Título original: Les bonnes intentions
Director: Gilles Legrand
Francia, 2018, 103 minutos
Las buenas intenciones (2018) de Gilles Legrand |
Será muy injusto y todo lo que se quiera, pero es una realidad innegable: llegadas a una cierta edad, la mayoría de las actrices se vuelven invisibles. Quizá por ello, Agnès Jaoui se ha especializado en papeles de mujer madura que, sin ser ni las más guapas ni las más inteligentes, se resisten, sin embargo, a asumir un destino tan sumamente cruel. Y así, en los últimos años la hemos visto haciendo de ama de casa premenopáusica en 50 primaveras (2017), a las órdenes de Blandine Lenoir, o en sus propias películas como directora, generalmente coescritas e interpretadas junto a su marido, el también actor Jean-Pierre Bacri.
Les bonnes intentions suma, además, a su argumento otro tema no menos candente que la reivindicación de la mujer entrada en años: la urgencia social en un país, esa Francia multiétnica del siglo XXI acuciada por el auge de la extrema derecha y el terrorismo islamista, cuyos cooperantes corren el riesgo de ser vistos por la opinión pública como paladines de un quijotismo trasnochado. Y lo hace amparándose en un tono de comedia que, sin llegar a eclipsar la problemática de fondo, permite un acercamiento desinhibido que ya han ensayado títulos recientes de la cinematografía gala como Las invisibles (2018) de Louis-Julien Petit.
La protagonista, trabajadora social en un centro cívico, se casó con un refugiado bosnio y tuvieron dos hijos, un chico y una chica. Hasta aquí todo normal. El problema es que Isabelle (Jaoui) se llega a implicar tantísimo con el grupo de extranjeros adultos a los que da clases de francés que, paulatinamente, irá desatendiendo a su propia familia. Situación crítica que se agrava cuando al aula de al lado llega una joven profesora alemana con nuevos y sugerentes métodos pedagógicos.
Puede que organizar una autoescuela clandestina no sea la mejor solución de cara a garantizar la plena inserción de los inmigrantes búlgaros, chinos, guineanos o moldavos para los que ha sido creada. Como tampoco parece muy probable que esos mismos individuos, por más amable que sea el retrato que se quiere ofrecer de ellos, se entusiasmen escuchando los monólogos de Cyrano de Bergerac (aunque el rapsoda sea Philippe Torreton, en persona). Todo apunta a que lo más importante es entretener al respetable durante hora y media, dorándole quién sabe qué píldoras que le hagan entender, de una vez por todas, la imperiosa necesidad de convertir Europa en tierra de acogida.
Darrerament una gran part del cinema francès té la dèria de tocar temes seriosos de forma molt frívola.
ResponderEliminarPotser perquè no bufen temps gaire optimistes en aquell país. En qualsevol cas, considero que aquesta seria una pel·lícula més aviat amable o, fins i tot, benintencionada que no pas "frívola".
EliminarSalutacions,
Juan
Hola Juan!
ResponderEliminarEs cierto, a medida que se van soplando velas resulta mas complicado que les ofrezcan un papel, es una problematica que afecta mas a las mujeres que a los varones, en todo caso supongo que tambien guarda relación con el tipo de tematica o genero imperante en la cartelera, no se, es complejo y de solución nada sencilla.
¿No te parece que el cine frances afronta asuntos mas actuales y se implica en cierto modo en la problematica del pais?
Saludos!
Sea por lo que fuere, pero lo cierto es que estamos ante una realidad. Y de ahí que haya películas que, aunque modestamente, pretendan poner el dedo en la llaga. Por supuesto, no sólo el cine, sino la sociedad francesa en su conjunto tienen muy por la mano este tipo de reivindicaciones.
EliminarGracias por tu aportación, Fran, y hasta pronto.