miércoles, 31 de enero de 2024

Lucha de corazones (1912)




Director: Joan Maria Codina
España, 1912, 30 minutos

Lucha de corazones (1912) de Joan Maria Codina


Ah, si jo descobrís qui va matar el capatàs, i ha perdut a l'Andreu!... i a mi mateixa! I el cor m'ha dit sempre que jo ho sabré algun dia. Mireu: no tinc forces per a res. Nostre Senyor m'ha fet ben poca cosa; ara mateix rentant m'he girat aquesta munyeca... Mes d'esperit sí que en tinc, sí; i estic segura que algun dia em té de valdre!

Àngel Guimerà
Maria Rosa (1894)
Acte I, escena IV

Pese a lo primitivo de su factura, las imágenes de Lucha de corazones (1912) revelan el talento para la puesta en escena de un cineasta cuyo nombre, Joan Maria Codina (1870-1936), apenas si había trascendido hasta fechas muy recientes. Entre otras cosas porque la autoría de esta cinta, libre adaptación de un drama de Guimerà, se le venía atribuyendo a Fructuós Gelabert, aquel pionero del cine local que gracias a su Riña en un café (1897) ha pasado a la historia como el autor de la primera película española con argumento. Sin embargo, todo parece indicar que Gelabert sólo se ocupó en este caso de la fotografía, mientras que es al bueno de Codina a quien correspondería otorgar el mérito de haber dirigido el resto.

El argumento, drama en tres actos, gira en torno a los recién casados Rosario y Manuel, y un tercero en discordia, el infame Paco, quien, tras asesinar en plena calle a otro hombre, esconde el arma homicida en casa de Manuel para lograr que incriminen al novio y así tener vía libre con su esposa, de la que siempre ha estado secretamente enamorado.



Ni que decir tiene que Rosario se mantendrá fiel a su marido mientras éste permanezca injustamente en presidio, pese a las continuas tentativas de Paco para seducirla. Muy al contrario, la mujer logrará, en colaboración con sus vecinos, llevar a cabo una argucia que permita sonsacarle al alevoso pretendiente la confesión de su crimen.

Más que por el carácter folletinesco de la trama, el interés del filme reside en alguna que otra pincelada costumbrista, como las barretinas que lucen algunos lugareños o los uniformes de los mossos d'esquadra que puntualmente intervienen para poner orden. También por las tres chimeneas humeantes que se ven de pasada, al fondo de lo que se supone que debe de ser la Barcelona de la época, testimonio mudo del remoto pasado industrial de la ciudad.



martes, 30 de enero de 2024

Pobres criaturas (2023)




Título original: Poor Things
Director: Yorgos Lanthimos
EE.UU./Reino Unido/Irlanda, 2023, 141 minutos

Pobres criaturas (2023) de Yorgos Lanthimos


La exuberancia imaginativa que derrocha Poor Things (2023) conecta de pleno con un tipo de cine cuyos abanderados principales pudieran ser directores de la talla de Terry Gilliam o el mejor Tim Burton. Ilustre nómina de visionarios a la que bien pudiera añadirse ahora el nombre del griego Yorgos Lanthimos, autor de un puñado de filmes tan inclasificables como Langosta (The Lobster, 2015) o El sacrificio de un ciervo sagrado (The Killing of a Sacred Deer, 2017). Cintas, todas ellas, envueltas en un cierto halo de hermetismo que no hace sino incrementar, título tras título, la fama de genio incomprendido en torno a su autor.

Asimismo, la asociación con la actriz Emma Stone, también presente en el reparto de La favorita (The Favourite, 2018), su anterior trabajo, la convierte en musa al servicio de un universo febril habitado por criaturas de aspecto remotamente parecido al de las engendradas por el doctor Frankenstein. No en vano, el sustrato literario del filme, adaptación cinematográfica de la novela homónima del británico Alasdair Gray (1934-2019), comparte no pocas similitudes con la historia del moderno Prometeo, además de remitir, en ese mismo orden de cosas, a los horripilantes endriagos animales (patos con cabeza de perro y viceversa) que imaginara H. G. Wells en La isla del doctor Moreau.



Sin embargo, la diferencia capital respecto a los mencionados referentes estriba en el hecho de que aquí, pese al gran papel de Willem Dafoe y su aberrante fisonomía surcada de cicatrices, la historia adquiere una dimensión eminentemente femenina (¿feminista?) en torno al personaje de Bella Baxter (Emma Stone) y su particular evolución desde la más pura inocencia de la niña-mujer hasta la emancipadora toma de conciencia de quien ha vivido experiencias iniciáticas de todo tipo en enclaves tan dispares como Lisboa, Alejandría, París o el Londres victoriano.

Aun así, los detractores de Lanthimos, —que haberlos, haylos— tal vez reprobarán el gusto desmesurado del cineasta por los excesos erotógenos a los que somete a su protagonista. O la cacofónica banda sonora con la que el compositor Jerskin Fendrix adorna las escenas de un filme que, tanto en esa como en otras varias categorías, optará a la friolera de once Óscars en la próxima edición de los premios de la Academia.



domingo, 28 de enero de 2024

A propósito de Schmidt (2002)




Título original: About Schmidt
Director: Alexander Payne
EE.UU., 2002, 126 minutos

A propósito de Schmidt (2002) de Alexander Payne


Tengo grabada en la memoria una secuencia de About Schmidt (2002) desde que vi la película por vez primera, hace de esto ya más de veinte años. Que no es otra sino el momento en el que Jack Nicholson, en su papel de viejo ejecutivo recién jubilado, descubre sus archivos, el trabajo de toda una vida, en el cubo de la basura. Imagen elocuente de lo cruel que puede llegar a ser el sistema con quienes ya no le resultan útiles.

A grandes rasgos, la ruina humana en la que se ha convertido el protagonista pone de manifiesto una sociedad hortera y prefabricada en la que los ancianos ya no tienen cabida. Así, por lo menos, se siente el bueno de Warren Schmidt, un personaje que, de la noche a la mañana, se encuentra con que su mundo ha cambiado por completo. De modo que sube a bordo de su imponente autocaravana Adventurer y decide embarcarse en un viaje hacia los paisajes en los que transcurrió su infancia en un intento desesperado por reencontrarse consigo mismo.



Cabe decir que el fallecimiento repentino de su esposa (June Squibb) o la inminente boda de su hija Jeannie (Hope Davis) con un garrulo de Denver alteran lo que hasta entonces era una existencia previsible y totalmente planificada. Circunstancias que le provocan un estado semidepresivo que intentará aliviar apadrinando a un niño tanzano al que envía larguísimas cartas y algún que otro cheque.

Bajo una apariencia tragicómica marca de la casa, la cinta de Alexander Payne aborda, sin embargo, cuestiones tan acuciantes como la soledad de los mayores o la hipocresía de un escenario social en el que tantos discursos y parabienes esconden, en realidad, un individualismo a ultranza.



sábado, 27 de enero de 2024

La escapada (1962)




Título original: Il sorpasso
Director: Dino Risi
Italia, 1962, 108 minutos

La escapada (1962) de Dino Risi


Road movie a la italiana, además de película de culto, Il sorpasso (1962) llama de inmediato la atención por ese ritmo frenético que transmiten las imágenes, con un radiante Vittorio Gassman conduciendo su descapotable a toda velocidad por las calles solitarias de Roma en pleno Ferragosto. Una alegría de vivir, encarnada en el optimismo desmedido de Bruno Cortona, hombre maduro y sanguíneo, que contrasta con el carácter apocado e ingenuo del joven Roberto (Jean-Louis Trintignant). Y así, de la manera más espontánea y como quien no quiere la cosa, el azar (y la insistencia del primero) los unirá en un periplo tan intenso como imprevisible a lo largo y ancho de un país inmerso en plena vorágine estival.

No obstante, algo amargo parece intuirse en esa desesperada huida hacia adelante de unos personajes que, paradójicamente, se burlan mientras conducen de El eclipse (1962) de Antonioni y su denuncia de la alienación humana. Pero ambos tienen un pasado y si, en principio, la seguridad en sí mismo de Bruno no haría sospechar que una vez ejerció de "respetable" padre de familia (más tarde, la mujer y la hija harán acto de presencia), la visita de los dos a la finca campestre donde Roberto solía pasar los veranos en compañía de sus tíos pone de manifiesto hasta qué punto la cruda realidad contrasta con la idealización de los recuerdos infantiles.



En ese mismo orden de cosas, el guion de Dino Risi, Ruggero Maccari y Ettore Scola plantea una cierta crítica social al dibujar una sociedad donde el consumismo incipiente convierte a los individuos en veraneantes ávidos de emociones fuertes. Podría, incluso, hasta considerarse la posibilidad de ver en ese desenlace abrupto (que Risi impuso al productor Mario Cecchi Gori tras ganarle una apuesta) un final aleccionador y moralizante, algo así como la advertencia, no exenta de ironía, de a qué se exponen quienes optan por vivir al límite.

Un punto de mala leche, al cebarse sobre el personaje más inocente, que a buen seguro debió de descolocar, cuando no incomodar, a los espectadores de principios de los sesenta, confiados durante casi dos horas de haber estado viendo una simple comedia de lo más ameno al servicio de un elenco de actores (sobre todo Gassman) en estado de gracia.



viernes, 26 de enero de 2024

Entre copas (2004)




Título original: Sideways
Director: Alexander Payne
EE.UU., 2004, 127 minutos

Sideways (2004) de Alexander Payne


Algo de apego debe de tener Alexander Payne por las road movies cuando una y otra vez recurre al mismo planteamiento en sus propias películas. En el caso de Sideways (2004), la acción giraba en torno a dos amigos, a cuál más distinto entre sí, que deciden llevar a cabo una ruta vinícola por los valles californianos. A grandes rasgos, Miles (Paul Giamatti) sería el intelectual frustrado, mientras que Jack (Thomas Haden Church) encarna al prototipo de guaperas caradura. El hecho de que ambos, cada uno con sus respectivas asignaturas vitales pendientes, estén ya algo entrados en años los convierte, además, en complementarios y, al mismo tiempo, en personajes un tanto patéticos.

La pasión de Miles, rayana en lo obsesivo, por las variedades más selectas de uva, y en especial la pinot noir, revela al sibarita escrupuloso (y un tanto pueril) cuya vasta erudición esconde, sin embargo, a un tipo inseguro que aún sigue enamorado de su ex mujer. Circunstancia agravada, para más inri, por esa voluminosa novela, vagamente autobiográfica, que tiene pendiente de publicar. Jack, en cambio, concibe el viaje como una especie de despedida de soltero, si bien su afán por echar un polvo a toda costa pone de manifiesto la inestabilidad de un actor venido a menos que, en vísperas de su boda con una rica y sofisticada heredera, ansía aferrarse a los placeres más básicos de la existencia.




La réplica femenina a este par de elementos viene dada por Maya (Virginia Madsen) y Stephanie (Sandra Oh). La primera, divorciada desde hace un año de un profesor universitario, trabaja como camarera en el mismo restaurante al que suele acudir Miles, mientras que la segunda sirve copas en una bodega. Durante un breve lapso de tiempo se establecerá una fuerte conexión entre los cuatro, con Miles prendado del buen gusto de Maya en materia de caldos y los otros dos retozando desaforadamente a todas horas. Aunque al final la triste realidad se acaba imponiendo y los hechos se precipitan hasta poner las cosas en su sitio.

El particular toque de comedia que impregna buena parte de los diálogos no impide que, aun así, lo más vulnerable de cada protagonista quede al descubierto. Una insatisfacción, afectiva en la mayor parte de los casos, que los convierte en perdedores entrañables a pesar de las mentiras, piadosas o ridículas, pero siempre humanamente comprensibles, que han ido construyendo en su desesperado anhelo de sentirse realizados.



martes, 23 de enero de 2024

La zona de interés (2023)




Título original: The Zone of Interest
Director: Jonathan Glazer
EE.UU./Reino Unido/Polonia, 2023, 105 minutos

La zona de interés (2023) de Jonathan Glazer


Se ha dicho de The Zone of Interest (2023) que es una película que juega con el fuera de campo. Y aunque ello sea esencialmente cierto, lo que de verdad incomoda de su singular puesta en escena no es tanto la cruda realidad de los crematorios de Auschwitz que se intuyen más allá de los muros de la casa familiar donde transcurre la acción, que también, sino sobre todo la frialdad de unos individuos que han normalizado el exterminio nazi hasta convertirlo en algo cotidiano.

De hecho, casi podría decirse que no lo ven, o no quieren verlo, si no fuera porque algunos miembros del clan suministran alimentos a los internos a escondidas (básicamente fruta). Un acto de rebeldía que el director, el británico Jonathan Glazer (Londres, 1965), filma en negativo, tal vez con la finalidad de remarcar el carácter subversivo de lo que, en cierto modo, representa el reverso de la historia oficial. De hecho, los intérpretes, captados mediante un equipo oculto de cámaras fijas, transmiten una mayor sensación de realismo al desconocer la planificación de cada secuencia.



Dentro de ese universo en apariencia civilizado de jardín floreciente y excursiones al río con los niños reina, sin embargo, un ambiente represivo cuyas cabezas visibles son el oficial Höss (Christian Friedel) y su esposa Hedwig (Sandra Hüller). En ese orden de cosas, él encarna la pura ambición del jerarca ávido de escalar puestos en el escalafón, mientras que ella, la reina de su casa, replica sobre el servicio los ademanes autoritarios del marido.

Viéndolos actuar resulta inevitable no acordarse fugazmente de lo ya expuesto con similar distanciamiento por el Haneke de La cinta blanca (Das weiße Band - Eine deutsche Kindergeschichte, 2009), otro título que indagaba en la esencia perversa del mal que se adueñó de toda una sociedad, si bien ahora, con esas imágenes documentales, en el último tramo, del espacio museístico en que se ha convertido el antiguo campo de concentración, se hace mayor hincapié en los hechos consumados de la barbarie que no en sus orígenes.



domingo, 21 de enero de 2024

Los descendientes (2011)




Título original: The Descendants
Director: Alexander Payne
EE.UU., 2011, 115 minutos

Los descendientes (2011) de Alexander Payne


Lo que podría haber sido un crudo y convencional drama lacrimógeno (la historia de una esposa y madre de familia en coma irreversible) adquiere, sin embargo, en manos de Alexander Payne, un enfoque muchísimo más humano que efectista. Y es que, a todos los efectos, The Descendants (2011) posee ese toque único que el director de la gélida Nebraska (el Estado, además de la película de idéntico título) supo aclimatar aquí al tórrido ambiente de las islas hawaianas.

Por otra parte, la presencia estelar de George Clooney, en un papel alejado de su imagen habitual de galán maduro, contribuye a hacer más atractiva la figura de un padre inexperto al que, de repente, le cae en suerte el cuidado de dos hijas, de 10 y 17 años, respectivamente, nada fáciles de llevar. Pero a medida que avanza la acción ocurre el "milagro" y uno y otras, más el niñato Sid (Nick Krause) como nota discordante, acabarán formando un curioso equipo en busca de algo o de alguien que pudiera arrojar un poco de luz sobre las muchas incógnitas que agobian al cabeza de familia.



Al mismo tiempo, la película encierra una profunda reflexión de fondo, ya presente en la novela homónima de Kaui Hart Hemmings en la que se basa el guion, en torno a los vínculos entre los descendientes de una antigua estirpe local y la tierra de sus ancestros. De ahí la importancia que adquiere el protagonista como depositario de un cuantioso patrimonio con el que su prolija parentela de primos quisiera llevar a cabo una provechosa inversión inmobiliaria.

La importancia de preservar el medio ambiente se erige, pues, como un claro paralelismo en consonancia con la idea de mantener unida a la familia pese a las adversidades que pudieran debilitarla. Planteamiento que concuerda plenamente con el plano final de los personajes arropados frente al televisor bajo la misma manta que había pertenecido a la madre.



sábado, 20 de enero de 2024

Nebraska (2013)




Director: Alexander Payne
EE.UU., 2013, 115 minutos

Nebraska (2013) de Alexander Payne


Hay diálogos de Nebraska (2013) que rozan lo delirante. Sirva, a modo de ejemplo, la escena en la que los Grant, la familia protagonista, visita el cementerio local de Hawthorne y la madre (June Squibb) pasa revista a las lápidas de los parientes o viejos conocidos que allí yacen enterrados. Pocas veces se ha visto en una película (por lo menos en el cine estadounidense) semejante cantidad de mala leche comprimida en tan pocos minutos.

Parece muy probable que la genialidad de esta atípica road movie en blanco y negro (y que conste que ello sería extensible al conjunto de la filmografía de su director) reside en una sabia combinación de humor y crítica social cuyo resultado más certero constituye el retrato de la América profunda y decadente de la recesión económica de hoy en día (o de hace una década, que para el caso es lo mismo).



De igual forma, la insólita relación paternofilial que constituye la esencia del argumento, magistralmente interpretada por el tándem Bruce Dern-Will Forte, arroja la impronta de un tipo de antihéroes que precisamente por lo quijotesco de sus respectivas intenciones (cruzar el país para cobrar el millón de dólares que jamás ganó; hacer feliz, en la recta final de su existencia, al padre alcohólico que nunca ejerció verdaderamente como tal) se acaban ganando la simpatía del espectador desde el minuto uno.

Aunque, si bien se mira, el patetismo de la propuesta de Alexander Payne había ya tenido un claro precedente algunos años antes con la no menos entrañable The Straight Story: Una historia verdadera (1999) de David Lynch, otra cinta de carretera con similares vínculos familiares, en aquel caso fraternos, que, tal vez por estar producida por la Disney, no hurgaba tanto (o en la misma proporción que Nebraska) en las heridas de una sociedad (la del sobrepeso y el desempleo) bastante menos idílica de lo que a menudo se nos ha hecho creer.



viernes, 19 de enero de 2024

Una vida a lo grande (2017)




Título original: Downsizing
Director: Alexander Payne
EE.UU./Noruega, 2017, 136 minutos

Una vida a lo grande (2017) de Alexander Payne


Al margen de fuentes literarias tipo Gulliver, lo de encoger a la humanidad ha sido una idea recurrente en múltiples ocasiones a lo largo de la historia del cine cuyos más célebres ejemplos se remontan, como bien es sabido, a El increíble hombre menguante (The Incredible Shrinking Man, 1957) y su larga lista de variaciones a propósito del mismo tema. Subgénero, por así decirlo, que tendría su continuidad décadas más tarde, y ya en clave cómica, a partir del blockbuster, igualmente alargado con sucesivas secuelas, Cariño, he encogido a los niños (Honey, I Shrunk the Kids, 1989).

Precisamente, parece más que probado que el batacazo comercial de Downsizing (2017) se debió a la percepción errónea por parte del público respecto a la supuesta amenidad de una película que, si bien posee, como suele ser habitual en la filmografía de su director, momentos divertidos, se hallaba más cerca de la sátira social que no del mero entretenimiento que prometía el tráiler.



Y es que, en manos de Alexander Payne, cineasta de sobras conocido por lo incisivo de su mirada, semejante argumento sólo podía dar pie a una visión ácida de la América real: la de quienes, cegados ante las supuestas ventajas de una vida idílica en pequeñas comunidades donde la gente pasa el tiempo haciendo yoga, deciden someterse a una compleja operación que les permitirá reducir su tamaño a apenas doce centímetros. Algo que, a su vez, resultaría enormemente beneficioso para el propio planeta.

Sin embargo, también en ese nuevo mundo hay ricos y pobres, por lo que el protagonista, un tipo corriente de Omaha llamado Paul Safranek (Matt Damon), se verá abocado a redefinir una existencia en la que, finalmente, después de muchos tumbos y acabar flirteando con una comuna noruega a lo Midsommar, parece que socorrer a los más necesitados es lo único que le da sentido.



martes, 16 de enero de 2024

Perfect Days (2023)




Director: Wim Wenders
Japón/Alemania, 2023, 124 minutos

Perfect Days (2023) de Wim Wenders


Del interés de Wim Wenders por Japón y, en particular, por el cine de Ozu había quedado sobrada constancia a través de su documental Tokyo-Ga (1984), magnífica aproximación a una cultura cuyos extremos oscilan entre el estrépito de los salones recreativos donde los tokiotas juegan al pachinko (curiosa variante autóctona de las máquinas tragaperras) y el sosiego de los jardines ornamentales que abundan a lo largo y ancho de la geografía nipona. Un apego hacia el país oriental que ahora, cuarenta años después, tiene su continuidad gracias a Perfect Days (2023), la cinta que representará a dicha cinematografía en la próxima edición de los premios Óscar.

A grandes rasgos, pudiera decirse que se trata de un trabajo bastante contemplativo, protagonizado por un peculiar individuo de pocas palabras, limpiador de urinarios diurno y lector de Faulkner en sus largas noches de insomnio. Un hombre tranquilo que, por lo demás, disfruta escuchando antiguas cintas de casete mientras conduce su coche a través de las concurridas calles de una capital tan aséptica como abúlica. De hecho, queda meridianamente claro que Hirayama (Koji Yakusho) pertenece a otra época cada vez que lo vemos tomar fotografías con su vieja cámara analógica.



Un joven compañero de trabajo, parlanchín y enamoradizo; una sobrina adolescente que busca refugio en el apartamento de su tío, al que hacía mucho tiempo que no veía, son, al parecer, los escasos seres humanos con los que el protagonista llega a establecer algún tipo de vínculo. O ese desconocido, enfermo de cáncer, según él mismo le confiesa, con el que espontáneamente se pondrá a juguetear, ya hacia el final de la película, intentando cada uno atrapar la sombra del otro.

Llegados a este punto, un interrogante nos asalta con imperiosa urgencia: ¿es Hirayama plenamente feliz? ¿Cómo cabe interpretar su sonrisa en el plano final? ¿Son de alegría o de pena las lágrimas que inundan sus ojos? Afortunadamente, y como no podía ser de otra manera, la duda quedará flotando en el aire al igual que esas hojas de los árboles, filmadas en blanco y negro, que aparecen fugazmente en pantalla al finalizar los títulos de crédito con los que se cierra el filme.



domingo, 14 de enero de 2024

La novia (2015)




Directora: Paula Ortiz
España/Alemania, 2015, 99 minutos

La novia (2015) de Paula Ortiz


Yo no quería, ¡óyelo bien!; yo no quería, ¡óyelo bien!, yo no quería. ¡Tu hijo era mi fin y yo no lo he engañado, pero el brazo del otro me arrastró como un golpe de mar, como la cabezada de un mulo, y me hubiera arrastrado siempre, siempre, siempre, aunque hubiera sido vieja y todos los hijos de tu hijo me hubiesen agarrado de los cabellos!

Federico García Lorca
Bodas de sangre (1933)

De un preciosismo por momentos insufrible, La novia (2015) abusa de una puesta en escena visual y estéticamente controvertida por lo que tiene de vehemencia extrema. Así pues, la sensualidad exacerbada de la que hacen gala sus personajes, unida a la inclusión de varios tópicos lorquianos tan manidos como innecesarios (caso de "Los cuatro muleros", "La Tarara" o el "Pequeño vals vienés"), alejan de su ideal lo que debía haber sido una libre adaptación de Bodas de sangre hasta situarla peligrosamente en la órbita de cualquier telenovela turca al uso.

No en vano, y por gratuito que parezca, algunas de las localizaciones se rodaron precisamente en la Capadocia, tal vez porque los coproductores alemanes de la película pretendieron darle así un aire más exótico. El caso es que, se mire por donde se mire, el resultado final dista bastante de poseer la verosimilitud que cabía esperar de una puesta al día del célebre drama rural estrenado en aquella lejana España de 1933.



Lo cual no impidió, sin embargo, que, en el momento de su recepción, hace de esto casi una década, la cinta optase a la friolera de doce premios Goya, aunque finalmente sólo se alzase con dos: el de Mejor Actriz Secundaria, para Luisa Gavasa por su meritorio papel de Madre, y otro galardón a la decolorada fotografía en formato Scope de Migue Amoedo.

Cabe, al menos, concederle, eso sí, la fidelidad del guion al texto original, si bien Paula Ortiz se permite, al margen de cambiarle el título, alguna que otra licencia. Por ejemplo, (alerta: spoiler) al sugerir que la mujer de Leonardo, en venganza por la traición de éste, comete infanticidio sobre el hijo recién nacido de ambos. Detalle que aumenta aún más, si cabe, la tragedia en un filme al que le sobra grandilocuencia y le falta autenticidad.



sábado, 13 de enero de 2024

Bodas de sangre (1981)




Director: Carlos Saura
España/Francia, 1981, 72 minutos

Bodas de sangre (1981) de Carlos Saura


Despierte la novia
la mañana de la boda;
ruede la ronda
y en cada balcón una corona.

Federico García Lorca
Bodas de sangre (1933)

La estilización a la que Antonio Gades somete el texto lorquiano es aprovechada por Carlos Saura en Bodas de sangre (1981) para llevar a cabo una de sus propuestas cinematográficas más innovadoras. Que no consiste tanto en un ballet filmado, sino más bien en un intento de work in progress cuyos intérpretes ensayan primero la obra para después irse metiendo gradualmente en la piel de los personajes.

Junto con el malogrado bailarín, autor de la coreografía de Crónica del suceso de bodas de sangre (1974), comparten protagonismo Cristina Hoyos, en el papel de Novia, y un jovencísimo José Mercé que ya despuntaba como el notable cantaor que después ha sido. También aparecen fugazmente Pepa Flores, a la sazón pareja sentimental de Gades, interpretando la célebre "Nana del caballo grande", y Pepe Blanco al frente de la orquesta que ameniza el convite.



Desprovista de sus diálogos, la acción se centra en la expresividad de unos cuerpos que la cámara capta con magistral delicadeza. A este respecto, son dignos de mención los devaneos del duelo final con navajas, en los que ambos contrincantes ralentizan sus movimientos hasta desembocar en el trágico desenlace.

Y todo ello sin salir de una simple sala de ensayo, la austeridad de la cual, con sus paredes y tablas blancas, revierte en un aire sobrio que hoy podríamos calificar de minimalista. Sabia puesta en escena, magníficamente fotografiada por Teo Escamilla, que, tras el éxito de la película, tendría continuidad hasta convertirse en una trilogía, siempre bajo la producción de Emiliano Piedra y con Antonio Gades encabezando el elenco, completada por Carmen (1983) y El amor brujo (1986).



viernes, 12 de enero de 2024

Fallen Leaves (2023)




Título original: Kuolleet lehdet
Director: Aki Kaurismäki
Finlandia/Alemania, 2023, 81 minutos

Fallen Leaves (2023) de Aki Kaurismäki


El particular universo del finlandés Aki Kaurismäki (Orimattila, 1957) abunda en personajes inexpresivos y un tanto herméticos, seres de pocas palabras cuyo hieratismo oscila entre lo cómico y lo patético. Constantes que en su última película, Kuolleet lehdet (2023), vuelven a repetirse una vez más para narrar ahora la accidentada historia de amor entre dos solitarios incorregibles. Ella (Alma Pöysti) trabaja de reponedora en una gran superficie hasta que la despiden por quedarse los productos caducados; él (Jussi Vatanen) perderá varios empleos a causa de su adicción a la bebida. Sin embargo, tanto el uno como el otro se resisten a ser devorados por la rutina diaria que se palpa en el ambiente.

Porque el mundo que aparece aquí retratado, con ese toque decadente tan característico del cine de su autor, transmite una impronta nada halagüeña en la que el alcoholismo y el telón de fondo de la guerra de Ucrania (siempre presente a través de los partes radiofónicos) dibujan un panorama de lo más desalentador. Lo cual no impide que la clase obrera, pese a los muchos frentes que nublan su horizonte, se desahogue cantando viejas romanzas tristes en el karaoke de algún pub o acudiendo a las sesiones de cine clásico que programa una minoritaria sala de proyección.



Asimismo, la solidaridad entre compañeros y amigos no sólo hace más soportables los sinsabores de la vida diaria, sino que arroja una luz de esperanza sobre la condición humana cuando ya nada hacía suponer que aún se pueda depositar excesiva fe en ella. Y así, las empleadas que salen en defensa de la protagonista para evitar que ésta se quede sin trabajo, las enfermeras que lo atienden a él en el hospital o el colega sobrio (Martti Suosalo) que le da buenos consejos de hermano mayor forman parte de esa red de buenas personas que, pese a su aire sombrío, albergan sentimientos honestos.

En última instancia, la música juega un papel fundamental como leitmotiv ya desde el propio título, alusivo al célebre tema "Les feuilles mortes" y que sonará repetidamente en su versión finesa. Aunque también las notas de la melancólica Sinfonía nº6 de Chaikovski se dejan oír en no pocas ocasiones con similar intencionalidad ilustrativa. Subrayados que alcanzan, por otra parte, al ámbito cinéfilo, con referencias a películas míticas, caso de Breve encuentro (1945), que abordaban igualmente complejas relaciones de pareja. Y un plano final (perdón por el spoiler...) evocando lo que ya hiciera Chaplin en Tiempos modernos (1936).



martes, 9 de enero de 2024

Los que se quedan (2023)




Título original: The Holdovers
Director: Alexander Payne
EE.UU., 2023, 133 minutos

Los que se quedan (2023) de Alexander Payne


El mundo no es más que transformación, y la vida, opinión solamente...
Marco Aurelio

No se parecen en nada, pero, en esencia, The Holdovers (2023) parte de una premisa que no dista mucho de lo expuesto por Arthur Miller en The Misfits (1961): la de reunir a un grupo de inadaptados, a cuál más distinto el uno del otro, hasta lograr que surja una química especial entre ellos. Cierto que el filme maldito de John Huston, en realidad un wéstern crepuscular marcado por el final trágico de las estrellas que lo protagonizaron, se ha ido impregnando después, con el paso del tiempo, de un aura legendaria que lo aleja por completo del último trabajo de Alexander Payne, aunque, dado el espíritu nostálgico de la película que nos ocupa (repleta de citas y homenajes explícitos al cine americano de los primeros setenta), establecer paralelismos, más allá de los evidentes, tampoco parece tan descabellado.

En cualquier caso, lo que sí que queda meridianamente claro y fuera de toda duda es la marca de fábrica de un director cuyo estilo, perfectamente reconocible a lo largo de una filmografía que contiene un buen puñado de títulos sobresalientes, suele girar en torno a perdedores más o menos entrañables gracias a ligeras pinceladas humorísticas que terminan por humanizarlos y acercarlos al espectador hasta el extremo de enternecernos a pesar (o precisamente a causa) de su patetismo. ¿O es que ese cascarrabias al que da vida Paul Giamatti, profesor de Cultura clásica en un prestigioso colegio privado, no recuerda un poco a otros tantos personajes de Entre copas (Sideways, 2004), A propósito de Schmidt (About Schmidt, 2002) o Nebraska (2013)?



Como el hecho de que el argumento, en principio una antítesis de El club de los poetas muertos (Dead Poets Society, 1989), derive también gradualmente hacia esa especie de road movie que acaban siendo todos los filmes de Payne anteriormente citados. De hecho, la relación paternofilial de amor-odio que aquí se establece entre el maestro y su alumno en su periplo navideño hacia Boston recuerda vagamente al del padre y el hijo que protagonizaban la ya mencionada Nebraska.

Por último, aparte del aire retro de sus títulos de crédito de inspiración setentera, merece la pena señalar la profundidad psicológica de unos personajes que evolucionan a lo largo del relato. Así pues, si Hunham (Giamatti) resulta, en principio, un individuo odioso e incluso maloliente; si Angus (Dominic Sessa) encarna al típico adolescente sensible y perspicaz, pero con problemas de conducta, descubriremos, sin embargo, que ambos tienen un pasado, marcado por vivencias dolorosísimas que explicarían las carencias que arrastran en la misma medida que la oronda Mary Lamb (fantástica Da'Vine Joy Randolph en su papel de cocinera) quedó traumatizada tras la muerte prematura del marido, en accidente laboral, y la posterior pérdida en Vietnam de su hijo veinteañero.



domingo, 7 de enero de 2024

Mensajeros de paz (1957)




Director: José María Elorrieta
España, 1957, 77 minutos

Mensajeros de paz (1957) de J.Mª. Elorrieta


Se acaban las fiestas navideñas y mañana habrá que volver a la rutina del trabajo, pero antes nos queda todavía un rato para comentar una de aquellas películas que en su momento fueron especialmente concebidas para ser vistas en días de entrañable espíritu fraterno como los que en teoría venimos de celebrar. Se trata de Mensajeros de paz (1957), fantasía bienintencionada del hoy un tanto denostado José María Elorrieta (1921-1974) a propósito de una supuesta visita de los Reyes Magos al Madrid de la época y que hay que juzgar con indulgencia si se tienen en cuenta las vueltas que ha dado el mundo (y sobre todo España) desde aquel entonces.

Ni que decir tiene que la gente se queda de pasta de boniato cuando los tres protagonistas se presentan a sí mismos como Gaspar (Rafael Luis Calvo), Melchor (Félix Dafauce) y Baltasar (Antonio Almorós), aunque su fuerza de persuasión y algún que otro milagrillo que se permiten propiciarán que unos y otros, a pesar de las situaciones disparatadas en las que se ven inmersos, acaben rindiéndose a la bonhomía de sus Majestades de Oriente. También es cierto que el mensaje subyacente en el guion de José Manuel Iglesias y el propio Elorrieta apela a la inocencia del niño que todos llevamos dentro, con lo cual ya hay mucho ganado para la causa de tan generosos sabios.



Asimismo, resulta curioso constatar que cada uno de ellos responde a perfiles muy distintos, siendo Melchor el moralista que recrimina las malas acciones de los hombres, Baltasar (con su pendiente y la cara pintada de negro) el más juguetón del trío y Gaspar el líder conciliador. "Mensajeros de paz", al fin y al cabo, tal y como reza el título de la cinta, cuya misión específica, tras su visita a un hospital infantil, consiste en localizar al papá del niño Andresito para que éste, un díscolo agente artístico llamado Enrique (Antonio Casas) que se marchó de casa hace algún tiempo, dejando en la estacada a su mujer e hijos, vuelva de nuevo con su familia.

Claro que moverse por la capital con esas pintas no facilita precisamente la tarea, de modo que los monarcas optan por cambiar de atuendo y sustituyen sus túnicas por elegantes abrigos. Aun así, recalarán brevemente en dependencias policiales y hasta en un cabaré, siempre con la sanísima intención de redimir a la descarriada Marichu (Mariangela Giordano), mujer de vida alegre, además de querida del ya mencionado Enrique... Y aún les quedará tiempo para interceder en favor de una promesa futbolística (Mario Berriatúa), novio de Ana (Concha Velasco), la hermana mayor de Andresito e hija de Enrique (¡qué lío!). Como se ve, trabajo no les falta. Y eso que, además, tienen que repartir todos los juguetes que han comprado (hasta agotar existencias) para los niños de un mundo que, cuando al final regresan a Oriente a bordo de su Land Rover, parece que es un poco menos hostil.



sábado, 6 de enero de 2024

Bodas de sangre (1977)




Título original: Noces de sang
Director: Souheil Ben-Barka
Marruecos, 1977, 80 minutos

Bodas de sangre (1977) de Souheil Ben-Barka


¡Pero, niña! Una boda, ¿qué es? Una boda es esto y nada más. ¿Son los dulces? ¿Son los ramos de flores? No. Es una cama relumbrante y un hombre y una mujer.

Federico García Lorca
Bodas de sangre (1933)

Una de las aproximaciones más "exóticas" al célebre drama lorquiano fue esta versión marroquí, a cargo del cineasta Souheil Ben-Barka, que protagonizó la actriz griega Irene Papas (1929-2022). Todo muy mediterráneo, como se ve, considerando la universalidad de un texto que, en definitiva, aborda pasiones humanas cuyo carácter atemporal las hace válidas en toda época y lugar. El caso es que Noces de sang (1977), candidata oficial de Marruecos a los Premios Óscar en la categoría de Mejor Película en Lengua Extranjera, trasladaba la acción a la aridez de un paisaje de nopales y chilabas sin que la esencia del argumento perdiese ni un ápice de su significación original.

Además, la presencia en el reparto del francés Laurent Terzieff (1935-2010), que había trabajado previamente a las órdenes de Buñuel en La via láctea (1969) y con Pasolini en Medea (1969), aportaba una nota no menos prestigiosa en una cinta a caballo entre el cine de autor y el documento etnográfico. A este respecto, destaca especialmente todo el ceremonial de los esponsales por lo que tiene de recreación de un mundo atávico donde el adobe de las casas y la algarabía de los cánticos bereberes sirven de escenario para que se consuma la tragedia entre clanes irreconciliables.



En ese mismo orden de cosas, resulta curioso constatar los paralelismos entre la Andalucía profunda descrita por García Lorca y los usos y costumbres de una pequeña comunidad norteafricana marcada por viejas rencillas familiares. De hecho, se diría que en ambos casos la fatalidad es fruto de un mismo resentimiento: el experimentado por el individuo, llámese Leonardo o Amrouch, cuando su orgullo se ve constreñido por condicionantes sociales o económicos que le impiden satisfacer plenamente su voluntad.

La adaptación de los diálogos en la versión española, bastante fiel, por cierto, al texto teatral, corrió a cargo del productor Arturo Marcos y el poeta y actor de doblaje Rafael de Penagos (1924-2010), cuya inconfundible voz se deja oír en repetidas ocasiones a lo largo de un relato que finaliza con la Novia (Djamila) enlutada de blanco mientras deambula con la mirada perdida a través de las dunas del desierto.



viernes, 5 de enero de 2024

Bodas de sangre (1938)




Director: Edmundo Guibourg
Argentina, 1938, 88 minutos

Bodas de sangre (1938) de Edmundo Guibourg


Cien años que yo viviera, no hablaría de otra cosa. Primero tu padre, que me olía a clavel y lo disfruté tres años escasos. Luego, tu hermano. ¿Y es justo y puede ser que una cosa pequeña como una pistola o una navaja pueda acabar con un hombre, que es un toro? No callaría nunca. Pasan los meses y la desesperación me pica en los ojos y hasta en las puntas del pelo.

Federico García Lorca
Bodas de sangre (1933)

Habían transcurrido apenas dos años tras la aciaga muerte de Federico cuando su actriz predilecta, una Margarita Xirgu a la que la Guerra Civil sorprendiera de gira por Hispanoamérica, protagonizó esta adaptación cinematográfica de Bodas de sangre (1938) que se rodó en los recién inaugurados Estudios E. F. A. de Buenos Aires con un reparto de intérpretes esencialmente españoles entre los que destacaban una jovencísima Amelia de la Torre, en el papel de Novia, Pedro López Lagar, como Leonardo, y Enrique Diosdado (Novio).

Se encargó de la dirección el periodista y crítico teatral argentino Edmundo Guibourg (1893-1986), en la que supuso la única incursión de éste en dichos menesteres, lo cual no impidió que su película recibiera el aplauso unánime de crítica y público. De hecho, Guibourg opta por una puesta en escena más visual que literaria en la que se permite algunas licencias, como, por ejemplo, la inclusión del célebre Romance sonámbulo ("Verde que te quiero verde"), musicado, al igual que el resto de la banda sonora, por el maestro Juan José Castro.



En ese mismo orden de cosas, tampoco aparecen en el filme los leñadores ni la Luna mortuoria que Lorca introducía justo antes del fatídico desenlace, aunque sí que interviene, con idéntico valor simbólico, la anciana Mendiga, con lo que queda meridianamente clara la pericia de Guibourg a la hora de anteponer a la propia fidelidad textual lo que vendría a ser un espíritu poético más acorde con el universo lorquiano.

Tiene, por último, esta producción el valor documental de constatar cómo el incipiente exilio republicano rendía homenaje a uno de sus mártires desde la lejana Argentina en un momento en el que aquí aún no había terminado la contienda. De ahí la trascendencia que adquieren las palabras de la Madre (Xirgu) cuando, al saberse que la Novia se ha fugado con Leonardo, dice aquello tan premonitorio (Lorca lo había escrito en 1933) de: "Dos bandos. Aquí hay ya dos bandos […] Ha llegado otra vez la hora de la sangre. Dos bandos. Tú con el tuyo y yo con el mío. ¡Atrás! ¡Atrás!".