domingo, 15 de diciembre de 2019

Locos del aire (1939)




Título original: The Flying Deuces
Director: A. Edward Sutherland
EE.UU., 1939, 69 minutos

Locos del aire (1939) de A. Edward Sutherland

La vis cómica de Stan Laurel y Oliver Hardy, como la de tantos humoristas que forjaron su leyenda durante el período comprendido entre el ocaso del cine mudo y los comienzos del sonoro, radicaba en la subversión sistemática de todo lo establecido. Un carácter subterráneamente revolucionario que, pese a las carcajadas que sus gags despertaban en los palcos de medio mundo, enlaza de pleno con algunas imágenes oníricas del surrealismo o incluso con la esencia del por entonces recién inaugurado psicoanálisis. Y es que a buen seguro que no pocos de los espectadores que se desternillaban a costa de las torpezas de los Chaplin, Keaton o los susodichos Laurel y Hardy lo hacían movidos por un inconsciente afán de superar, a través de la pantalla, sus propios dilemas internos.

En ese mismo orden de cosas, The Flying Deuces supuso una vuelta más de tuerca en el sutil arte de Laurel y Hardy para convertir lo cotidiano en excusa para la risa. Que el argumento y demás recursos de los que se sirven fueran verosímiles, o no, es lo de menos: ¿qué hacen en París? ¿Qué pinta un tiburón en el Sena? ¿A quién, sino a ellos, se le ocurre la descabellada idea de enrolarse en la Legión Extranjera? Ocioso es responder a tanta pregunta retórica: quedará para el recuerdo, no obstante, la imagen de uno y otro chocando absurdamente de cabeza contra la vertiente de una buhardilla parisina o, en clara referencia al Harpo de los hermanos Marx, convirtiendo un somier en un arpa.

Y si se trata de pilotar una avioneta, ya mejor ni hablamos...

El Gordo y el Flaco en el ejército… Someter a semejante par de inútiles a disciplina castrense conllevará estragos superiores a los de introducir un elefante en una cacharrería. Lo cual, desde la disparatada lógica interna del relato (valga el oxímoron), acaba dando pie a innumerables situaciones hilarantes, ya sea la montaña de ropa sucia que deberán lavar como castigo o el túnel que excavan para huir de una celda donde pasarán la mayor parte de su estancia en el campamento. Y todo con el único objetivo de olvidar a una mujer…

Porque el engreído Ollie no tiene bastante con perder la paciencia ante la poca traza del apocado Stan, sino que, además, le impondrá continuamente su santa voluntad: ¿que el orondo varón se enamora de una francesita? Pues allá que arrastra al buenazo de su amigo; ¿que, habiendo recibido calabazas, decide arrojarse al Sena? Pues al escuálido comparsa no le quedará más remedio que ir de cabeza con él... Total, para que, en última instancia, quede patente que, pese a sus ínfulas, Ollie es tan o incluso más patoso que su fiel escudero.


2 comentarios:

  1. Hola Juan!
    Me trae muchos y gratos recuerdos esta pareja. Por aquel entonces cuando solo habia un canal y el UHF la programación de una de sus peliculas en televisión era garantia de que pasarias un buen rato, luego vendria comentarla con el resto de chavales de tu barrio cuando bajases a la calle.
    Tengo la impresión de que siempre han estado un escalon por debajo de los Marx, o asi lo considera gran parte de la critica. En todo caso siempre tendran un rinconcito en mi memoria cinefila/intantil, eso ultimo no se que tal ha quedado...jeje
    Por cierto, magnifica la calidad de imagen de la copia de youtube.
    Saludos!

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    1. Puede que su humor haya quedado un tanto desfasado o que, como apuntas, no alcance la sofisticación intelectual de Groucho y su troupe. En cualquier caso, estoy de acuerdo contigo en que forman parte de nuestra educación sentimental.

      Un abrazo,
      Juan

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