es El mundo sigue, rodada en el 63 aunque no se estrenaría, tarde y mal, hasta julio del 65, como parte de un programa doble en el cine Buenos Aires de Bilbao. Se trataba de una adaptación de la novela homónima de Juan Antonio de Zunzunegui (1901–1982), autor de renombre, hoy casi olvidado, pero de cuya maestría a la hora de retratar los rigores de la más inmediata posguerra dan buena fe unos personajes marcados por la extrema sordidez del ambiente.

“Verás maltratados los inocentes, perdonados los culpados, menospreciados los buenos, honrados y sublimados los malos; verás los pobres y humildes abatidos. Y poder más en todos los negocios el favor que la virtud”. La película se abre con esta cita de la Guía de pecadores (1556) de Fray Luis de Granada, palabras que nos sitúan en un contexto atrozmente sombrío en lo que a las relaciones humanas se refiere. Triste realidad de la que no queda exenta la familia, caldo de cultivo de rencillas tan virulentamente nocivas como la que enfrenta a las antagónicas Eloísa (Lina Canalejas) y Luisa (Gemma Cuervo).



De hecho, ambas hermanas encarnan dos posturas radicalmente opuestas: la de la mujer pobre pero honrada que, en su amargura, se siente con derecho a reprobar a las demás (Eloísa) y la impúdica que, por puro instinto de supervivencia, se aprovecha de los hombres para huir de la miseria (Luisa). En un principio, la amantísima madre (Milagros Leal) y el adusto padre (Francisco Pierrá) se avergonzarán de la descarriada. Mas cuando la hija pródiga regrese al hogar con valiosos regalos (sufragados por sus amantes), la severidad paterna se ablandará ante el brillo de una sortija de varios quilates o de un elegante reloj de pulsera.

Adulterio, aborto, prostitución, violencia doméstica... Tan demoledora resulta la radiografía que se lleva a cabo en El mundo sigue, frente a la imagen oficial de prosperidad que le interesaba proyectar al Régimen, que la censura franquista no podía tolerar semejante bomba, y menos aún en vísperas de la celebración de los XXV años de paz. De ahí la pésima calificación que obtuvo, con la consiguiente ausencia de subvenciones, condenando a esta obra maestra, entre buñueliana y tremendista, a una invisibilidad de la que, afortunadamente, pudo quedar resarcida medio siglo después gracias al reestreno comercial auspiciado por Juan Estelrich Jr. y A Contracorriente Films.



miércoles, 25 de agosto de 2021

La becerrada (1963)




Director: José María Forqué
España, 1963, 96 minutos

La becerrada (1963) de José Mª Forqué


Monjas y toros no parecen, a priori, dos términos que tengan demasiado en común. Y, sin embargo, el cineasta José María Forqué fue capaz de concebir, con la ayuda de Jaime de Armiñán y Ricardo Muñoz Suay (coautores del guion), una historia en la que una comunidad de religiosas, acuciada por estrecheces económicas, decide organizar una corrida de toros benéfica con el objetivo de recaudar fondos para los pobres ancianitos de "El hogar del vencido".

Decir que Fernando Fernán-Gómez es el protagonista de la película sería, tal vez, un tanto excesivo, ya que La becerrada (1963) viene a ser más bien una especie de comedia coral. Sí que es cierto que su personaje, Juncal, un paria con ínfulas de apoderado taurino, sobresale por encima del resto dadas sus peculiares características, mitad soñador, mitad pícaro, mitad fanfarrón. Pero también interpretan papeles relevantes Amparo Soler Leal (sor María) o José María Rodero (don Heliodoro), amén de los diestros Antonio Bienvenida, Antonio Ordóñez y Juan García 'Mondeño', la intervención de los cuales constituye el principal reclamo de la cinta.



Rodada, entre otros enclaves, en Málaga, El Puerto de Santa María y la localidad jienense de Sabiote, son varios los temas que aquí se abordan, al margen de lo estrictamente relacionado con la tauromaquia. Por ejemplo, el fervor religioso de unas gentes, los vecinos de San Ginés de la Sierra, dispuestos a implorarle al Cielo, mediante rogativas, la lluvia que repare las penurias ocasionadas por la pertinaz sequía. O la mezquindad del señorito del lugar, el ya mencionado don Heliodoro, ridículo en sus remilgos y siempre acosando a la criada.

Aunque puede que lo más interesante del filme que nos ocupa no resida tanto en lo que llevamos expuesto, sino en una serie de rasgos que, por insólito que parezca, conectarían de pleno con el universo de un cineasta muy posterior en el tiempo: Pedro Almodóvar. Efectivamente, resulta casi inevitable ver ese claustro tan singular de hermanitas de la caridad, aficionadas al fútbol y a los toros, colocándole taparrabos a los querubines de las cornisas o, como sor Inmaculada (Rafaela Aparicio), preparando dulces incomibles, y no acordarse de las monjas de Entre tinieblas (1983). Asimismo, la presencia de Chus Lampreave en el reparto o el inesperado giro burlesco que toman los acontecimientos en el tramo final de la historia avalarían la posibilidad de que La becerrada fuese una de aquellas películas que el manchego tuvo ocasión de ver durante su infancia en el cine de su pueblo.



martes, 24 de agosto de 2021

¿Dónde pongo este muerto? (1962)




Director: Pedro L. Ramírez
España, 1962, 83 minutos

¿Dónde pongo este muerto? (1962)


Mucho antes de que el Hollywood de finales de los años ochenta produjese éxitos comerciales como Este muerto está muy vivo (Weekend at Bernie's, 1989), el cine español de los sesenta ya había explorado por su cuenta el género de la comedia luctuosa. ¿Dónde pongo este muerto? (1962), hilarante producto elaborado en los barceloneses Estudios IFI, pertenece, precisamente, a dicha categoría. La dirección corrió a cargo del almeriense Pedro L. Ramírez (1919–1993), un habitual de este tipo de películas entre lo humorístico y lo macabro, que, el año anterior, había estrenado la no menos divertida Fantasmas en la casa (1961).

Independientemente de sus cualidades artísticas (que algunos pondrán en tela de juicio), lo cierto es que el filme que nos ocupa fue concebido como vehículo para el lucimiento de Miguel Gila y Fernando Fernán Gómez, dos figuras de contrastada vis cómica que aquí unían sus respectivos talentos con objeto de atrapar a ese escurridizo "fiambre juguetón" al que hace referencia el cartel de la película y cuyo mérito en vida había sido el diseño de un impreciso artilugio que lo mismo "podía dar la felicidad al ser humano o bien destruirlo, según el uso que de él se hiciera".



A este respecto, el hieratismo que irradian Cartier (Gustavo Re) y sus acólitos pretende pasar por vagamente soviético, en clara referencia a las redes de espionaje y contraespionaje tan frecuentes durante la Guerra Fría. Un telón de fondo perfectamente reconocible por los espectadores de la época y sobre el que, por tanto, no era necesario entrar en detalles.

No obstante, y al margen del contexto sociopolítico nacional e internacional de aquel entonces, ésta fue, por encima de todo, una cinta concebida con el firme propósito de hacer reír al público. De ahí que la naturaleza de sus personajes, lineales y candorosos, esté muy próxima a la de los dibujos animados. En ese sentido, bastaría echar un vistazo a su cartel y demás materiales promocionales para corroborar que se trata de un filme de naturaleza cercana al cómic o al cartoon. Deudor, asimismo, del lenguaje publicitario. No en vano, Ramón (Gila) y Elisa (Claude Arnold) son, como los recién casados de Esa pareja feliz (1951) de Bardem y Berlanga, los ganadores de un concurso patrocinado por una marca de detergente, en este caso Espumín.



lunes, 23 de agosto de 2021

Crimen para recién casados (1960)




Director: Pedro L. Ramírez
España, 1960, 86 minutos

Crimen para recién casados (1960)


La sombra de Hitchcock planea a lo largo de Crimen para recién casados (1960) como un referente inequívoco que cualquier espectador de la época, y aun de la actual, sería capaz de reconocer en el acto. Calificarla de parodia sea tal vez un poco exagerado, si bien la mayor parte de tópicos asociados al género se daban cita en ella, más con una finalidad cómica que no para crear suspense. La trama, por descontado, ni es muy original ni tampoco rebosa verosimilitud, pero permitía situar la acción en los bellos parajes de la Costa Brava en una época en que disfrutar de ese lujo quizá no estaba al alcance de todos los bolsillos.

Aparte del encanto de sus localizaciones en deslumbrante Eastmancolor, el principal atractivo de la película radica en su pareja protagonista, una Concha Velasco de apenas veinte años que, junto al siempre histriónico Fernán-Gómez, formaban un dúo del que la industria cinematográfica de aquel entonces no supo, tal vez, extraer el máximo provecho... Ésa es, al menos, la impresión que dejan los cinco días de intrigas a los que aquí deberán enfrentarse hasta dar con el asesino.



"Una luna de miel sin luna, sin miel y sin nada." "¡La más divertida de las películas policíacas! ¡La más policíaca de las películas divertidas!". Así era anunciada la cinta en el momento de su estreno: mediante eslóganes tan blancos como el humor que destilan sus diálogos (escritos por Alfonso paso a partir de un guion de Vicente Coello). Más de sesenta años después, los originales títulos de crédito, con lupa detectivesca sobre recortes de sucesos, mantienen intacto su encanto.

Sin embargo, una duda razonable se plantea al analizar detenidamente el argumento y hasta el título del filme. Porque, vamos a ver: ¿eso de equiparar "crimen" y "recién casados" en un mismo enunciado es una simple coincidencia? ¿U obedece, acaso, a algún mensaje subliminal, aviso para navegantes y célibes a propósito de los peligros que entraña el matrimonio? Un detalle de la escena inicial nos da la clave: salen de la iglesia los novios y el séquito de invitados. Entre achuchones y parabienes, y antes de que Elisa (Concha Velasco) y Antonio (Fernán-Gómez) suban al coche, una niña inoportuna pregunta insistentemente: "¿Qué quiere decir Ya está en el bote?"



domingo, 22 de agosto de 2021

Luna de verano (1959)




Director: Pedro Lazaga
España, 1959, 87 minutos

Luna de verano (1959) de Pedro Lazaga


Dos francesitas encantadoras deciden visitar el norte peninsular a bordo de su Mercedes descapotable, motivo por el que ponen rumbo a San Sebastián, adonde tienen previsto seguir los cursos de verano del Instituto Español. Pero antes harán una escala en Pamplona, ciudad desconocida para las muchachas y cuyos sanfermines les resultan un fascinante descubrimiento. Como grata es también la hospitalidad que les brinda el venerable don Patricio de Larrabeitia (Fernando Fernán Gómez), descendiente de una larga estirpe de rancio abolengo de la que su hijo Juan, que no quiso ser militar, es el último representante. Porque el tal don Juan (interpretado, igualmente, por Fernán Gómez) es profesor de literatura en el mismo centro donostiarra del que Monique (Analía Gadé) y Colette (Laura Valenzuela) van a ser alumnas...

Como suele suceder en tantas comedias de los años cincuenta, el colorido y la alegría de vivir que destila Luna de verano (1959) se imponen por encima de cualquier otra consideración. En ese sentido, sus jóvenes protagonistas responden a un perfil desenfadado, a medio camino entre la picaresca un tanto castiza de Miguel (Tony Leblanc) y las ensoñaciones acarameladas de unas universitarias más pendientes de ligarse al catedrático de turno que no de terminar sus respectivas tesis doctorales.



Jesús Franco estuvo detrás del guion de este producto edulcorado, con el sello indiscutible de la factoría Dibildos, cuya finalidad primordial no era otra sino explotar el tirón comercial de su reparto. De ahí que la dirección de Pedro Lazaga, correcta aunque sin pasarse, quede supeditada a resaltar el atractivo de ellas y sacar el máximo partido de la vis cómica de ellos.

Emulando las juergas de sus modelos hollywoodenses, los alumnos extranjeros de este campus internacional pasan más tiempo de parranda que asistiendo a unas clases en las que difícilmente mejorarán su nivel de español. Y es que el verdadero aprendizaje tiene lugar fuera de las aulas. Por ejemplo, en animados bailes de graduación donde unos y otros ponen en práctica las enseñanzas amatorias que han adquirido durante su breve estancia en tan idílico enclave a orillas del Cantábrico. Sobre todo Juan y Monique, para quienes ese paréntesis estival habrá sido el inicio de una relación más duradera.



sábado, 21 de agosto de 2021

Los ángeles del volante (1957)




Director: Ignacio F. Iquino
España, 1957, 100 minutos

Los ángeles del volante (1957) de Iquino


Titulándose Los ángeles del volante (1957) queda claro, ya de entrada, que los cinco protagonistas masculinos de este filme, en rutilante Ifiscope y Agfacolor, son, además de taxistas, benefactores de todo aquel que se cruce en su camino. Película muy madrileña en lo que a ambientación se refiere, pero que, a pesar de sus exteriores filmados en la capital, se gestó en los estudios que el productor y director Ignacio Ferrés Iquino tenía en Barcelona.

La trama principal arranca cuando Juan (Fernando Fernán-Gómez) está a punto de atropellar a la famélica Luisa (Julita Martínez). De modo que, una vez repuesta del desmayo, el conductor se la lleva a la cantina en la que suele reunirse con sus compañeros para que la muchacha pueda comerse el bistec con patatas que le ha "recetado" el médico. La atracción que, a partir de ese instante, surja entre ambos tendrá su punto álgido en el desenlace, pero antes hay tiempo de sobras para que cada uno de los chóferes rememore alguna batallita y demás gajes del oficio.



Remigio (José Luis Ozores) se llevó un gran susto el día de su debut al presenciar cómo un camión arrollaba a un pobre ciclista; el veterano Cristóbal (Pepe Isbert) se encariñó con dos futuras estrellas de la canción, Rosi (María Martín) y Lina (Trini Montero), a las que, en cierto modo, apadrina; Pepe (Manolo Morán) ayudó a dos niños a encontrar a su padre, mientras que al Carota (Tony Leblanc) no le hace falta contar nada porque anda continuamente metido en líos de faldas.

El hecho de que la cinta se rodase con sonido directo le confiere una frescura que la cuidada fotografía en color del italiano Enzo Serafin no hace sino incrementar. En realidad, es éste un producto cuya impecable factura visual se impone por encima de las diversas historias narradas. Buena prueba de lo cual es que no se profundiza en ninguna de ellas. Ni falta que hace. Bastaba con el atractivo de sus imágenes y el humor castizo de los diálogos (escritos a medias entre Pedro Masó y Rafael J. Salvia) para que el público de 1957 se diese por satisfecho.



viernes, 20 de agosto de 2021

Los maridos no cenan en casa (1957)




Director: Jerónimo Mihura
España, 1957, 78 minutos

Los maridos no cenan en casa (1957)


El comediógrafo Honorio Maura (1886-1936), hijo del ilustre político Antonio Maura, había estrenado en diciembre de 1934 una farsa, a propósito del divorcio, titulada Las desencantadas. Y es que, a juzgar por otros títulos de algunas de las piezas teatrales que el mismo autor escribió en tiempos de la república —Eva indecisa (1932), La mujer misteriosa (1933), Hay que ser modernos (1935)—, debió de tratarse de un dramaturgo muy dado a ironizar a propósito de la entonces incipiente emancipación femenina. 

Sea como fuere, lo cierto es que el repertorio de este monárquico, asesinado a manos de milicianos anarquistas en los primeros meses de la Guerra Civil, gozó de cierto predicamento durante el franquismo. Buena prueba de ello es que, todavía en los años cincuenta, el trío cómico integrado por los actores Zori, Santos y Codeso llevó a las tablas la primera de las obras citadas, bajo el título de Los maridos no cenan en casa. Poco tiempo después, ya en 1957, serían esos mismos intérpretes los encargados de protagonizar la versión cinematográfica, esta vez a las órdenes del director Jerónimo Mihura. La producción, por cierto, corrió a cargo del también cineasta Luis Marquina.

Zori, Santos & Codeso: flamenqueando


Autor del argumento, el guion y los diálogos, José Muñoz Román escribió, asimismo, la letra de varias canciones, cuatro en total, que se intercalan a lo largo de la acción dando lugar a algo que quiere parecer una comedia musical. Una de las composiciones, entonada a coro por la directora del sanatorio (Ena Sedeño) y sus pupilas en esa especie de comuna feminista en la que se refugian las afligidas esposas del trío calavera, no tiene desperdicio por lo incendiario de sus proclamas. Reproducimos íntegramente su estribillo: "El hombre es un ente abominable / el hombre no tiene corazón / el hombre es traidor y miserable / vanidoso, vicioso y fanfarrón. / Debemos, por déspota y tirano, / cogerle del cuello y apretar. / Algunos resultan tan soberbios... / ¡A vencer, a morir, a luchar!"

Evidentemente, esto no deja de ser una sátira con la mira puesta en parodiar la guerra de sexos. Según se plantean aquí las cosas, ellos responden al perfil de juerguista impenitente, mientras que las mujeres, siempre dispuestas a dar su merecido a esos zánganos, destacan por un afán vengativo que denota el carácter misógino subyacente en el fondo de dicha visión de las cosas. Sin ser nada del otro mundo, la película contiene números originales, como el sueño en el que Carlos (Tomás Zori), Arturo (Fernando Santos) y Enrique (Manolo Codeso) se imaginan que son los reyes de la baraja, amén de la presencia de una jovencísima Concha Velasco haciendo de criada o el cameo final de Fernando Fernán Gómez.



jueves, 19 de agosto de 2021

El soltero (1955)




Título original: Lo scapolo
Director: Antonio Pietrangeli
Italia/España, 1955, 94 minutos

El soltero (1955) de Antonio Pietrangeli


Otra comedia amable, en este caso una irregular coproducción hispanoitaliana al servicio del actor Alberto Sordi. También pasaban por allí Fernando Fernán Gómez, Maruja Asquerino y hasta Paquita Rico, si bien la presencia de todos ellos es apenas testimonial en papeles muy secundarios. En cuanto a la aparición estelar de Xavier Cugat y la despampanante Abbe Lane, no es más que eso: un reclamo, metido con calzador, hacia el final (precipitado y previsible) de la película.

El argumento de El soltero (Lo scapolo, 1955) responde a una premisa harto evidente ya desde su propio título: un seductor incorregible llamado Paolo (Alberto Sordi) preserva celosamente su soltería ante el temor de que la vida de casado pudiera dar al traste con su ajetreada agenda de conquistas. Pero cuando su amigo Armando (Fernán-Gómez) se casa, este vendedor de electrodomésticos tendrá que dejar el apartamento que ambos compartían, motivo por el que se muda a una pensión donde coincide con una hermosa joven hacia la que se siente de inmediato atraído. Sin embargo, Paolo ama demasiado la libertad como para comprometerse...



Lo cierto es que la actitud jactanciosa del protagonista oculta, realmente, un profundo miedo a la soledad por parte de alguien que es mucho más vulnerable de lo que su imagen pública haría creer. Ello le une, por cierto (y sin que Paolo sea muy consciente de tal circunstancia), con algunas de las muchachas a las que corteja, básicamente la arisca Carla (Madeleine Fischer) y la azafata Gabriella (Sandra Milo, en su debut cinematográfico), sólo que en el caso de ellas es una marcada condición de mujeres independientes lo que parece condenarlas al aislamiento social.

Únicamente un intérprete dotado con el talento de Alberto Sordi podía lograr que su personaje, en principio superficial y machista, resulte, en cambio, conmovedor, cuando no entrañable. Hasta el extremo de hacernos comprender que su actitud deriva más de un determinado contexto sociológico, en el que los hombres se sienten obligados a hacer gala de su masculinidad, que no de una auténtica malicia. Buena prueba de lo cual es la escena en la que Paolo, de visita en su pueblo, intenta convencer al novio de su hermana (Nino Manfredi) de que se case con ella de una por vez por todas.



miércoles, 18 de agosto de 2021

La otra vida del capitán Contreras (1955)




Director: Rafael Gil
España, 1955, 86 minutos

La otra vida del capitán Contreras (1955) de Rafael Gil


Tomando como base la novela homónima de Torcuato Luca de Tena, La otra vida del capitán Contreras (1955) planteaba un caso insólito, a medio camino entre lo fantástico y la recreación histórica: ¿qué pasaría si un caballero español del siglo XVII resucitase al cabo de trescientos años como si tal cosa? Evidentemente, huelga decir que el rigor historiográfico y la verosimilitud de los hechos narrados pasan a un segundo plano tratándose, como se trata, de una comedia amable, casi simpática, destinada al entretenimiento de un público no demasiado exigente con esas cuestiones.

Por otra parte, el papel protagonista parece hecho a medida de Fernando Fernán Gómez, actor ya de por sí un tanto quijotesco en sus ademanes y que aquí se halla como pez en el agua encarnando al valeroso (y a veces colérico) capitán de los Tercios de Flandes. Verlo asombrarse por las calles de Madrid preguntando si son normales los prodigios que contempla o rechazar airadamente a los curiosos que le piden un autógrafo forma parte del encanto de este anacronismo andante.



De todas formas, y por más inocente que pueda parecer su argumento, conviene llamar la atención sobre el hecho, bastante sintomático si se tiene en cuenta el contexto sociopolítico en el que tanto la novela como la película fueron concebidas, de que al tal Contreras se lo llevan nada menos que a Nueva York, donde los yanquis no dudan ni un segundo en exhibirlo como reclamo publicitario. Lo cual, unido a la condición de reportero de Cornejo (Fernando Sancho), su principal antagonista, da lugar a un claro contraste entre la caballerosidad castellana y la total falta de escrúpulos de los medios de comunicación de masas en el seno del American Way of Life.

No obstante, como buen espécimen del Siglo de Oro, lo que mueve al intrépido Alonso no son estas cuestiones ideológicas, sino la hermosura de las mujeres. De modo que, una vez alejado de la mala influencia de la sibilina Paca (María Asquerino), éste se refugia en su Toledo natal para disfrutar del amor sincero que le brinda Silvia (Maria Piazzai). Lástima que "la poesía, desgraciadamente, no sienta aún jurisprudencia en ningún tribunal del mundo". Y así, la realidad se impone hasta convertir al capitán Contreras, al igual que ya ocurriese con aquel ingenioso hidalgo cervantino, en una víctima más de la incomprensión humana.



martes, 17 de agosto de 2021

Nadie lo sabrá (1953)




Director: Ramón Torrado
España, 1953, 81 minutos

Nadie lo sabrá (1953) de Ramón Torrado


La omnipresente voz en off de José María Oviés (1903–1965), el mismo actor que tantas veces dobló a Groucho Marx, nos va a acompañar a lo largo de este rocambolesco periplo cuyo protagonista, humilde empleado de banca, se ve envuelto en un asunto que lo mismo podría resolverle la existencia que enviarlo directamente a prisión. ¿Quién es este Perico Gutiérrez, magistralmente interpretado por Fernando Fernán Gómez? Tras echar un vistazo a través de distintos ambientes madrileños, esa voz de la conciencia da finalmente con el interfecto en una concurrida parada de tranvía. Porque nuestro "Perico es un hombre como usted y como yo: un dignísimo representante de la clase media, un hombre del montón."

Son varios los alicientes que hacen de Nadie lo sabrá (1953) una película excepcionalmente entretenida. En primer lugar por el interesante dilema al que se ve expuesto su personaje central, quien, habiendo sorprendido a unos atracadores en pleno robo, sucumbe a la tentación de quedarse un fajo de billetes que aquéllos, con las prisas de la huida, se han dejado tirado por el suelo. Treinta mil dólares del ala que, sin duda, podrían ayudarle a dejar de ser un don nadie y que se van a convertir, a partir de ese preciso instante, en el principal quebradero de cabeza del contable.



Por otra parte, resulta asimismo esperpéntica la acentuada malicia de la que hace gala el entorno de este pobre individuo, desde sus compañeros de oficina hasta la interesada tía Dolores (Julia Caba Alba) pasando por la oronda casera (Julia Lajos), todos igual de chismosos y gorrones. Incluso el odioso subdirector (Fernando Fernández de Córdoba) se atreverá a acusar a Pedro, soltero y sin hijos, de estar ocupando un puesto que, en puridad, le pertenecería a un padre de familia numerosa.

Ocurrente y satírica a partes iguales, la cinta que nos ocupa expone el caso de un hombre sin atributos, el típico ciudadano anónimo que lleva una existencia gris hasta que las circunstancias le obligan a venirse arriba y dar muestras de una entereza que ni él mismo sabía que posee. Así, enfrentado a sus propios escrúpulos, este antihéroe acabará por aceptar el tópico de que el dinero no da la felicidad. A fin de cuentas, como dice de él el líder de los atracadores (José Nieto), el pobre Perico "es un chico tonto, pero decente".



lunes, 16 de agosto de 2021

Esa pareja feliz (1953)




Directores: Juan Antonio Bardem y Luis García Berlanga
España, 1951-1953, 83 minutos

Esa pareja feliz (1953) de Bardem y Berlanga


Poco o nada estaba acostumbrado el público español a que le mostrasen su propia realidad a través de la pantalla cuando el tándem Bardem-Berlanga, a la sazón dos jóvenes realizadores recién salidos del Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas, les sorprendió con una comedia tan atípica como genial. Porque Esa pareja feliz (rodada en el 51 y estrenada dos años después, tras el éxito de Bienvenido, Mr. Marshall) detallaba el día a día de unos recién casados que, aparte del mutuo amor que se profesan, apenas tienen medios de subsistencia: irónico retrato de unos esposos que viven realquilados en un cuartucho de mala muerte, eternos aspirantes a una prosperidad que nunca acaba de llegar.

Lo cierto es que la película, uno de los hitos de nuestro cine, se valía de los supuestos del neorrealismo italiano para poner el dedo en la llaga mediante una caricatura bastante más corrosiva de lo que a simple vista pudiera parecer. A este respecto, la pareja protagonista se las ve y se las desea para llegar a fin de mes, ella (Elvira Quintillá) soñando con mejorar su suerte gracias a concursos como el del jabón Florit y él (Fernando Fernán Gómez) con su mísero empleo de regidor en unos estudios cinematográficos y sus cursos de radio por correspondencia.



Así, a lo tonto a lo tonto y como quien no quiere la cosa, la cinta ofrece una imagen de conjunto de la clase obrera marcada por la escasez y la picaresca de individuos que, como Rafa (Félix Fernández), viven de pegarle el sablazo al primer imprudente que se deje liar. Un ambiente muy de patio de vecinos, con las miserias e incomodidades propias de un régimen autárquico, cuyos moradores suspiran por dejar atrás las estrecheces económicas e integrarse en la incipiente sociedad de consumo. Buena prueba de ello, y del tono mordaz que Bardem y Berlanga confieren al relato, son los eslóganes que los personajes no se cansan de repetir: "¡Sentido comercial!", "¡A la felicidad por la electrónica!"

Pero, aparte de incisivo sainete, Esa pareja feliz es, por encima de todo, una declaración de intenciones: un a modo de manifiesto mediante el que sus jóvenes creadores, conscientes de estar inaugurando un nuevo capítulo respecto al cine que hasta esa fecha se había llevado a cabo en el país, pretenden marcar distancias con la grandilocuencia de cartón piedra de las producciones de temática histórica que ridiculizan en la secuencia inicial. Una nueva mirada, en definitiva, cuyo hermoso final, repleto de esperanza, conecta de pleno con la sensibilidad poética de los grandes cineastas.



domingo, 15 de agosto de 2021

La conciencia acusa (1953)




Título original: La voce del silenzio
Director: Georg Wilhelm Pabst
Italia/Francia, 1953, 100 minutos

La conciencia acusa (1953) de G.W. Pabst


Pese a tratarse de un título menor en su filmografía, Fernando Fernán Gómez dedica todo un capítulo de sus memorias a hablar de esta coproducción italofrancesa, lo cual indica hasta qué punto fue relevante para el actor el hecho de trabajar por vez primera en el extranjero. Sobre todo viniendo, como era su caso, de un país cerrado a cal y canto en el que nunca pasaba nada. De entre las cuantiosas anécdotas que menciona (por ejemplo, la presencia en Cinecittà durante aquellos días de Gregory Peck y Audrey Hepburn, quienes acababan de rodar Roman Holiday) lo que más reitera es la soledad que le invadió, así como sus muchos paseos a lo largo y ancho de la ciudad con la intención de mitigar el aburrimiento.

Algo de todo eso se percibe en su personaje, un sacerdote que atraviesa una crisis de fe que a punto está de hacerle colgar los hábitos. Apuros que, de un modo u otro, podrían hacerse extensibles a todos aquellos que se dan cita en la casa donde tienen lugar los ejercicios espirituales que sirven de telón de fondo de La voce del silenzio (1953). En ese sentido, y tal y como subrayan los diferentes títulos con los que fue conocida, la película es un drama coral en el que unos y otros se debaten entre los dilemas que azotan sus respectivas conciencias. 



Así pues, el codicioso señor Fabiani (Aldo Fabrizi) vive apesadumbrado ante la posibilidad de que las autoridades eclesiásticas dejen de comprar los productos de su fábrica de velas; al candidato Andrea Sanna (Jean Marais) le afligen las víctimas inocentes de los atentados que cometió cuando era un partisano que luchaba contra el fascismo; al escritor Mario Rossi (Frank Villard) le contrarían las acusaciones que denuncian la presunta mala influencia que sus novelas ejercen sobre la juventud; al ladronzuelo Renato (Paolo Panelli), que, huyendo de la policía, se ha infiltrado en la comunidad, tal vez le dé por enmendarse...

La idea del filme partió de una historia de Cesare Zavattini sobre la que posteriormente trabajarían hasta once personas distintas. De ahí el resultado desigual de una cinta vagamente neorrealista cuyo máximo atractivo es escuchar a Fernán Gómez hablando un perfecto italiano. El cómico, a juzgar por lo que dice en El tiempo amarillo, no guardaba mucho mejor recuerdo del filme: "La gran coproducción ítalo-franco-española no significo nada en mi carrera, no me sirvió para nada. Señaló el declive final del genio cinematográfico de G. W. Pabst. No interesó ni a la crítica, ni a los aficionados, ni al gran público, ni en Italia, ni en Francia, ni en España. Tuvo muchos títulos: primero, como he dicho, Tres días son poco; después La voz del silencio; en España, La conciencia acusa; en Francia, La casa del silencio. Un crítico francés dijo que en vez de La casa del silencio se debía haber llamado La casa del sueño".