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martes, 17 de septiembre de 2019

La sombra del pasado (2003)




Título original: La petite prairie aux bouleaux
Directora: Marceline Loridan-Ivens
Francia/Alemania/Polonia, 2003, 91 minutos

La sombra del pasado (2003)
de Marceline Loridan-Ivens


Myriam (Anouk Aimée), la protagonista de esta cinta, es una superviviente de Auschwitz que regresa al antiguo campo de concentración en busca de respuestas. Sin embargo, una vez allí, lo único que encuentra son sus propios fantasmas, los mismos que parecen agobiar al joven Oskar (August Diehl), fotógrafo alemán cuyo abuelo fue un alto jerarca de las SS.

Se da la circunstancia de que la propia Marceline Loridan-Ivens (1928–2018), directora de documentales (fallecida hace ahora justo un año) que cerraba su exigua filmografía de apenas media docena de títulos con un filme autobiográfico, fue víctima de esos mismos abusos que, seis décadas después, siguen atormentando a su alter ego en la ficción. Unos personajes, como le ocurre a Myriam, que viven oprimidos bajo el peso del desconsuelo o, como en el caso de los descendientes de los verdugos, de una culpa que aflora al cabo de dos generaciones.



Hay un momento en La petite prairie aux bouleaux en el que la cámara se desplaza en un trávelin lateral durante varios minutos a lo largo de la carretera que discurre paralela a los restos de lo que un día fueron los barracones del mayor complejo de exterminio diseñado durante el régimen nazi. Sólo así se percibe la verdadera magnitud de lo que supuso aquella maquinaria en la que un millón de personas perdieron la vida.

Pero, habiendo transcurrido tanto tiempo, se corre el riesgo de que aquellas instalaciones acaben por convertirse en un mero reclamo turístico. De ahí que Myriam —quien, a diferencia de alguna de sus antiguas compañeras de celda, no se resigna a olvidar— tache indignada con tiza la palabra museo de uno de los carteles que dan acceso al recinto para escribir encima un más apropiado "campo de concentración". Y es que, a veces, las palabras —como el topónimo Birkenau ("pequeño prado de los abedules")— encierran un significado mucho más terrible de lo que a simple vista pudiera parecer.

Anouk Aimée (derecha) recibiendo indicaciones de la directora

viernes, 9 de agosto de 2019

Tres colores: Blanco (1994)



















Título original: Trois couleurs: Blanc
Director: Krzysztof Kieślowski
Francia/Polonia/Suiza, 1994, 92 minutos

Tres colores: Blanco (1994)
de Krzysztof Kieślowski

Aparte de ser la segunda entrega de la trilogía Tres colores de Kieślowski, Blanco es también, casi con toda probabilidad, una de las películas más contradictorias que jamás se hayan filmado, puesto que, a pesar de su título, el sentido del humor que destila la trama es bastante negro...

Y es que el cineasta polaco, que en Azul había planteado una puesta en escena muy francesa, volvió con Blanco al universo que mejor conocía: el de su país natal, en este caso tras la caída del Muro y posterior irrupción de un cruento neoliberalismo sin escrúpulos que todo lo impregna y todo lo domina.



Llamarse Karol Karol (Zbigniew Zamachowski) y regresar a Polonia dentro de un baúl ya son suficientes indicios para hacerse una idea aproximada de cómo es el protagonista de esta historia. En París, su esposa Dominique (Julie Delpy) solicita el divorcio alegando que no se ha consumado el matrimonio. Aun así, Karol, peluquero de profesión al igual que su ex, continúa enamorado de ella, por lo que finge su propia muerte con la esperanza de volver a verla. Aunque, por una extraña carambola del destino, es Dominique quien termina en una prisión polaca.

Pero, volviendo al tema del humor negro al que antes aludíamos, son muchos los detalles que acercan este filme al particular universo de directores españoles como Berlanga (por la visión crítica y sarcástica de una sociedad irremediablemente corrupta en la que el igualitarismo socialista ha dado paso al "sálvese quien pueda") o incluso el Antonio Mercero de La cabina (de hecho, hay un momento en el que Karol a punto está de acabar como José Luis López Vázquez en aquel mítico cortometraje).


domingo, 28 de julio de 2019

Decálogo, diez (1989)

















Título original: Dekalog, dziesięć
Director: Krzysztof Kieślowski
Polonia/Alemania, 1989, 57 minutos

Decálogo, diez (1989) de Krzysztof Kieślowski

"No codiciarás los bienes ajenos". Como todo el mundo sabe, los grandes coleccionistas, movidos por un irrefrenable afán acaparador, atesoran compulsivamente piezas valiosísimas durante toda la vida para que, una vez muertos, sus herederos se deshagan de ellas sin el menor miramiento. Quizá por ello, porque Kieślowski y Piesiewicz se reservaban una pirueta sarcástica para culminar su Decálogo, la décima y última entrega de la serie tiene como protagonistas a los hijos de un filatélico difunto.

Que ambicionan sacarse una pasta a costa de la admirable colección que les ha legado el finado, si no fuera porque, en los círculos en los que se van a tener que mover, la picaresca es casi o incluso más importante que saber reconocer un ejemplar de valor incalculable.

En aras de subrayar la vis cómica de la historia, los hermanos Jerzy (Jerzy Stuhr) y Artur (Zbigniew Zamachowski) poseen caracteres del todo opuestos, de manera que si el primero es un padre de familia serio y un poco crédulo (la "broma" le costará un riñón...), el otro, en cambio, es un célebre cantante de rock dispuesto a echarle morro al asunto.