Director: Mariano Ozores
España, 1964, 100 minutos
La hora incógnita (1964) de Mariano Ozores |
Mucho antes de que el apellido Ozores se viese definitivamente impregnado por el ominoso estigma de la españolada chabacana, hubo ocasión para que el cineasta de la estirpe (don Mariano, por más señas) firmase uno de aquellos títulos predestinados a convertirse en película de culto.
Por lo insólito de su estructura narrativa, puesta en escena y temática (una hecatombe nuclear en una ciudad indeterminada de provincias), La hora incógnita (1964) supuso un ensayo más que estimable de fábula distópica cuando lo que aquí se estilaba era, en el mejor de los casos, el realismo social o los dramas rurales. Sin llegar al extremo de Fata Morgana (1966) o de la argentina Invasión (1969), los hechos que en ella se cuentan enlazan con un cierto tipo de literatura fantástica y hasta de series televisivas en la línea de The Twilight zone (1959-1964).
Carlos Estrada (el fugitivo) y Emma Penella |
Estaba entonces muy reciente la crisis de los misiles en Cuba, acaecida en octubre del 62, y, tal vez por ello, sumado a otras fobias alimentadas por la subrepticia lucha de bloques inherente a la Guerra Fría, el pánico al aniquilamiento del planeta y aun de la humanidad en su conjunto cobró especial fuerza como argumento de no pocos filmes de aquel período.
Pero ya se sabe que Spain is different y, en semejante tesitura, no podía faltar el sacerdote de turno (interpretado por Fernando Rey) que confortase a las infatigables almas en pena que, por uno u otro motivo, no han abandonado el lugar en desbandada junto con el resto de la población. Se trata, a fin de cuentas, de seres marginales como la prostituta (Emma Penella), el borracho (José Luis Ozores), el ladrón (Antonio Ozores), "un intelectual de esos que padecen angustia vital" (Carlos Estrada) y hasta una pareja de adúlteros (Mabel Karr y Carlos Ballesteros). Y aunque no todos sean inequívocamente unos pecadores (como la cándida dependienta a la que da vida Elisa Montés) sí que se vislumbra en el desenlace, situado, muy sintomáticamente, en el interior de una iglesia, una suerte de ajuste de cuentas que deja traslucir lo que tiene toda la pinta de ser un sacrificio expiatorio con aviso para navegantes, incluido, en forma de rótulo: "Esto puede suceder en cualquier lugar... en cualquier momento... ahora mismo".
Fernando Rey |
Hola Juan!
ResponderEliminarMe sorprende la trama, desde luego no era un tema habitual en las películas de aquel tiempo. Esa pincelada católica no podía faltar...jeje
Saludos!
En el fondo, y pese a su interés innegable (como la portentosa banda sonora del argentino Adolfo Waitzman), no deja de ser una película con un mensaje de lo más reaccionario.
EliminarSaludos,
Juan