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sábado, 30 de agosto de 2025

Un hombre de hoy (1970)




Título original: WUSA
Director: Stuart Rosenberg
EE.UU., 1970, 115 minutos

Un hombre de hoy (1970) de Stuart Rosenberg


Las mismas inquietudes políticas que hicieron que Paul Newman se involucrase en diversas causas, ya fuese la lucha por los derechos civiles de los afroamericanos o dando públicamente su apoyo a distintos candidatos demócratas, le llevaron a producir y protagonizar una película tan controvertida como WUSA (1970)

Basada en la novela A Hall of Mirrors de Robert Stone, se centra en la figura de un tal Rheinhardt (Newman), individuo cínico y errante que llega a Nueva Orleans. Allí conoce a Geraldine (Joanne Woodward), una mujer igualmente solitaria con la que enseguida inicia una relación sentimental. Con la intención de ganarse la vida, Rheinhardt consigue trabajo como locutor en la WUSA, una emisora de radio local de ideología ultraderechista. Su programación, controlada por el magnate Bingamon (Pat Hingle), difunde mensajes de intolerancia y odio que aspiran a promover una conspiración neofascista.



Al mismo tiempo, la trama sigue los pasos de Rainey (Anthony Perkins), un idealista trabajador social que, sin saberlo, está siendo manipulado por los directivos de la emisora con la finalidad de desacreditar el sistema de bienestar social. A medida que la conspiración avance y la retórica propagada a través de las ondas se vuelva más agresiva, los caminos de estos y otros personajes discurrirán en paralelo hasta confluir en un clímax trágico de fatales consecuencias.

A pesar de haber sido un filme incomprendido en su momento, con el paso de los años WUSA ha ido adquiriendo una cierta aura de título de culto por lo audaz de su temática. De hecho, la hipótesis de un complot de corte totalitario que se sirve de los medios de comunicación como herramienta para el control y la desinformación de la opinión pública prefigura el argumento de producciones posteriores como, por ejemplo, la portentosa Network (1976) de Sidney Lumet. Aun así, y pese a tratarse de una película valiente y socialmente comprometida, lo cierto es que adolece de un planteamiento confuso en el que nada termina de quedar del todo claro.



domingo, 24 de agosto de 2025

Quinientas millas (1969)




Título original: Winning
Director: James Goldstone
EE.UU., 1969, 123 minutos

Quinientas millas (1969) de James Goldstone


Quien más quien menos tendrá noticia de la pasión que sintió Paul Newman por el automovilismo, llegando a participar profesionalmente en algún que otro certamen de renombre, como por ejemplo las 24 Horas de Le Mans del 79, donde logró un meritorio segundo puesto. Lo que quizá resulte menos conocido es que dicha afición surgió a raíz de haber protagonizado, junto a su esposa, Quinientas millas (Winning, 1969), interesante filme en torno al mundo de las carreras de coches que combinaba una historia de amor con el afán del piloto Frank Capua (Newman) por triunfar en el circuito de Indianápolis.

En un principio, estaba previsto que el guion de Howard Rodman, bajo la dirección de James Goldstone, se convirtiese en un telefilme de bajo presupuesto. Pero cuando llegó a oídos de Newman que se estaba gestando un proyecto de tales características, enseguida mostró su interés por encabezar el elenco, con lo que la película pasó a convertirse en una superproducción de gran envergadura.



A grandes rasgos, la cinta se centra en la relación entre el susodicho Capua, un individuo más bien solitario, amante de la velocidad y de la cerveza, con Elora (Joanne Woodward), divorciada y madre de un hijo adolescente, que vive en una pequeña localidad donde, como suele suceder muchas veces, el principal pasatiempo son las habladurías. Harta de semejante panorama, la mujer emprende una nueva vida en compañía de Frank. Sin embargo, casarse con él implica convivir con un ritmo frenético de entrenamientos y competiciones...

A la hora de la verdad, las escenas automovilísticas son las que terminan acaparando el protagonismo durante buena parte del metraje, si bien la actuación de la pareja, contenida y repleta de silencios elocuentes, deja traslucir el bagaje acumulado por unos intérpretes que se formaron en el Actor's Studio.



lunes, 11 de agosto de 2025

Samantha (1963)




Título original: A New Kind of Love
Director: Melville Shavelson
EE.UU., 1963, 110 minutos

Samantha (1963) de Melville Shavelson


Todo lo que tiene de aparente elegancia y sofisticación lo tiene, a su vez, de superficial y tontorrón. Así es: A New Kind of Love (1963) no pasará a la historia precisamente por ser la mejor película protagonizada por el matrimonio Newman-Woodward. Muy al contrario, esta anodina comedia romántica, escrita y dirigida por el hoy olvidado Melville Shavelson, tira del recurso fácil de la batalla de sexos y de los típicos roles asociados a hombres y mujeres para explotar el gancho de la pareja de estrellas que encabeza su reparto.

Ella es una excéntrica diseñadora, nada femenina en su atuendo y modales, que se gana la vida plagiando los modelos expuestos en los escaparates más selectos de Nueva York para luego venderles la versión barata a las clases menesterosas. Él, en cambio, es un periodista deportivo que responde al perfil de mujeriego incorregible. Siendo tan opuestos, nada haría suponer que pudiesen acabar juntos...



Por exigencias del guion, la acción transcurre en ese París idílico, ciudad del amor, que el Hollywood clásico tanto ha frecuentado hasta mitificarlo. Equívocos, enredos y todos los clichés imaginables se encargarán del resto. Y aún así, pese a la sarta de situaciones inverosímiles de sus casi dos horas de duración, la película no está exenta de un cierto encanto iconoclasta.

En primer lugar, se salva la chispa de algunas réplicas, generalmente en boca de Thelma Ritter, cuyo personaje, la fiel ayudante enamorada del jefe (George Tobias) y que sufre en silencio la indiferencia que éste le dispensa, destila cinismo a raudales. Pero, al mismo tiempo, la idea de fondo que flota en todo momento consiste en parodiar los estereotipos del amor romántico, coqueteando incluso con la prostitución de lujo, para, por último, acabar estableciendo un inusual símil deportivo en el que los enamorados lo mismo aparecen ataviados como ciclistas, futbolistas o jugadores de rugby.



domingo, 3 de agosto de 2025

Un día volveré (1961)




Título original: Paris Blues
Director: Martin Ritt
EE.UU., 1961, 98 minutos

Un día volveré (1961) de Martin Ritt


Aparte de una novela de Juan Marsé, Un día volveré fue también, y mucho antes, el título con el que se estrenó en España Paris Blues (1961), entrañable drama romántico en blanco y negro (de los que ya no se hacen) ambientado en los clubs de jazz de la capital francesa. Duke Ellington se encargó de su excelente banda sonora y el trompetista Louis Armstrong interpreta un pequeño papel de estrella que es recibida en olor de multitudes. El reparto lo encabezaban Paul Newman y su esposa, Joanne Woodward, en una época en la que el matrimonio, pareja de moda en Hollywood, llegó a coprotagonizar una decena larga de películas.

El argumento, a partir de un relato de Harold Flender, gira en torno a dos jóvenes turistas norteamericanas (Diahann Carroll y Joanne Woodward) que llegan a la ciudad para pasar unas vacaciones y terminan enamorándose de dos compatriotas (Sidney Poitier y Paul Newman) que residen allí desde hace años ganándose la vida como saxofonista e intérprete de trombón, respectivamente. El romance entre ambas parejas, que pasean noche y día por los enclaves más típicos de la geografía parisina, desde las inmediaciones de Notre-Dame a orillas del Sena hasta el Sacré Cœur y Montmartre, servirá como pretexto para abordar de fondo otros asuntos de mayor calado, como por ejemplo la drogodependencia o la cuestión racial.



Sin embargo, enseguida se hace evidente que la química entre los cuatro funciona circunstancialmente, pero que no podría prolongarse en una relación duradera. A fin de cuentas, tanto Ram (Newman) como Eddie (Poitier) se han habituado a una vida bohemia en Europa que les proporciona la libertad y el respeto de los que difícilmente gozarían en Estados Unidos. Ellas, en cambio, pasado el primer flirteo, demandan una estabilidad que los jazzmen ni pueden ni quieren ofrecerles.

En un primer momento se barajó la posibilidad de contar la historia de una pareja interracial, algo que los estudios descartaron de inmediato ante el temor de que dicho tema, tabú en la sociedad norteamericana de aquel entonces, generase el rechazo por parte del público. En su lugar se optó por una solución mucho más convencional, además de repartir el protagonismo entre dos parejas (en la novela sólo había una). Y así, una vez que se deshace la magia, cada cual regresa a su rutina. Dando muestras de genialidad, la puesta en escena de Martin Ritt culmina con unos operarios que tapan el enorme cartel de Wild Man Moore (Armstrong) para colocar encima un anuncio de enciclopedias Larousse: sutil metáfora de la gloria y los amores pasajeros.



viernes, 1 de agosto de 2025

Desde la terraza (1960)




Título original: From the Terrace
Director: Mark Robson
EE.UU., 1960, 150 minutos

Desde la terraza (1960) de Mark Robson


Superproducción en cinemascope de la Twentieth Century-Fox magistralmente dirigida por el canadiense Mark Robson (1913-1978), con guion de Ernest Lehman a partir de la novela homónima de John O'Hara y una excelente banda sonora de Elmer Bernstein. Como en tantas ocasiones por aquellos años, el reparto de From the Terrace (1960) volvía a estar encabezado por Paul Newman y Joanne Woodward, pareja de moda en Hollywood que replicaba en la pantalla su rol de marido y mujer.

Cuando Alfred Eaton (Newman) regresa a casa de sus padres tras haber participado en la Segunda Guerra Mundial, se encuentra con un panorama desolador: una madre alcohólica y adúltera (Myrna Loy) y un padre autoritario y eternamente malhumorado (Leon Ames) que no ha superado la muerte de su hijo mayor y espera (y aun exige) que Alfred trabaje con él dirigiendo la fábrica familiar. Pero el joven tiene sus propios planes, por lo que pronto emprende el vuelo en busca de nuevos horizontes con la firme decisión de hacer fortuna.



Ni que decir tiene que, con semejante planteamiento, los personajes obedecen a una lógica bastante plana, de modo que Mary St. John (Woodward), sus padres y el clan de los MacHardie responden a un perfil arrogante, incluso reaccionario, que promueve sacrificar la propia felicidad en aras de la estabilidad empresarial, mientras que en el hogar de los Benzinger, en cambio, se respira una cordialidad, ajena al pragmatismo neoyorquino, que enseguida seduce a Alfred. Sobre todo cuando descubre en Natalie (Ina Balin) la ternura que hasta entonces no había conocido.

En realidad, de lo que habla la película es de cómo los matrimonios de conveniencia garantizan la buena marcha de los negocios, aunque rara vez proporcionen la felicidad. Y de cómo el divorcio es un gran invento que, en las sociedades modernas, permite deshacer los compromisos adquiridos para, si se presenta la ocasión, volverse a casar después, a ser posible por amor. Asimismo, y en última instancia, la cinta también encierra una profunda reflexión en torno a la idea de que en la vida no todo pasa por el éxito profesional, sino que más vale rodearse de gente con principios antes que venderse para llegar a lo más alto.



martes, 29 de julio de 2025

Un marido en apuros (1958)




Título original: Rally 'Round the Flag, Boys!
Director: Leo McCarey
EE.UU., 1958, 106 minutos

Un marido en apuros (1958) de Leo McCarey


Comedia bobalicona en clave patriótica al servicio de la pareja del momento, unos Paul Newman y Joanne Woodward que se habían casado no hacía mucho y que (sobre todo él) tenían por delante una brillante y dilatada carrera. Sin embargo, si se prestaron a protagonizar Rally 'Round the Flag, Boys! (1958) fue más por obligaciones contractuales con los estudios que no porque el guion, a partir de una novela de Max Shulman, fuese nada del otro mundo.

Aun así, no cabe duda de que la presencia explosiva de Joan Collins como secundaria aporta una chispa que salva, por momentos, la química de no pocas escenas. Su papel consiste básicamente en intentar seducir al marido en teoría ideal que interpreta Newman, un oficial en la reserva que ve con estupor cómo su esposa (la susodicha Woodward) se compromete una y otra vez en mil causas benéficas que la alejan del idílico retiro que la pareja ansía disfrutar en un hotel.



Pese a lo intrascendente del argumento, la película dibuja un telón de fondo en el que está muy presente la carrera armamentista en plena guerra fría, así como el temor de los vecinos de una pequeña y apacible localidad de provincias, Putnam's Landing, de que el ejército instale en sus inmediaciones una base donde tiene previsto ensayar un programa secreto con misiles nucleares.

El resto, el enredo que dora la píldora, por así decirlo, se basa en las discusiones matrimoniales de unos cónyuges que ven cómo su estabilidad familiar se está yendo al traste por culpa de las interferencias de un entorno más tóxico de lo que a priori cabía pensar. El ultraconservador y ultracatólico Leo McCarey, por cierto, aprovecha así para hacer apología de la familia, la educación de los hijos y el ejército estadounidense, cuyos altos mandos aparecen retratados con candor y simpatía.



jueves, 17 de julio de 2025

El largo y cálido verano (1958)




Título original: The Long, Hot Summer
Director: Martin Ritt
EE.UU., 1958, 117 minutos

El largo y cálido verano (1958) de Martin Ritt


Frenchman's Bend era una zona de fértiles tierras bajas a la orilla del río, situada treinta kilómetros al sudeste de Jefferson. Rodeada de colinas y aislada, bien definida aunque sin límites precisos, a caballo entre dos condados, pero sin deuda de fidelidad con ninguno, Frenchman's Bend había sido el primitivo emplazamiento, por concesión estatal, de una extensísima plantación anterior a la guerra civil; plantación cuyas ruinas —el cascarón vacío de una enorme casa con sus establos derruidos, sus barracones para los esclavos, sus jardines llenos de malas hierbas, sus terrazas de ladrillo y sus paseos— aún recibían el nombre de casa del Viejo Francés, a pesar de que, en la actualidad, de las lindes originales sólo quedase constancia en los viejos registros descoloridos de la oficina del Catastro en el Juzgado del Distrito de Jefferson, y a pesar de que incluso algunos de los campos en otro tiempo fértiles hubiesen vuelto a ser las junglas de bejucos y cipreses que su primer dueño talara a machetazos.

William Faulkner
El villorrio (1940)
Traducción de José Luis López Muñoz

Basada en El villorrio, primera entrega de la Trilogía de los Snopes de William Faulkner, The Long, Hot Summer (1958) transcurre en los tórridos dominios de un gerifalte sureño. Papel que nos muestra a Orson Welles en todo su esplendor, tan excesivo y al mismo tiempo tan genial como siempre. La réplica se la da un jovencísimo Paul Newman, en los inicios de su prometedora carrera, y, de ser ciertos los rumores al respecto, parece que tras las cámaras no hubo mucha química entre el veterano cineasta (receloso de los métodos de la generación forjada en el Actor's Studio) y el apolíneo actor.

El caso es que el papel de este último, Ben Quick, se ajustaba a un perfil de new kid in town ("el chico nuevo en la ciudad"), mitad díscolo mitad ambicioso, que respondería igualmente a lo que, con otro anglicismo, pudiera denominarse self-made man en potencia. Por eso le cae en gracia al viejo Varner (Welles) y entra en abierto conflicto con el consentido Jody (Anthony Franciosa), quien, a su vez, y al sentirse traicionado por su progenitor, proyectará toda esa ira sobre su propio padre.



Lo cierto es que el reparto contó, asimismo, con la presencia de Joanne Woodward en el rol de hija prudente y algo arisca del patriarca, si bien la película pasaría a la posteridad por unir de por vida a la actriz con Newman, a uno y otro lado de la pantalla, formando una de las parejas más duraderas que haya visto Hollywood.

Rencillas familiares que hacen saltar chispas, en sentido literal y figurado, en este imponente fresco de una época, así como de las costumbres e ideología imperantes en el sur de los Estados Unidos. Melodrama magistralmente dirigido por Martin Ritt (dicen que logró la hazaña de "domar" a Welles) en el que, por otra parte, se intuye también una fuerte carga erótica latente que, sin embargo, nunca llega a caer en la vulgaridad.



domingo, 19 de enero de 2025

Raquel, Raquel (1968)




Título original: Rachel, Rachel
Director: Paul Newman
EE.UU., 1968, 101 minutos

Raquel, Raquel (1968) de Paul Newman


Debut en la dirección de Paul Newman, Rachel, Rachel (1968) ofrece el retrato de una solterona maestra de escuela (Joanne Woodward) que vive con su anciana madre (Kate Harrington). Y por si ello no fuese bastante, el hecho de que ambas mujeres habiten en el piso superior de la funeraria que había pertenecido al difunto cabeza de familia (Donald Moffat) no hace sino añadirle un poco más de melancolía al escenario ya de por sí triste de la pequeña localidad de provincias (Japonica, Connecticut) en la que transcurre la acción.

El mérito principal de la puesta en escena de esta película, adaptación de Stewart Stern a partir de la novela A Jest of God de Margaret Laurence, reside en la sutilidad con la que se plantean temas tan controvertidos como el aborto o las inclinaciones homosexuales de alguno de los personajes, máxime cuando la trama discurre en un ambiente puritano en el que la protagonista se siente prisionera. De ahí que con los años, y a fuerza de reprimir sus emociones, haya terminado encerrándose en sí misma, a menudo poniendo como excusa para no enfrentarse a la vida a una madre un tanto posesiva que reclama continuamente sus cuidados.



A nivel visual, son muchas las ocasiones en las que se muestran los pensamientos de Rachel, las obsesiones que la acechan desde pequeña, temores con los que convive a diario hasta el extremo de haberla convertido en una mujer abocada a buscar consuelo a su sentimiento de culpa en la palabrería de cualquier predicador (Terry Kiser) o en los brazos de un antiguo compañero de estudios (James Olson) que se encuentra de paso por la ciudad.

En líneas generales, se trata de una modesta producción de bajo presupuesto y tono intimista, pese a que optó a cuatro premios Óscar y terminó funcionando muy bien en taquilla. Posee, asimismo, ese toque familiar que Newman le daría posteriormente a El efecto de los rayos gamma sobre las margaritas (1972), donde el actor de Hollywood reconvertido en puntual cineasta independiente volvió a dirigir a su esposa y a su hija (la pequeña Nell Potts).



domingo, 31 de enero de 2016

El efecto de los rayos gamma sobre las margaritas (1972)




Título original: The Effect of Gamma Rays on Man-in-the-Moon Marigolds
Director: Paul Newman
EE.UU., 1972, 100 minutos

El efecto de los rayos gamma sobre las margaritas (1972)


La tercera incursión de Paul Newman tras las cámaras fue la adaptación que Alvin Sargent hiciera de la obra de teatro homónima de Paul Zindel, ganadora del premio Pulitzer. De nuevo una historia sobre una mujer de complejo carácter (como ya ocurriera antes en Rachel, Rachel y como volvería a suceder después en El zoo de cristal) y una vez más dirigiendo a su mujer (Joanne Woodward, premio a la mejor interpretación femenina en Cannes) en el papel principal. Aunque en esta ocasión también formaba parte del reparto su hija (Nell Potts), dando vida a la rubia e introvertida Matilda.

Es ésta una película particularmente intensa en emociones, buena muestra de hasta qué punto las frustraciones de una madre pueden llegar a condicionar la vida de sus dos hijas adolescentes. De la misma forma que las radiaciones a las que alude el título, un exceso de celo puede llegar a tener consecuencias nefastas sobre unas chicas que vendrían a ser, metafóricamente, como las margaritas y las mutaciones del experimento escolar de la pequeña Matilda.



En ese orden de cosas, Ruth, la hija mayor (Roberta Wallach), padece de fuertes pesadillas, mientras que la hermana menor manifiesta un carácter hipersensible y retraído que la hace refugiarse en los estudios como reacción frente a la falta de tacto de la madre. De hecho, se hace fácil suponer que el ausente padre de familia debió de abandonar el hogar por motivos semejantes.

Hay que ver, por cierto, la de roña que se acumula en aquella casa. Parece como si el caos que se adivina en la mente de Beatrice se hiciera extensible a todo lo que la rodea: en su vida son más las cosas que no ha conseguido que las ilusiones cumplidas. Sólo faltaba que se hiciera cargo de Nanny, la inmóvil anciana en silla de ruedas que pasa a convertirse (desgraciadamente) en un mueble más.



Se nota, por tanto, la influencia del método de Lee Strasberg y el Actor's Studio en la manera que tiene Newman de dirigir a los actores. De ahí la importancia de los monólogos, como el de Matilda en el salón de actos del colegio al recoger su premio, resaltando cómo los átomos de nuestro cuerpo pudieron ser en su origen polvo de estrellas o parte del mismísimo sol. Es una manera un tanto ingenua, si se quiere, de rebelarse frente a la mediocridad del ambiente, aunque no por ello menos hermosa en su voluntad de reivindicar la dignidad del individuo.

Matilda (Nell Potts) y sus experimentos