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martes, 5 de marzo de 2019

Aurora de esperanza (1937)















Director: Antonio Sau Olite
España, 1937, 58 minutos

Aurora de esperanza (1937) de Antonio Sau

Deliciosamente panfletaria, Aurora de esperanza fue (ya desde su propio título: "cargado de futuro", que diría el poeta) una de esas aventuras descabelladas que sólo las circunstancias históricas y el arrojo romántico de un puñado de milicianos del Sindicato de la Industria del Espectáculo hicieron posible. Porque la verdadera utopía en aquella hora trágica no consistió en proclamar la revolución anarcosindicalista o el socialismo libertario, sino en sacar adelante, con la que estaba cayendo entonces, un largometraje de ficción.

Filme de puño en alto y mirada en lontananza, rodado en régimen de cooperativa, pero en el que, sin embargo, siguen estando presentes los mismos prejuicios de la sociedad patriarcal contra la que, teóricamente, se pretendía luchar. ¿Cómo se explica, si no, el rol sumiso que adopta Marta (Enriqueta Soler) frente a su marido? Sobre todo en la escena en la que Juan (Félix de Pomés) sorprende a la esposa en lo que, según la lógica interna del relato, adquiere visos de bochornosa afrenta y que, en realidad, no es otra ocupación sino trabajar como modelo de lencería en el escaparate de unos grandes almacenes.



Una toma de conciencia, la del obrero en paro, que pese a encabezar la multitudinaria "Marcha del hambre" y pedir mayor justicia social, aún no ha logrado la plena emancipación respecto a los escrúpulos pequeñoburgueses que todavía anidan en su subconsciente. Y es que este Juan tiene algo del Pedro Crespo calderoniano. Por lo menos es igual de orgulloso que aquel labrador, castellano viejo, y no dudará en rechazar de malas maneras la "bazofia inmunda, propia para cerdos" que le ofrecen los voluntarios del Auxilio Social.

Es la misma arrogancia que le impide entrar, en compañía de sus correligionarios, en el pueblo en el que se hallan su mujer y sus dos hijos porque, según él dice: "Morirían de pena si me vieran en este estado..." Con todo y con eso, hay algún momento (pocos, aunque es ahí donde radica una de las principales bazas de la película) en el que se procura eludir la distinción maniquea entre la masa proletaria y las fuerzas de orden público. Es el caso del policía que deja en libertad a Juan después de que éste se haya regalado a base de bien (y sin pagar ni un duro, como el Charlot de Tiempos modernos) en el Restaurante Joanet de la Barceloneta. Prueba de una fraternidad incipiente, el umbral de una nueva era que jamás llegaría a concretarse, pero que llevará al protagonista, en la patética escena final junto a su esposa, a prorrumpir en los siguientes términos: "¡Qué importan hoy los dolores de ayer! Mira sólo al porvenir: ¡la Revolución está en marcha! Emociónate conmigo: goza de este esplendoroso amanecer, que es como una bella aurora de esperanza..."


jueves, 28 de diciembre de 2017

Un marido a precio fijo (1942)




Director: Gonzalo Delgrás
España, 1942, 96 minutos

Un marido a precio fijo (1942)


Como era casi de rigor en el cine español de los años cuarenta, sobre todo tratándose de producciones Cifesa, todo lo que vemos en Un marido a precio fijo (1942) responde, punto por punto, a los dictados de unos estándares que venían marcados desde Hollywood. Así, por ejemplo, si analizamos a la pareja protagonista, veremos que él (Rafael Durán) podría ser Cary Grant y ella (Lina Yegros), Katharine Hepburn. Y lo mismo ocurre con el planteamiento, que no difiere gran cosa del de algunas comedias de George Cukor como La gran aventura de Silvia (1935). Es decir: una fierecilla de la alta sociedad, díscola y caprichosa heredera, que deberá ser domeñada por el galán cómico de turno.

También tiene su punto hitchcockiano el hecho de que la acción arranque y finalice en un tren, si bien aquí el escaso suspense queda eclipsado por los equívocos y giros de guion. Todo pasado, por supuesto, por el tamiz del cutrerío resultante de nuestra posguerra. Porque Estrella, la "Princesita del betún sintético" (Yegros), deja plantado a su prometido para darse a la fuga con el primero que encuentra. Sólo que el muchacho, una vez cobrados los sesenta mil francos del ala tras la ceremonia civil (se subraya, debidamente, que aún les falta la bendición eclesiástica), le paga con la misma moneda dejándola con un palmo de narices cuando su tren ya está en marcha.

Como se aprecia en este cartel, la película
puso de moda un nuevo baile: el Tipolino"

"Compuesta y sin marido", Estrella topa entonces con Miguel, un ladronzuelo buscavidas (Durán) que aceptará hacerse pasar por su esposo para que la "Princesita" pueda dar el pego ante su familia (y de ahí el título). Claro que el tal Miguel, a pesar de su barba y aspecto desaliñado, resultará tener un pasado...

Estrella (Lina Yegros) y Miguel (Rafael Durán)

Puestos a analizar su trasfondo, es muy llamativo que aunque se trate de una comedia de evasión de alto copete, de teléfonos blancos, de humor blanco y de frac negro, Un marido a precio fijo se atreva a apuntar temas tan delicados como la miseria en la que han terminado algunos excombatientes de la guerra. De Miguel, por ejemplo, se nos dice que fue teniente de aviación en el bando nacional y que luchó en los Pirineos: todo un vencedor robando carteras en los vagones de primera. Pero "los ladrones somos gente honrada", tal y como él mismo le dirá a Estrella parafraseando a Jardiel: con una habilidad notable, Margarita Robles (a la sazón guionista y esposa del director, Gonzalo Delgrás) se las ingenia para, mediante una pirueta un tanto forzada, eludir tan peliaguda cuestión: en realidad, Miguel es un reportero que se había hecho pasar por carterista para tener acceso a la rica heredera y así lograr una suculenta exclusiva. Y todos tan contentos. Cualquier cosa menos admitir que un héroe de la Cruzada malvivía en la España de Franco. Sin duda, una verdad incómoda inasumible en el 42. En ese sentido, aún habría de pasar más de una década para que Pedro Lazaga abordara parcialmente el tema en La patrulla (1954).