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jueves, 14 de marzo de 2019

La ciudad perdida (1955)




Título italiano: Terroristi a Madrid
Directores: Margarita Alexandre/Rafael María Torrecilla
España/Italia, 1955, 68 minutos

La ciudad perdida (1955)
de M. Alexandre y R. Torrecilla


Lo amputado y depauperado de la copia de este filme es un primer indicio de que su relación con la censura franquista no debió de ser precisamente placentera. Y es que atreverse a hablar, a mediados de la década de los cincuenta, de maquis y de antiguos republicanos, por muy venidos a menos que éstos sean o por más que el tratamiento recibido en el guion fuese el de simples terroristas o vulgares delincuentes comunes, era en plena dictadura, poco más o menos, como mencionar al diablo.

Osadía que, en el caso del título español, llegaba a la temeridad de referirse a Madrid mediante el calificativo de perdida, en clara alusión al bando vencido. De ahí que la película, un soberbio ejercicio de cine negro a cargo de la pareja artística (y sentimental) que formaban la actriz Margarita Alexandre y el crítico Rafael Torrecilla, adquiera progresivamente el tono de evocación a través de continuos flashback que retrotraen al protagonista a los inicios de la Guerra civil.

María Dolores Pradera en el papel de Luisa

El hecho de que La ciudad perdida se rodase en régimen de coproducción con Italia no sólo explica que los papeles principales fuesen interpretados por Fausto Tozzi (1921–1978) y Cosetta Greco (1930–2002), sino que, sobre todo, garantizó la viabilidad del proyecto e incluso la posterior supervivencia de las copias. Alexandre y Torrecilla, en cambio, se las ingeniaron para ir a parar a la Cuba revolucionaria, adonde pasarían algo más de una década colaborando con el director Tomás Gutiérrez Alea.

En cualquier caso, lo verdaderamente subyugador de la cinta no son los avatares del contexto histórico-político en el que fue concebida ni, menos aún, el ver en ella a Manolo Morán haciendo de mayordomo afeminado (que también tiene su punto, por qué negarlo). Si por algo destaca La ciudad perdida es por la estrecha relación que se establece entre María (Greco) y Rafael (Tozzi), a priori secuestrada y raptor, respectivamente: ella procede de la alta sociedad; él es un simple prófugo. Pero conforme el hombre vaya exponiendo los motivos que le han llevado hasta su penoso estado actual nacerá entre ambos una efímera pasión, condenada, casi de antemano, a morir bajo las balas de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado.

Cosetta Greco (María) y Fausto Tozzi (Rafael)

domingo, 11 de junio de 2017

La gata (1956)




Directores: Margarita Alexandre y Rafael María Torrecilla
España, 1956, 91 minutos

La gata (1956) de Alexandre y Torrecilla


Sol y nopales. Y la polvareda levantada por una vacada de astados que se dirige al redil: la estampa inconfundible de un cortijo andaluz será el marco de los amores entre La Gata y Juan el marismeño. Ella (Aurora Bautista) bien podría ser Elizabeth Taylor; él (Jorge Mistral), Marlon Brando o incluso Charlton Heston. Lo cual puede parecer una grosería innecesaria, considerando que tanto el uno como la otra eran ya, por aquel entonces, figuras consagradas del star system patrio. Pero la comparación adquiere pleno sentido si se tiene en cuenta que estamos hablando de la primera película rodada en cinemascope del cine español.

Los encargados de dirigirla fueron la pareja (a uno y otro lado de la pantalla) Margarita Alexandre y Rafael María Torrecilla, actores reconvertidos en realizadores que aquí contaron con la inestimable ayuda de Juan Mariné en la dirección de fotografía. De hecho, el análisis atento de la composición de algunos planos permite descubrir enseguida una notable influencia pictórica en no pocos de ellos. Así, por ejemplo, en las escenas ambientadas durante la siega:



Aunque, ligado a tópicos como el flamenco y otros elementos castizos, también puede rastrearse el ascendiente de Goya, tal y como a continuación mostramos:



Una de esas notas locales (y no del todo bien resueltas, por cierto) es la cuestión del acento: lo mismo María como Juan cecean y sesean indistintamente, oscilando a ratos entre un habla que pretende ser andaluza y un castellano perfectamente neutro. Aunque muy poco debía importarle eso a un público que lo que buscaba en el colorido de La gata era justamente la postal romántica e intemporal de un mundo que jamás existió. Su origen, dicho sea de paso, es literario y de sobras conocido: la Carmen de Mérimée y Bizet o, ya en nuestra literatura, los cuadros de costumbres de Fernán Caballero.

Del andalucismo de esta última (como todo el mundo sabe, Fernán Caballero fue el seudónimo tras el que se escondía Cecilia Böhl de Faber) parece haber partido César Fernández Ardavín a la hora de escribir el guion de la película. En La gaviota (novela publicada en 1849), Marisalada, la protagonista, recibe dicho apodo pajaril "porque tiene las piernas largas; porque tanto vive en el agua como en la tierra; porque canta y grita, y salta de roca en roca como las otras" (capítulo V: compárese con María, quien debe su alias felino a ser "arisca o cariñosa, como una verdadera gata, bravía e indómita, como los toros que ella conocía uno a uno, como los toros que ella quería y cuidaba..."). Y, ya avanzada la acción, se describirá una fatídica corrida en la Maestranza de Sevilla, similar a la que le acaba costando la vida al espontáneo Joselillo (Felipe Simón). ¿Coincidencia? En todo caso, cabría hablar de lugares comunes a los que siempre se acaba regresando con tal de satisfacer las expectativas de los espectadores ávidos de pintoresquismo.